Cuando me di
cuenta de que salía conmigo nada más que para follar lo consideré una tragedia.
Más tarde, cuando lo interpreté como un halago, las cosas empezaron a
funcionar. Nos veíamos cuando le apetecía. Después de la revelación no me costó
trabajo aceptar que me llamaba cuando podía y cuando quería. Mi obligación era
responder. Me llevaba puesta la recompensa con ese bienestar que resulta de
saber que ella quedaba, al menos, tan satisfecha como yo. Pedía y se lo daba.
Se entregada con resolución, sin reservas ni miramientos. Ahora esto, luego lo
otro. Lo que quisiera, para eso estaba yo.
Cuanto menos
sepas de mí mejor, me había dicho. Cuanto menos nos conozcamos más libres
seremos. Y éramos libres, unidos por la carne. La satisfacción se devalúa
cuando llega sin dudas, pero cuando se improvisa de manera discreta, se atesora
como pilas de monedas: incluso se pueden añadir a la misma columna céntimos o
unidades enteras. Todos suman, una veces más y otras menos. Así se apilaban
nuestros encuentros, a veces ponían más, a veces menos, pero siempre añadían
algo nuevo o renovaban lo guardado. No era tarea obligatoria como la que tenía
que hacer para rellenar la seccióndel periódico o para cumplir compromisos que
adquiría para sostener el tren de vida que me había impuesto, mantener la casa,
el colegio de los niños, las fiestas y los viajes de trabajo.
El talento se
manifiesta por ofrecer algo que se pueda resumir como interesante. Un buen
escritor dice cosas interesantes, un buen arquitecto diseña edificios interesantes
y así todo. Una buena amante provoca sensaciones interesantes, de mérito, que
se saborean y se recuerdan. Ella decía que no había que darle más importancia,
que mientras funcionara había que seguir sin intentar cambios que podían ir a
peor. Las cosas son como son, sin buscar profundidades ni consecuencias.
Pensaba yo entonces que una ninfómana era una mujer con mente de hombre. Un
cuerpo femenino dirigido por un cerebro masculino. Por eso dudaba de ella y fue
lo que me determinó a contratar a un detective.
Resultó ser un
buen profesional que me aportó datos interesantes. El grado de escabrosidad de
sus informes dependía de lo que estuviera dispuesto a gastar. Tras un rastreo
inicial me comunicó que podía llegar hasta donde quisiera, tanto en lo público
como en lo privado. De lo público desistí porque al fin de cuentas yo mismo
podía averiguar lo que quisiera, si no lo había hecho ya fue por cumplir ese
contrato de independencia que nos dimos. El morbo estaba en saber a qué se
dedicaba cuando sin estar conmigo tampoco estaba visible. A lo que todo el
mundo, me dijo el detective. Trabaja, tiene una familia, no lleva una doble
vida y puedo indagar las relaciones conyugales sin dificultad ya que vive en un
último piso fácil de abordar desde la terraza. Si quiere puedo colocar
micrófonos en todas las ventanas incluidas las del dormitorio. También se puede
gravar con infrarrojos.
No quise durante
algún tiempo. El que fuera una mujer normal me tranquilizó. A cada hora del día
podía imaginar donde estaba de acuerdo
con los informes que me proporcionó el espía. Nada anormal, incluso resultaba
una mujer tímida y callada. Quise saber más. En la casa se ocupaba de todo. Los
niños eran unos vagos que abusaban de su madre y el marido chapado a la
antigua, era machista autoritario sin autoridad. Gritaba, amenazaba pero luego
suplicaba caricias. Era brusco hasta en eso: ¡No va a haber nada esta noche! La
mujer callaba.
A veces envidio
el trabajo de los administrativos del periódico que no tienen más que seguir el
guión que se les marca sin sentir la ansiedad de enfrentarse al teclado del que
hay que sacar el artículo en el que te juegos el prestigio a cada palabra.
Sobre todo después de una noche de vacile donde parecen borrarse las ideas como
los letreros a tiza de los escaparates que barre la lluvia. El relato necesita,
en un momento dado, un escorzo, una pirueta que alerte al lector de que lo
bueno está por llegar. En mi caso no está a punto de suceder eso. Cuantos más
detalles personales conocía menos posibilidades tenía de sorpresa. Parecía que
todo encajaba como si se tratara de una conjetura sicológica. Sus actos respondían al principio de causa efecto, donde yo era siempre
el efecto, el resultado de las causas que la movían a necesitarme.
CIRANO