Como cada mañana, me
despertaba mi madre sentándose en la orilla de mi cama, diciendo
palabras dulces y con tonos cariñosos. Abría los postigos de las
ventanas del dormitorio de los niños, zarandeaba a mis hermanos y le
pedía se incorporara, luego se sentaba junto a mi y me frotaba la
espalda. En verdad tenía una especial dulzura para conmigo, quizás
porque era el más pequeño y porque desde mi nacimiento había
tenido algunas dificultades de salud. Pero tenía que levantarme a la
misma hora que mis hermanos, ya que ellos eran responsables de
acompañarme hasta la puerta del colegio y no les podía hacer
esperar. Madre después de esos gestos de afecto, me sujetaba la
pesada cabeza y me giraba el cuerpo para dejarme sentado en le borde
de mi cama, me quitaba el pijama y me calaba la ropa del uniforme del
colegio. Cuando terminaba, yo aun permanecía dormido y la cabeza
colgando hacia un lado, entonces madre pasaba al cuarto de baño,
mojaba una toalla y frotaba mi cara, ahora si que despertaba saltando
de la cama e hipando por lo fría que estaba el agua. Un vez
despierto me empujaba al baño y me daba el cepillo y la pasta
dentífrica para que frotara mis diminutos dientes, me miraba en le
espejo mientras ella con un peine me alisaba el pelo, mojando la
erecta coronilla de mi cabezota. Luego ella sabía que solo me sacaba
la churra y hacia pipí sentado como ella me había enseñado. Mi
madre me dejaba camino de la cocina mientras les gritaba a mis
hermanos para que se levantaran, algo que realizaban entre protestas
pero con bastante disciplina como nos había enseñado nuestros
padres.
Cuando llegaba a la
cocina ya teníamos sobre la mesa de mármol los cuencos medio llenos
de una humeante leche, mi padre sentado a la cabecera de la mesa leía
el periódico que crujía con frecuencia para enderezarlo, yo me
acercaba a la derecha de mi padre y esperaba, entonces doblaba las
enormes hojas de papel y lo sujetaba con la mano derecha mientras la
izquierda se dirigía hacia mi cabezota y volvía a remover mi
rebelde pelo. Después como únicas palabras me indicaba sentarme y
beber el espeso liquido blanco recientemente hervido. Giraba sobre
los talones de mis zapatos Gorila y quitándome la mochila que solo
contenía unos lapices y un cuaderno de hojas cuadriculadas, me
sentaba en la silla. Como tenía poca fortaleza arrastraba la silla
que tenía asignada, y como cada día mi padre protestaba para que
evitara ese desagradable ruido. Le miraba con cara de pedir
disculpas, y mis hermanos no se andaban por las ramas y golpeaban con
una pescozón mi cabeza. Bueno pues con ninguna de estas acciones yo
decía palabra alguna, incluso mis hermanos me llamaban Indalesio el
mudíto, y a veces se reían entre ellos por mi ausencia de palabras
aun en las condiciones más adversas. Cuando terminaba de beber la
leche, cogía el bollo con mantequilla y azúcar envuelto con papel
de aluminio y lo metía en la bolsa mochila, luego esperaba a mis
hermanos para que me acompañaran a la parada del tranvía.
INDALESIO