La vida cotidiana en mi barrio era bastante aburrida, muchos abuelos que practicaban paseos cortos y cinco niños que no tenían interés en el juego de pelota o en las canicas, únicas aficiones que practicábamos los zagales. Las niñas solo dos, en la sombra con su eterna rayuela Así que conseguía pasar el tiempo con la observación detenida de la vida de los adultos, que aunque era lenta y con un ritmo apagado, me resultaba entretenida. Cada día rellenaba una hoja de un cuaderno que había conseguido por el buen hacer de mis calificaciones académicas, y usaba la mitad de cada hoja en escribir lo que yo consideraba diversión de los abuelos, y la otra mitad dibujaba alguno de lo atributos que me parecían más relevante de mis queridos adultos. La primera hoja llamaba la atención el dibujo, por el uso exagerado de colores y por unas formas desproporcionadas de su anatomía que con dificultad podían identificar con un ser humano. Erika parecía caminar balanceando todo su cuerpo, sobre todo porque sus piernas tenían un exagerado arqueamiento en varo de ambas rodillas. Llevaba un canasto de caña y una pala metálica en su mano izquierda. Siempre que nos veíamos entreabría su boca desdentada como forma de saludo, luego bajaba su testuz y seguía su camino. Un día me acerqué para ver el contenido de la cesta y cuando lo vi me sorprendió, eran cagajones de caballo. Pedí explicaciones a mi padre de tan extraño comportamiento y contenido, y riendo me contó que Erika los usaba para abonar los geranios negros que poblaban su jardín. Exageré la nota con algunas arcadas y pidiendo a mi madre no hacer lo mismo con nuestra macetas de geranios. Pude pintar esa figura de Erika con mucha dificultad y en verdad pudiera ser cualquier vecino, pero me forcé destacando lo más relevante de su imagen que por cierto era además de la cesta y la pala, un cíngulo que le apretaba bajo los pechos que le hacia destacar sus atributos, si bien caídos por su provecta edad. Y aunque planteaba aún más dificultad, usé carboncillo para destacar en difuminado las siluetas de los pies, que no fui capaz de definir les. Pero si pude hacer una detallada descripción del calzado, jamás había visto unos iguales, la lengüeta superior del botín era de cuero y se fijaba con un cordón pasante horizontal, la lengüeta superior se sostenía con una costura a la suela de esparto y con cada paso se escuchaba un sonido rechinante del cuero al estirarlo. Llevaba el pelo cortado al nivel de las enormes orejas y sujeto con una cinta en el lado derecho, un movimiento permanente de su barbilla hacia llamar la atención. Caminaba oscilando con movimiento lateral, cuando entraba en su jardín de escuchaba el roce de los chinos al aplastarlos con su peso y alpargata. Sabía que pasado varios minutos volvería a salir al jardín y que llevaría un platillo de los de café con unas natillas amarillentas que dejaba en el asiento de un banco de madera, mientras me buscaba con la mirada y su eterna oscilación de barbilla. En la otra parte de la hoja era mucho más difícil poder explicar que era lo que quería contar, con la goma de borrar había hecho un surco arañando el grafito sobre el papel, ya que había iniciado con demasiada duda lo que quería representar, pero después de muchos intentos y sabiendo que me quedaba poco espacio para desarrollar la idea que tenía, decidí acabar este primer relato agrandando el titulo que sería Pensión Alemana, que era la casa y pensión donde vivía mi primer personaje del cuaderno. ERIKA KESSLER.
INDALESIO