Tenía la costumbre de
recibir a sus pacientes tumbado en una cama amplia, de colchón duro
y sin almohada. Siéntense, por favor, decía señalando unos
sillones tipo calzador que se encontraban en el lateral del somier
mientras doblaba el embozo de la sábana con la que se tapaba a pesar
de estar vestido. Se ponía un gorro blanco de cirujano en un intento
de conciliar la postura poco ortodoxa que adoptaba con el venerable
oficio que profesaba. No era siquiatra sino traumatólogo por lo que
al poco rato tenía que levantarse para realizar las exploraciones
que ejecutaba con pericia, empezando la consulta propiamente dicha;
eso sí, acompañado de una burocracia espesa que él mismo se
encargaba de rellenar.
Había
ideado gran variedad de tampones con los que imprimía el formulario
más adecuado a cada caso. Escogía una de esas almohadillas de base
amplia, la miraba con atención durante unos segundos, la empapaba de
tinta roja y tras estamparla en el papel leía los epígrafes en voz
alta dirigida al paciente. Después de la filiación recogía datos
que a veces parecía que no tenían nada que ver con la medicina pero
que él se encargaba de explicar. Si le pregunto que si va mucho al
cine es por conocer el tiempo que permanece sentado, condición que
se relaciona con las enfermedades de columna y si indago sobre lo que
lee es por identificar su personalidad ya que los intelectuales
suelen ser sedentarios. Después del pesado trámite se sentaba en
una gran mesa a la que acudían varios ayudantes que entablaban una
conversación ajena por completo al caso.
Como no creía que
pudiera existir un médico tan extravagante acompañé a un amigo que
tenía un problema de rodilla y todo ocurrió como se relata, hasta
el punto de que una de las colaboradoras que me conocía me preguntó
por mi familia como si estuviéramos en tertulia. La cosa se podía
haber alargado si un paciente que esperaba fuera no asoma la cabeza
por la puerta preguntando: ¿falta mucho? Ya terminamos contestó el
doctor con un gesto de resignación como diciendo ¡qué le vamos a
hacer! dirigido al nuevo cliente mientras continuaba con nosotros. No
se puede uno entretener, la gente tiene prisa y luego pasa lo que
pasa, se justificó. Nos despedimos después de que mi amigo abonara
la suculenta minuta que fue recibida con alegría por el doctor que
se colocaba el gorro al tiempo que se metía en la cama y gritaba
¡que pase el siguiente!
CIRANO