viernes, 2 de septiembre de 2016

EL TRAUMATÓLOGO





Tenía la costumbre de recibir a sus pacientes tumbado en una cama amplia, de colchón duro y sin almohada. Siéntense, por favor, decía señalando unos sillones tipo calzador que se encontraban en el lateral del somier mientras doblaba el embozo de la sábana con la que se tapaba a pesar de estar vestido. Se ponía un gorro blanco de cirujano en un intento de conciliar la postura poco ortodoxa que adoptaba con el venerable oficio que profesaba. No era siquiatra sino traumatólogo por lo que al poco rato tenía que levantarse para realizar las exploraciones que ejecutaba con pericia, empezando la consulta propiamente dicha; eso sí, acompañado de una burocracia espesa que él mismo se encargaba de rellenar.
Había ideado gran variedad de tampones con los que imprimía el formulario más adecuado a cada caso. Escogía una de esas almohadillas de base amplia, la miraba con atención durante unos segundos, la empapaba de tinta roja y tras estamparla en el papel leía los epígrafes en voz alta dirigida al paciente. Después de la filiación recogía datos que a veces parecía que no tenían nada que ver con la medicina pero que él se encargaba de explicar. Si le pregunto que si va mucho al cine es por conocer el tiempo que permanece sentado, condición que se relaciona con las enfermedades de columna y si indago sobre lo que lee es por identificar su personalidad ya que los intelectuales suelen ser sedentarios. Después del pesado trámite se sentaba en una gran mesa a la que acudían varios ayudantes que entablaban una conversación ajena por completo al caso.
Como no creía que pudiera existir un médico tan extravagante acompañé a un amigo que tenía un problema de rodilla y todo ocurrió como se relata, hasta el punto de que una de las colaboradoras que me conocía me preguntó por mi familia como si estuviéramos en tertulia. La cosa se podía haber alargado si un paciente que esperaba fuera no asoma la cabeza por la puerta preguntando: ¿falta mucho? Ya terminamos contestó el doctor con un gesto de resignación como diciendo ¡qué le vamos a hacer! dirigido al nuevo cliente mientras continuaba con nosotros. No se puede uno entretener, la gente tiene prisa y luego pasa lo que pasa, se justificó. Nos despedimos después de que mi amigo abonara la suculenta minuta que fue recibida con alegría por el doctor que se colocaba el gorro al tiempo que se metía en la cama y gritaba ¡que pase el siguiente!

CIRANO