Descubrí que con poco conseguía
mucho. Así que me incliné por despreocuparme y vivir bastante, la vida de
universitario.
Durante los cursos de preparación
para la Universidad, dediqué todo mi tiempo al estudio, no había otra opción en
mi familia, fui un estudiante normal,
nunca destaqué en nada, pero tampoco suspendí, así que mi padre decidió que
tenía que estudiar la carrera de Farmacia. Yo ignoraba que tuviera esa afición,
y me aterraba la idea de pasarme la vida detrás de un mostrador, además de
tener que aprenderme la vida de animales y todas las plantas, para después
saber localizar el lugar donde guardaba la aspirina. Pero en mi casa nunca se
discutían las órdenes de mi padre, así que fue matriculado en la ciudad de los
mundos árabes, por el habilitado de mis padres, que me encontró una habitación con derecho a baño y una casa de comidas donde
podría saciar mis necesidades culinarias.
Ingresé como no, en la Facultad
de Farmacia, distante unos minutos de mi lugar de residencia, y desde las
primeras clases supe que aquellos estudios me aburrirían todos los años, porque
yo era más próximo a las letras que a la colección de términos aburridos y sin
ningún interés. Busqué un curtido estudiante con años de experiencia, en los
primeros días de asistencia, y resulto todo un éxito para mis proyectos. Se
llamaba Ureña, llevaba seis años matriculado en las más blandas materias de la
Carrera, y cada años entregaba a su padre unos resultados que le mantenían
tranquilo en cuanto el porvenir de su hijo. Me facilitó en pocas palabras lo
que yo necesitaba, las excusas oportunas y la inversión de tiempo justa para
contentar la progresión de mis estudios sin provocar inquietud a mis amados y
exigentes padres.
Como mis padres me habían matriculado
en el curso completo, dividí las materias en dos bloques, las que seguro
aprobaría con el apoyo de Ureña, apuntes y conocimiento e influencia de
profesores conocidos por él, y las que tendría que estudiar a fondo. Haciendo
cálculos supe que tardaría ocho años en completar mis conocimientos y conseguir
el título de licenciado.
Ureña consiguió como compensación
una guitarra española, que le fuera útil para sus juergas con los tunos, motivo
fundamental de su estancia en la ciudad de la Alhambra, y una amistad que en
alguna ocasión le facilitaría coartadas en las visitas de su padre, con mi
presencia, como compañero de estudios y de habitáculo.
Tardé tres semanas en aquilatar
todos estos asuntos, que una vez resueltos me dejó vacío de ocupaciones. ¿Qué
hacer? La verdad es que no me gusta el deporte, ni las actividades artísticas,
quizás solo algo el cine, pero me sobraba tiempo ampliamente. Decidí recorrer
la ciudad y conocer calles y lugares poco visitados, extraña afición a la que
me fui acostumbrando, más llevado por la curiosidad que por un interés
especifico.
Paseé por los jardines del
Generalife y en especial por los de Torres Bermejas, en cuyas umbrías me
acomodaba para dar alguna cabezada y escribir algunas notas que pasaban por mi
atormentada cabeza. Así descubrí que era una persona solitaria, quizás porque
no me implicaba en hacer amigos y bastante menos amigas, quizás por mi timidez
e incluso por mi pereza. Aunque en verdad no me preocupaba mucho, estaba a
gusto con mi compañía y justificaba la ausencia de extraños por una cuestión de
tiempo, quizás ya más tarde haría amigos y me buscaría novias.
Una tarde del mes de Noviembre,
después de dos meses de estancia en la universitaria ciudad, sentí la necesidad
de hablar, de que me contaran cosas y yo a su vez poder relatar inquietudes,
quizás no profundas, pero si que me producían algún desasosiego. Caminé con las
manos en los bolsillos de mi habitual
parca marinera, sin un rumbo fijo, hasta que divisé un letrero que indicaba un
Pub de copas y señoritas llamado “EL SABATTINI” Pasé de largo cuando quería ir
dentro, pero me daba vergüenza entrar porque me podían ver. ¿Pero quién me
vería? Muy pocas personas me conocían, y además me apetecía entrar, aunque
jamás había entrado en un lugar como este. Así que giré sobre mis talones y
volví, en una maniobra tan forzada que cualquiera que me viera se sorprendería
de mi brusquedad e indecisión.
Me apoyé en el asa de entrada y
empujé, pero la puerta estaba bloqueada, la solté, y rojo de vergüenza me dispuse a continuar mi recorrido. Entonces
la puerta se abrió en el sentido contrario y apareció una cara de mujer que me
llamó y con la mano me indicó el interior. Ya no tenía remedio, me introduje en
el garito y me cegó su oscuridad y llamo la atención el olor a cerrado y a pipi
de gato. Antes de que pudiera reaccionar, la mujer que me abrió la puerta, me
sujeto del brazo y me empujo hacia la barra. Me senté y ella a mi lado. Era
bajita y rellena de carnes prietas, llevaba puesto un traje rojo muy escotado y
algunos abalorios en cuello y muñeca. Al sentarse en el taburete enseñó las
rodillas y unos muslos de carnes blanca y duras embutidas en unas medias
cristal. Procuré no mirarla con descaro, y le pregunté con voz entrecortada, su
nombre. Ella sonrió y me dijo cualquier nombre, después de corrido, algunos
datos biográficos que no le presté mucha atención, pero que me tranquilizo por
ocupar ese tiempo de charla.
Después pidió una copa de un
cóctel de champán, no sin antes preguntarme si le invitaba, y yo pedí un coñac
103 para demostrar mi adultez. Hablaba bastante y eso me gustaba, porque yo
respondía con monosílabos y el esfuerzo era de ella y no mío. Quizás lleváramos
media hora juntos, cuando ella me pasó la mano por la bragueta y me
preguntó como estaba mi manolito,
respondí aturdido que muy bien, pero ella ya supo que yo era virgen y que no
sabía del asunto nada. ¿Prefieres charlar o follamos? Le respondí que quizás
otro día, pagué y me fui.
Esta misma escena la repetí
varias veces, siempre con la misma chica, que ya me dijo su autentico nombre, Angustias.
Y conforme los días pasaban fuimos creando mayor confianza entre nosotros, ya
que dos veces en semana daba para mucho, según mi escaso parecer y disposición
económica. Ella tomó la iniciativa al cuarto o quinto día que nos veíamos,
contándome que era de un pueblo cercano, La Gábia y que tenía una niña de seis
años, la cual le daba alegría y una necesidad de alimentarla. Que el padre
estaba en Alemania desde hacia dos años
y que aún estaba esperando recibir algo de dinero. Había sido peluquera, pero
que sus padres no le habían ayudado, motivo por el cual había tenido que elegir
esta vida, pero que ya pronto lo dejaría.
Cada día que salía del garito, me
imaginaba salvándola de la vida
pecaminosa que llevaba, y ayudándole a educar a su hija, lo cual no quitaba que
en la soledad de la noche mi fantasía llegara al orgasmo onanísta. Cuando ella
agotó las noticias de su vida, me requirió contarle de donde venía y que hacia
allí, entonces comencé a cimentar mi vida de escritor. Una profusa y alocada
fantasía comenzó ha salir por mi boca, además sin dificultad y sorpresivamente
sin titubeos. Eran tan fantasiosos los relatos que en algunos momentos tenía
que parar porque la risa me llenaba la garganta y el corazón. Como la cosa
tomaba cuerpo, y cada día mi disposición a contar fantasías aumentaba, quise aumentar
mi permanencia con ella, pero me dijo que media hora una consumición. Me quité
alguna comida y usaba los ahorros para estar con ella, pero me sentí débil y
por puro sentido de supervivencia volví a la casa de comida. Espacié mi
asistencia al Pub, con diversas excusas, por temor a que no quisiera acudir a
nuestras citas y le propuse que me recibiera en su casa. Lanzó una ruidosa
risotada que me dejo confuso y algo desilusionado, me aseguro que estaba
prohibido por sus jefes.
Pensé en que quizás mis padres
fueran comprensivos y aceptarían que me casara. Busqué a Ureña y le conté mis
circunstancias y mis planes, ya que siendo un hombre de mundo, sabría si mi
disposición era sensata o una pura locura, algo que yo sospechaba. Pero
realmente me había enamorado, no se si de Angustias o de mis relatos
fantasiosos. Ureña me soltó un cogotazo de advertencia y con eso recibí su
opinión. Pero no solo eso, sino que realmente preocupado por mis afinidades y
fijaciones, localizó al habilitado y le hizo participe de mis desvelos.
Aquel fin de semana
inesperadamente se presentaron mis padres, recogieron mis bártulos y abandone
los estudios de Farmacia. Nunca más supe de Angustias, ni estudie Farmacia, ni
volví ha tener relaciones con mujer alguna.
Permanecí aislado escribiendo fantasías y
soñando con un mundo que me era ajeno, pero que me divertía en demasía.
INDALESIO Julio 2013