Las
puertas plegables del garaje comenzaron el ritual de abrirse, con
algún brusco tirón por el roce con el suelo. Apareció la figura de
un niño de no más de diez años, que ejecutaba con conocimiento el
pliegue de las hojas de la enorme y desvencijada puerta de madera que
cerraba el lugar donde se guardaba el viejo y destartalado Ford
modelo Cuba. Cuando las puertas estaban completamente abiertas y
sujetas con unas piedras para evitar que se cerraran, se oyó el
ronquido repetido de un motor de explosión cuando quiere ser puesto
en marcha. Una tenue nube de humo blanco sale con fuerza por el
escape del vehículo, que lentamente sale del garaje marcha atrás.
Después las puertas comienzan a ser plegadas y zarandeadas para
poder cerrarlas, hasta que la figura del niño desaparece cuando la
batiente central termina por ser empujada y ajustada con firmeza,
oyéndose el sonido de un cerrojo que se desliza para asegurar su
cierre.
El
coche continúa delante del garaje humeando, hasta que dos figuras
humanas aparecen por la cancela de la derecha. Son una mujer adulta,
alta y cubierta con un abrigo que le llega hasta media pierna, y el
niño que realizó la operación de las puertas del garaje. Va
vestido con pantalones cortos y calcetines hasta debajo de las
rodillas y unos zapatos con suela de goma que le hace andar con
pequeños saltos. Cuando todos están dentro, el coche hace un giro
marcha atrás en la explanada y comienza el recorrido hacia su
destino.
El
conductor guía con prudencia el vehículo, quizás por su poca
habilidad ya que entrecruza las manos torpemente sobre el volante al
girar en las pronunciadas curvas de descenso, y también se oye
rascar la caja de cambio porque le cuesta apretar a fondo el
embrague, como muestra las muecas que realiza con la boca.
Al
fin llegan a su destino, con un viaje corto de no más de veinte
minutos realizado con parsimonia y que muestra el talante tranquilo,
prudente e inexperto del conductor. Cuando bajan del coche, forman
una familia que se dirigen a los servicios religiosos del Domingo, ya
que el padre lleva en su mano un libro con los preceptos religiosos
de la ceremonia. La madre despliega un velo negro sobre su rubia
cabellera, y lo sujeta con dos pasadores. Ambos sujetan al niño con
sus manos y se dirigen con paso decidido hacia la catedral, saludando
con sonrisas y movimientos de cabeza a sus conocidos. Al llegar a la
escalinata majestuosa de la catedral se detienen y forman el pasillo
para cuando pase el Cardenal. El niño se entretiene mirando las
personas que se agrupan alrededor y comparando con sus padres, a
veces se siente orgulloso y otras hace disimulo, pero poco de lo que
ocurre a su alrededor le pasa desapercibido. Cuando llega el Cardenal
se escucha un murmullo, es hombre muy admirado y respetado en la
ciudad, camina con paso corto aprovechando el fervor católico, y
bendice a diestro y siniestro antes de acercarse y hablar con sus
feligreses. Cuando llega a la altura de nuestra familia se detiene,
cambia su expresión y se dirige con diligencia hacia ellos, el padre
se agacha para besar el anillo pero la mano se retira, la madre hace
una inclinación en señal de sumisión y el niño queda indeciso
entre ambos.
Se
oye la voz del Cardenal y se ve el movimiento de la mano, que con
deliberado interés advierte: “ No quiero volver a recibir misivas
suyas solicitando autorización para leer libros catalogados por la
censura eclesiástica, no entiendo como un cristiano puede leer
libros de catadura moral tan dudosa como los de Flaubert”. Después
de hablar se da la vuelta e ignorando al resto entra con paso
decidido y enérgico por el pórtico de la Catedral.
Nuestra
familia se queda quieta, mientras las personas que la rodean los
miran con caras de desprecio y condena. Al final se dan la vuelta y
se dirigen a recoger el viejo Ford modelo Cuba, mientras la madre
recrimina al cabeza de familia la fea costumbre que tiene de leer
libros extraños, y la vergüenza que le hace pasar ante toda la
comunidad católica por sus vicios. El niño mira hacia arriba
buscando un gesto de la cara de su padre, y aunque no lo encuentra,
le coge la mano y adopta el mismo gesto adusto del padre.
INDALESIO 10/11/2018