jueves, 19 de agosto de 2010

MICRORELATOS DE LA ESPERA IV

Escuché el grito a una distancia que no era corta, pero presentí que ocurría algo preocupante. Me detuve y oriente mi cabeza en el sentido que las orejas puedan escuchar mejor, volví a oír el grito, ahora con deje de lamentación muy elevado. Ya sabía de donde procedía, bueno al menos en que dirección, me miré los zapatos y sospeché que sufrirían algún deterioro. Es curioso que me preocupen estas tonterías y en especial en que momentos más delicados, pero lo cierto que no es la primera vez que me ocurre. Una vez me desvié conduciendo de la calle por donde transitaba porque presencié un accidente, y temía que los heridos me mancharan la tapicería y además que podía hacer yo por aquellos desgraciados gravemente lesionados, si mis conocimientos sanitarios son muy escasos.
Abrí la puerta de la casa de mis padres, una cancela de madera con listones pintados de verde y terminados en punta, y salí al llano por donde pasa el coche que tiene mi padre. Corrí en dirección a las escaleras de Bobastro y al culminar la rampa del llano que da acceso al garaje del coche, pisé un charco de agua sucia y pringosa de haber lavado pescado, que minutos antes Juan el cenachero había usado para lavar el pescado que había vendido a Erika la dueña de la Pensión Alemana.
Me sacudí el pie derecho con irritación y enfado y jure con palabras soeces, acordándome de Juan e incluso de la persona emisora de los gritos que continuaba gritando cada vez con mayor intensidad y desesperación.
Me detuve y contemplé el zapato, que al tener rugosidades en las costuras de las piezas que formaban la envoltura de la pala, tenía adherida escamas y algunas espinas de los dichosos júreles, que nadie quería salvo Erika que los consideraba bueno para hacer sopa de pescado e incluso para freírlos.
Me paré y busqué un papel en el limite del derribo que se encontraba a la izquierda del llano, como no lo encontré corté unas matas de un arbusto y restregué la funda de todo el zapato, pero observé que quedaba mal y miré en derredor para encontrar algo más útil. Un trozo de trapo endurecido de quitar pintura asomaba entre escombros, tiré de él y saqué un buen pedazo que sirvió para tintar todo el zapato de blanco y esparcir las escamas del pescado por todo lo ancho y largo del jodido zapato. Tiré el trapo indignado, y volví a jurar en mi mala suerte.
Recordé el motivo de mis prisas y me asomé al inicio de las largas escaleras de Bobastro con la sensación de que tendría que correr para llegar al auxilio de la persona accidentada, pero solo recuerdo que resbalé y caí rodando hasta el primer tramo. Tardaron más de media hora en subirme en una camilla para llevarme al Hospital, perdí el zapato derecho y jamás supieron decirme quién se había caído antes que yo, e incluso comentaban que todo había sido por el golpe que sufrí en la cabeza.
9 de junio de 2007  INDALESIO