Fue
un flechazo a primera vista. Un día que salió a pasear por las
afueras de la ciudad para relajarse vio el objeto en el escaparate de
todo a cien de los chinos y se quedó prendado. Sin dudarlo entró en
la tienda y lo adquirió. Para ese tipo de comercio resultó un
producto caro, pero si le hubieran pedido tres veces el precio que
pagó lo hubiera soltado sin pestañear. Se mantuvo atento durante el
embalaje para que no se dañara y acompañó el paquete en la
furgoneta de reparto. Al llegar a su domicilio lo desembaló, lo
vistió con lencería que quedaba de sus tiempos de casado y se metió
enseguida en la cama. Se trataba de una mujer fabricada en silicona,
de aspecto joven, pechugona y con todas sus partes tan al natural que
mejoraba cualquier comparación. Su asombro aumentó hasta la
maravilla cuando tras los primeros escarceos la hembra artificial
desplegó una calidez y una capacidad de respuesta insuperables. No
solo los movimientos y las contracciones profundas, sino también las
palabras cariñosas con las que respondía excedían los límites de
lo esperado. Aunque la voz era un tanto metálica pronto se
acostumbró a sus susurros que completaban un programa sin fisuras.
No recordaba haber pasado una noche de placer como la que sostuvo con
la muñeca a la que sentó a la mesa para desayunar. Tienes que
lavarme, le había dicho al despertar y así lo hizo con un mimo que
no había empleado en sus hijos.
Hacía
tiempo que vivía solo debido al negocio de exportación de
información confidencial instalado en su casa. Sostenía una
sociedad hermética con intereses y resultados de los que todos
estaban contentos. Había desarrollado un software cuántico en
código ADN que superaba en fiabilidad y precisión a los medios
informáticos más seguros. Su sistema para encriptar datos
proporcionaba canales más fiables que los de las propias embajadas.
Al manejar asuntos sensibles se vio obligado a seguir una vida tan
enclaustrada como los mensajes que transcribía, lo que dio al traste
con la familia y los amigos. Sabía que era vigilado y que cualquier
contacto podía echar por tierra el negocio. El prestigio que alcanzó
en el mundo del espionaje fue a costa de su vida social. Aquella
mujer informatizada le venía como anillo al dedo.
Por
deformación profesional no soltaba prenda en sus encuentros a pesar
de los requerimientos de la máquina que le pedía intimidad. No sé
nada de ti, le dijo una noche al borde del orgasmo. Y menos vas a
saber si no te callas, le contestó de corrida. Sus relaciones
mejoraron al acoplarse los deseos como si estuvieran diseñados la
una para el otro y viceversa. Durante el día la visitaba de vez en
cuando para preguntarle cómo se encontraba y ella respondía siempre
con el cariño de la primera vez. Tanto era su amor que empezó a
tener celos de su compañera. La vigilaba, la escondía y como al
preguntarle si tenía algún amante le contestaba con evasivas, se
fue crispando hasta poner en peligro su estabilidad psíquica. Para
asegurarse la fidelidad instaló una caja fuerte en el dormitorio
donde la encerraba por las mañanas una vez aseada, pero ni aún así
se sentía tranquilo.
Como
especialista en códigos infalibles ideó un algoritmo con dos
millones de números primos con el que selló la combinación de la
cerradura. Por seguridad guardó la cifra en un solo ordenador que se
bloqueó tras el ataque que hackers rusos realizaron con otros fines.
Fue imposible restaurar la contraseña por lo que no pudo abrir la
caja fuerte ni con explosivos. Tras varias semanas de intentos
improductivos empezó a dormir pegado a la pared donde estaba
incrustada la caja. Allí se masturbó varias veces llamándola por
su nombre. Luego dejó de acudir al despachó y terminó colgándose
del manubrio de la cerradura con el cinturón del albornoz de su
querida. Al trascender la historia, los poetas locales recrearon la
figura de los amores imposibles como hicieron los clásicos con
modelos menos extremos.
Cuando
al atardecer los artificieros abrieron la caja encontraron un amasijo
de plastilina con aspecto de momia. Se dedujo que la silicona se
había descompuesto al agotarse las baterías. Abierto el testamento
comprobaron que había dejado fondos y mandas para que los
incineraron juntos y enviaran las cenizas a la legación china por el
conducto de seguridad secreto, para su posterior traslado al Comité
Central, y así se hizo.
CIRANO