sábado, 14 de diciembre de 2019

ESCENAS DIVERTIDAS






Año de 1966, acabados los estudios elementales y aceptado en la Universidad, me propuse pasar un verano glorioso y de lo más divertido, claro que tendría que buscar compañía porque divertirse solo no deja mucho margen para alegrarse. Mi padre que no se fiaba un pelo de su hijo por experiencias previas, le propuso un plan propio de personas inteligentes, ayudaría a mi tío Francisco en la clínica Santa Clara, así comenzaría su larga y abigarrada experiencia en el mundo sanitario. No me gustaba mucho la idea porque restaría tiempo para poner en valor mi planificación de diversión, pero dos acontecimientos ayudaron a aceptar el encargo de mi padre, uno era que me retribuirían simbólicamente con cincuenta pesetas mensuales, y lo otro que mi principal amigo del barrio y a la sazón pariente próximo tendría que estudiar en la vacaciones por fracaso escolar. Así que el primer día del mes de julio, me coloqué una enorme bata de mi padre que me hacía parecer adulto y unos zapatos deportivos blancos de tela de mi hermano mayor que me quedaban ajustados pero soportable, me miré en el espejo y me pareció interesante y muy profesional, con esa aprobación y el visto bueno de mi madre que no pudo remediar una tenue sonrisa, me lancé a mi primera experiencia laboral. Rechacé la oferta de mi padre de llevarme en su coche, todos le huíamos por lo mal que conducía, y salí de villa Candela con pasos poderosos y seguros, en menos de diez minutos me encontraba en la puerta de la clínica, tiré de un mango seguido de un cadena y sonó un tintineo al fondo de la casa, en breve me encontré acompañado de otro muchacho no mayor que yo que no paraba de observarme y que según me dijo se llamaba Paquíto y era hijo del jardinero, portero y celador. Me acompañó hasta el despacho del Director y me abandonó en la puerta, me dijo que no tardaría pero pasé allí toda la mañana aburrido como una mona. Al fin apareció jurando en arameo “por la puta fractura de rotula” y me saludó con un escueto “Hola”. Me citó para el día siguiente y se encerró en su despacho. En casa todos esperaban para que les contara como había ido el primer día de trabajo, pero me negué salvo con mis padres que no tuve más remedio de contarle todo. Mi padre me pidió paciencia y tolerancia con las rarezas de mi tío y magnifico cirujano . El día siguiente fue calcado al precedente, mi extraño tío no compareció, pero no me quedé allí, busqué al joven hijo del celador y le pedí me enseñara los contornos de la clínica, me miro en hito y asintió con la cabeza. De forma divertida me enseño todo los recovecos del edificio, cuando me señaló un sótano que según él era rehabilitación, me acerqué con precaución y por un ventanuco me asomé, una pareja, hombre y mujer estaban en buena coyunda con enormes jadeos y gritos sordos. Paquíto se fue corriendo porque al parecer era su padre, yo por contra ignoraba que era eso y que hacían, que al parecer se pegaban y gritaban de dolor. Me quité la bata y me fui a mi casa, no tuve más remedio que contarle a mis padres lo acontecido, ellos me libraron de continuar con mi asistencia a la Clínica y buscaron una excusa para con mi tío. Por aquellos días tuve una larga conversación con mi padre, que me puso al día de algunos aspectos que yo ignoraba, sobre las relaciones entre los seres humanos, y la deformada explicación que nos suelen dar en los colegios y en las familias.


INDALESIO  

martes, 19 de noviembre de 2019

UN MAL TROPIEZO








Cada jueves de la semana habíamos decidido salir a caminar, por varios motivos y el principal era mi precaria salud que me obligaba a realizar ejercicios físico para poder controlar mis impotencias. El grupo que se formo era muy agradable, no más de cinco y todos del mismo gremio, sanitarios. El lugar elegido, el camino de los Almendrales, lugar habitual pero no único. El grupo se formó por iniciativa de los más mayores, en especial del generoso profesor y lector de las mentes, que cuido siempre de que la armonía y equilibrio de nuestras podridas mentes estuvieran controlada por la rectitud de sus sabios consejos. El otro pilar del grupo igualmente era quien suministraba el espíritu filosófico, y aunque se empeñaba que ese espíritu era de filosofía barata, a mi siempre me pareció divertido y riguroso en sus planteamientos.
Este relato lo construí hace más de dos años, cuando aun mis torpezas estaban controladas por medicación y por los muchos ejercicios que realizaba casi a diario. Como ya podéis imaginar estas notas no van dirigidas a nadie ni representa situaciones peculiares, solo deseaban contar una historieta para hacer trabajar esa parte de mi cerebro que estimulan los instintos cognitivos. Pero como suele pasar, una vez que mejoré de mi enfermedad, me lancé a pecho descubierto a los ejercicios para el desarrollo físico, gimnasio tres días y de nuevo paseo por el monte. El jueves quince de octubre salimos desde los inicios del sendero que solíamos recorrer, íbamos con buen humor y gestos de complicidad, la temperatura era aún muy agradable sin sobrepasar los veinte y seis grados. Solo escuchábamos el ocasional grito de la tórtolas y un silencio muy acogedor, pero ese no era mi día, ni diría que tampoco era el de mis compañeros. No llevaríamos más de media hora cuando bajando un pequeño balate perdí contacto con el pie derecho y se torció el tobillo, escuché el sonido de desgarro del pie dentro de la bota y me senté para lamentarme. Pocos minutos después el tobillo se inflamó y me quedé incapacitado. Intenté caminar con la ayuda de los bastones, pero dolía mucho. Me explore quitándome la bota y supe que no estaba roto el hueso, pero si los ligamentos externos del tobillo. Me volví a colocar la bota, ante el riesgo de que tuviera dificultad para que entrara de nuevo en el calzado. Me ayudaron a levantarme para buscar la forma de evacuarme de aquel lugar, el maestro filosofo se colocó a mi izquierda y el terapeuta mental a mi derecha, al estabilizarme para incorporarme fallaron las manos del filosofo y caí a plomo sobre un voluminosa piedra y sentí un fuerte dolor. El terapeuta le reprochó al filosofo su debilidad y el ocasional daño que me podía haber hecho, aunque me recuperé con cierta prontitud un poco alarmado por el rostro de reproche que apareció en la cara del filosofo. Se dijeron algunas lindezas con demasiada agresividad aunque en el descenso intenté transmitir sosiego sacando temas inocentes y banales. Aquella historia acabó bien para la recuperación de mi tobillo que en tres semanas podría volver a mis actividades físicas, pero mal para mis amigos que aun se guardan rencor de forma incompresible y continuada.

INDALESIO

miércoles, 30 de octubre de 2019

LLAMADA TELEFÓNICA









Escuché el irritante sonido del teléfono de baquelita del pasillo de la casa y le dejé sonar durante unos minutos, pero aquel artilugio no cesaba de repiquetear, así pues decidí que debería cogerlo antes que causara un conflicto con mi padre. Corriendo con la única protección de los calcetines atravesé el salón y llegué al pasillo donde estaba ubicado el jodido aparato de comunicación. Lo descolgué y escuché el clic de colgar al otro extremo del auricular, dejé caer el auricular a la vez que aparecía mi madre con cara de preocupación.
 - ¿Quién era?
-No sé llegué tarde. Lo siento
Volví a la sala donde escuchaba la radio con un sonido amortiguado por un trapo del polvo que cubría todo el aparato de audición para no molestar a mis padres, cuando me senté y elevé el sonido se escucho en la distancia de nuevo el sonido del teléfono. En esta ocasión no lo dudé corrí sin dilación empujando todas las puertas que me encontraba por delante , llegué acelerado y descolgué el auricular. Después de saludar y preguntar quién era me quedé sorprendido,cuando contesto parecía yo mismo por el tono de la voz y por las preguntas que solía hacer. No fui consciente de lo mucho que se parecía aquella voz con la mía , separé el auricular y de forma infantil miré en aquel objeto algo que pudiera justificar las respuestas que se hacían con mi propia voz . Luego lo solté con un gesto de violencia cayendo entre mis piernas de forma caprichosa , me quedé atenazado y sorprendido apoyado contra la pared. Poco a poco me volví acercar porque se oía un suave parlancheo de fondo , sujeté el auricular y lo miré con detenimiento, nada me parecía anormal, salvo que la voz que hablaba era la mía. Aquella voz cuando la acerqué a mi oreja se fue aclarando sin perder el tono que era exactamente como el mío, presté atención y le escuché, me llamaba por mi nombre . Pasaron unos minutos durante los cuales siempre repetía lo mismo , Armando me de valor contesté con un timorato “ si soy yo” Separé el auricular con miedo , cuando fui consciente del gesto lo volví acercar , entonces escuché la voz, mi voz, que me preguntaba si saldría aquella tarde .Yo respondí preguntando con el quien eres y no una vez sino varias , pero volvía siempre a la pregunta de Armando me da valor . Luego cambio la pregunta, y repitió si saldría aquella tarde. Sentí un escalofrío de puro miedo y ya no me atreví a decir nada, pensé que hacer, aquello no me parecía normal pero sentía cierta curiosidad. Me vino a la mente la posibilidad de que fuera un fenómeno paranormal parecida a la sinestesia , o en su defecto un imitador de voz , pero yo no conocía ninguno. Cuando decía esto recordé a mi amigo Fernando,  era un imitador buenísimo 
con algunas voces, en especial las de tono grave como era el mio. Entonces grité , imbécil .
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sábado, 21 de septiembre de 2019

MARÍA LA DEL GARAJE







Aquella mañana amaneció con un sol radiante, normal porque era el mes de julio y en esta ciudad siempre hace una luminosidad muy agradable, precisamente por eso le llaman la Costa del Sol. Vivo cerca de la ciudad en una barriada de casas unifamiliares de una burguesía rancia y rica, y cuya composición social esta formada por algunos nacionales emigrados de la comarca de Camero, y un nutrido grupo de burgueses extranjeros emigrados de las nacionalidades de Europa. En total no sobrepasan las veinte casas y familias, todas las casas con un generoso jardín y ausencia de niños y jóvenes que pudieran hacerme compañía. Así que mis padres decidieron enviarme a realizar los estudios pertinentes de bachiller superior a la cercana ciudad de Granada donde bajo la tutela de los religiosos de San Cosme me licencie con suficiencia. Pero los periodos vacacionales me reintegraba a la vida familiar de nuestra soleada y bella ciudad de Málaga, donde me aburría como una ostra. Cada mañana me levantaba y mientras desayunaba meditaba que faena podría organizar para ocupar el dilatado día del estío. Al terminar el desayuno completaba el aseo y salía de casa para sentarme en el muro del llano donde esperaba que fuera la hora para ir a la playa con mi madre. A veces ideaba identificar el ruido del motor de un auto y esperaba que pasara para averiguar si había acertado, pero esa mañana el sol era intenso y me sentía torrar mi rapada cabeza. Así que decidí acercarme a la empinada cuesta que daba acceso al llano de entrada de la casa de mis padres, cuando llevaba recorrido la mitad del trayecto me llamó la atención que de la puerta del garaje salía una tenue cortina de humo, raro porque ni se usaba para guardar coches ni cualquier otro uso. Llamado por la curiosidad me acerqué despacio haciéndome el distraído e incluso lance un tenue silbido para que no me sorprendiera algo pecaminoso, pero fue inútil, solo pude apreciar el humo negro que por un angulo de la puerta buscaba la verticalidad. Cuando llegué a la altura de la puerta me separé para no ser sorprendido, pero con la cabeza girada hacia la derecha para poder apreciar que era lo que pasaba detrás de la enorme puerta. Estaba entornada y dejaba una separación en el último pliegue del fuelle de la puerta y por el angulo superior salía el humo. Alejado fui abriendo el angulo de visión conforme me desplazaba hacia la izquierda hasta que pude ver su interior, pero como estaba orientada al sol de levante la sombra no me dejaba ver. Inicialmente decidí irme hacia mi casa, pero hacia la mitad del camino, la curiosidad me hizo volverme para ver el interior del garaje y el origen del humo. Cogí un palo de forma instintiva y apoyándome en él me dirigí con diligencia hacia la puerta del garaje, volví a separarme de la entrada y avizore el fondo del habitáculo. Tarde unos minutos en acoplar la intensa luminosidad a la oscuridad del interior, entonces y aún sin saber que era lo que me iba a encontrar me acerqué hacia la apertura, conforme me acercaba iba distinguiendo los bultos del interior, pero sin poderlo definir, hasta que llegué al portón. Entonces echándole valor use la voz para preguntar quien había allí dentro. Considerando que solo tenia doce años perdí el miedo y avancé hacia el interior, pude observar un bulto envuelto en una manta y la zona desde donde salía el humo. Eran unos troncos en rescoldo quizás húmedos que lanzaban una gran cantidad de humo y también había prendido una de las esquinas del enorme bulto. Con el palo que llevaba empuje el bulto, pero no conseguía identificar el contenido del objeto. El resto de la habitación estaba vacía, salvo una goma de rueda apoyada sobre una de las paredes, el resto era suciedad y un severo olor pestilente que oscurecía todos mis sentidos. Insistí con el bulto pero seguía sin poder saber de que se trataba , me pegué a la pared y le miré hacia el costado anterior del bulto, entonces me dí cuenta de que era una persona y di un salto que me hizo caer de culo en mitad del garaje, me giré y realicé un escorzo que me hizo ponerme en pie y corrí como un poseso hacia la puerta. Desde la puerta e hipando corrí hacia mi casa desaforadamente, hasta que me encontré de frente con mi padre. Le conté lo que había visto y algo más de imaginación fruto de mi estado de excitación, me miró con dudas y me dijo: - Espero que no sean fantasías tuyas. Con agitación insistí en que había visto una persona y que estaba ardiendo por uno de sus extremos. A pesar de las dudas de mi padre decidimos ir ambos a ver que era lo que pasaba, me sujeto del hombro y me pidió cautela y tranquilidad. Recorrimos el llano, le señalé el garaje y el humo que salía por la puerta, y ambos nos precipitamos hacia el interior. Agarró el bulto y tiro de él hacia fuera, apago la humeante manta y lo acercó a la puerta. Entreabrió las hojas de la puerta y deslió el bulto, yo me separé de aquella figura que para más inri era una mujer consumida por el fuego y posiblemente por la indigencia. Muy alarmado mi padre me ordenó me fuera a casa y me pidió le dijera a mi madre que llamara a la policía. Un par de horas después llegó la autoridad pero yo me encontraba clausurado en mi habitación y con los consuelos de mi madre que aún me consideraba un niño pequeño. Ese fue mi primer cadáver y no el último. Se trataba de una indigente que vivía de la limosnas de los vecinos del barrio, le llamaban “María la del garaje”, había sufrido mucho durante la guerra civil ya que perdió a su marido y a sus dos hijos. Desde que acabo la guerra hacia algunos encargos para los vecinos y mal vivía en garajes y casas abandonadas. Aquella noche lloré solo en mi habitación, porque aprendí lo que el destino les deparaba a los perdedores y miserables.
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sábado, 24 de agosto de 2019

MI MÚSICA






Mi padre era un amante y aficionado de muchas cosas, quizás la que más le despertaba pasión era la música. Cada día después del almuerzo se sentaba en su butaca preferida, sintonizaba la música clásica en el armatoste a lamparas que tenía junto a su cabeza, y reposaba con un pañuelo bajo el ojo derecho sujeto con su misma mano. Luego se escuchaba un leve pero intenso ronquido y la música pasaba a un segundo plano. Yo sentado enfrente le miraba y observaba cada sonido que compartía con la radio, el caso es que me gustaba bastante más el sonido de la música clásica que los ronquidos que emitía la garganta de mi padre. Cuando despertaba, se agitaba y frotaba con la mano de apoyo y comentaba : Magnífico concierto . Yo sonreía y él me guiñaba como signo de complicidad. Quizás había cumplido los doce años, cuando mi padre me comentó que había conocido al catedrático de guitarra del conservatorio y que habiéndole parecido un gran persona y un genial docente, con método propio de enseñanza, merecía la pena que lo aprovechara para que me enseñara el manejo del laúd, ya que mi hermano que tenía mejores condiciones musicales aprendería el uso de la guitarra. Me quedé perplejo porque aunque entre hermanos no teníamos dificultades, la rivalidad existía y yo deseaba mostrar mis facultades para desbancar su superioridad no solo por la edad sino por mi motivación y ambición. Como siempre ocurría aceptábamos las indicaciones de padre sin rechistar, aunque a mi no me gustara, desplegué la cara de triste y enfadado, e iba suspirando mis penas por los lugares de uso común, incluso tuve el atrevimiento de no escuchar el concierto de la siesta, con mi padre en el “dolce far niente”. Cuando en la noche me cruce con él, metió sus dedos en mi tupida cabellera despeinándome sin más contemplaciones. Fuimos informado por mi padre que el maestro de guitarra vendría dos días a las doce del medio día, y aunque rompía el programa de juegos de la mañana aceptamos sin rechistar las indicaciones de padre. Luego me hizo indicaciones para que fuera al garaje y dentro del coche encontraría una guitarra y un laúd adquirido por mi padre para los menesteres de la formación musical. La guitarra era nueva y estaba reluciente,el laúd era de segunda mano y se notaba el rayado de las uñas del maestro que lo había usado, no me gusto tampoco ese gesto para con mi ambición y llené mis ojos con más lagrimas de lo habitual. Mi padre sacó del bolsillo un juego de cuerdas y dos cejillas y las colocó sobre la caja y el mástil, luego las depositó sobre el sofá y nos advirtió que si queríamos demostrar nuestras habilidades lo hiciéramos ahora y sino cuando viniera el maestro. Yo me lancé sobre la herramienta y con una púa froté las cuerdas sin que el sonido tuviera la coherencia necesaria. Mi hermano con la guitarra demostró tener habilidades naturales y el sonido que sacó era lo más parecido a una melodía. Al día siguiente, media hora antes de la llegada del profesor agarré el laúd y lo abracé, mis pocos años me hicieron pensar que si le mostraba cariño, ella respondería con un sonido como los que escuchaba en la radio. Pero no fue así y yo bien que lo he sentido, porque no conseguí pasar de ser un mero oidor distinguido. El maestro llegó a su hora, iba vestido de negro y con una cinta en el brazo, señal de viudo, portaba un sombrero de ala corta también de color negro, sus ropas lucían manchas y lamparones de diversos tamaños e intensidades. Sacó del bolsillo un paquete de hojas de liar cigarros y escogió una hojilla, luego cuatro o cinco colillas de tabaco y les vació mezclando todos los contenidos, los envolvió en la hoja y encendió con un chisquero. Una columna de humo denso salió de su boca piorreica, deposito el cigarro en el clavijero y agarró el instrumento, cuando escuché el sonido me quedé patidifuso, por la caja de resonancia salia un ruido de una belleza inigualable, y fue entonces cuando supe que jamás llegaría a sacar ese magnifico ruido al instrumento que me había conseguido mi padre, y así lo entendió, lo cambio por la lectura sin limite y bajo su control. Mi hermano consiguió dar una semana de clase, porque el maestro Navas don José murió de una ataque al corazón. Continúo escuchando música y no me pierdo ningún concierto velando el sueño de mi padre.
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sábado, 27 de julio de 2019

ESCENAS DE LA GUERRA DE LOS ESPAÑOLES








He calculado la edad que tendría cuando sufríamos la guerra civil, y eran los siete años. En ese momento paré de aporrear las teclas porque mis ojos se encontraban llenos de lágrimas. Saqué el pañuelo y enjugué ambos ojos, continué no sin antes respirar profusamente para alivio de mi congoja. Luego continué escribiendo aunque me encontraba sobrecogido por una enorme cantidad de recuerdos vividos y padecidos. Cada imagen que me aparecía despertaba los recuerdos más sensibles del almacén de mis entendederas, y también un sentimiento de odio y de repulsa contra los que me hicieron daño, tanto a mí como como a los que formaban parte de mis circulo de familia y amistades. En esta ciudad de Málaga la guerra mantenía ocupado a los adultos, pero los niños no deseábamos ver sufrimientos ni los desatados odios de los que hablaban los mayores, así que nos refugiábamos en lugares donde podíamos jugar a las canicas o mirar el cielo por donde sobrevolaban aviones y proyectiles que nos parecía algo sobrenatural por el lugar que ocupaban. Como eramos niños curtidos en varios años de guerra y miseria, sabíamos cuando nos esperaban para comer y cuando no hacia falta que apareciéramos porque nada había que comer. Esos día nos colábamos en el jardín de Villa Patrocinio y nos sentábamos bajo los naranjos de cachorreñas, nos comíamos tres o cuatro naranjas, con la tripa llena descansábamos durante las horas de mayor canícula. Después arreábamos con los aros metálicos, los más favorecidos, y nos dirigíamos a la casa del cónsul para observar las pasadas que todas las tardes realizaban los aviones, y las descargas de bombas sobre la ciudad, que solo podía defenderse haciendo sonar las las sirenas de aviso para la sufrida población. El viernes ocho de febrero amaneció muy nublado y con bastante frio, mi madre había sufrido algún trastorno y no conseguía hablar pero continuaba organizando nuestra casa, padre salía para conseguir algunas monedas realizando trabajos de enseñanza, era secretario del Instituto Gaona y daba lecciones a los niños de los barrios colindantes y clases particulares a los niños con posición económica más desahogada. Después de un tazón de achicoria con dos gotas de leche, mi padre nos daban recomendaciones sobre los cuidados que deberíamos tener. Yo el más pequeño recibía cuidados e instrucciones especiales, en especial que tenía que estar de vuelta antes de la seis de la tarde con el atardecer. Nos reuníamos en el Jardín de los Monos, aunque siempre se retrasaba alguno de los chavales, y subíamos el Camino Nuevo correteando para que según el orden de llegada proponer lo que íbamos hacer durante el día. Hacía tres meses que no había escuela y solo al final de la tarde cuando volvíamos a casa, mi padre nos sentaba en la sala comedor /dormitorio, y nos contaba episodios de la Historia de España, la mayor de las veces nos quedábamos dormidos apoyados en los antebrazos. Aquella mañana del ocho de febrero llegué el primero a los jardines del Ingles y me gané el privilegio de llamar a la puerta para recibir algunas galletas maría, que después repartía con el resto de la tropa. Aquel día, no salio Reme, la mujer que cuidaba la casa y nos proporcionaba las galletas, sino el propio Inglés con cara desencajada. Nos habló durante un rato en ingles, y nos quedamos mirándole porque ninguno de los nuestros había podido aprender el confuso idioma, pero nos alegró el momento ya que también nos proporciono las deseadas galletas. Luego aquel hombre comenzó a mover los brazos y señalando el lugar por donde habíamos venido, sin más y con los ojos llenos de lágrimas se metió dentro de la casa dando un severo portazo. Un ruido de difícil definición comenzó a oírse e iba en aumento, todos los cuatro chicos nos asustamos y nos refugiamos en los restos de una casa abandonada. Desde allí divisamos una columna de tanques y camiones que se colocaron en formación y que en pocos minutos comenzaron a lanzar bombas y balas en todas direcciones. Cerca, muy cerca de donde estábamos cayeron dos bombas que nos lanzaron por el aire y que dejo inane los cuerpos de mis compañeros de juego. Miré mi pierna derecha y ví roto el pantalón, lo remangué y me quedé horrorizado, tenía un pedazo de carne colgando y un trozo de ladrillo clavado, le saqué y sujeté la herida con la tela del pantalón , me puse de pie y caminé, y milagro podía. El único lugar hacia donde podía dirigirme era al sur, para conseguir alejarme de aquellos salvajes que no paraban de lanzar disparos, corrí por el Camino Nuevo teniendo que pararme de vez el cuando porque se caía la tela que sujetaba la enorme herida. Llegué a la carretera y el panorama era desolador, la mayoría de las casas estaban derruidas y humeantes, yo que aún estaba conmocionado instintivamente me dirigí hacia el oeste quizás el lugar que mejor conocía. Llegué al Hospital de Sangre a la vez que una incesante multitud de gentío corría en dirección contraria a la mía. En la puerta del Hospital caí de bruces a la vez que un celador me intentaba sujetar, me recogió del suelo y me llevo al interior del Hospital. Según me dijo mi padre estuve dos días con fiebre muy elevada y durante ese tiempo me operaron y colocaron una escayola. Tres meses después mi familia fue fusilada, salvo yo que quedé con una severa discapacidad y la necesidad de usar una muleta. Me recogió durante dos años una familia adinerada que jamás manifestó afecto alguno por mi persona y que decidió ingresarme en el colegio de huérfanos de la Misericordia para que enmendara la perra vida que los rojos me habían dado. Luego estuve en una Sanatorio durante diez años curándome de la infección del hueso de la pierna, cuando me dieron el alta busque ayuda pero nada encontré, así que me acogieron en el Cottolengo lugar donde aguardo acabar mis días en la mejor de las situaciones.

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miércoles, 26 de junio de 2019

MARÍA LUISA






No era guapa pero si le gustaba la elegancia, quizás influía que no era alta pero si estaba proporcionaba. Un rasgo facial, una mínima cicatriz de juego en la infancia, le daba una característica muy peculiar, porque iba acompañado de una pequeña contracción del parpado inferior . Lo que más llamaba la atención era los inicios en la conversación con cualquier persona, una sonrisa acompañada las primeras palabras para después seducir ampliamente con los susurro de sus frases. Siempre y con todos, nos dejaba perplejo con el severo contenido de su conversación y con la dulzura de las maneras.
Pero bueno no escribo esto para contar las beldades de María Luisa, sino la historias de los hechos que acontecieron en la vida de esta mujer, y que tanta influencia tuvo en los que convivimos con ella. Por motivos del azar y la necesidad la conocí en la Universidad, fue en una taberna donde realizábamos los encuentros y que se llamaba Natalio, allí comenzamos el compromiso político teórico para prepararnos para la lucha contra el franquísmo. Y como no, la responsable de la acción política era María Luisa, que tenía una elevada formación ideológica y una condiciones innatas para despertar el compromiso de todos los inquietos muchachos que nos parecía necesario que las cosas cambiaran en nuestro país. He de confesar que no me llamó la atención hasta que comenzó la perorata habitual de los círculos comunistas y seguidores de Marta Harnecker, fue entonces cuando quedé prendado y seducido por la habilidad del uso del verbo. Al terminar me acerqué y un compañero me presentó. María Luisa iba con un tipo que la sujetaba del codo y que no parecía tener relación alguna con ella, sobre todo por su pinta de pijo. Según me dijeron era su marido, pero nada tenía que ver con ella, parecía más un florero que un guarda espalda, valoré su posición y mis posibilidades y llegué a la conclusión que debía seguir vigilando aquella persona para conocer si podía acercarme a mi líder sin que el tipo se mosqueara. Como era habitual en aquellos tiempos, no volvimos a vernos hasta que transcurrieron varios meses, ya que las medidas de seguridad eran muy severas, por lo imprudentes que a veces eramos. Fue un uno de mayo repartiendo propaganda en la fuente del Triunfo, nos pillaron como pardillos con toda las octavillas bajo la camisa, y pasamos varios días incomunicados en la comisaria de la plaza de los Lobos. Cuando nos dejaron el libertad me estaba esperando en las escaleras de la facultad de derecho, intenté hacerme el loco mirando para otro lado pero ella de dirigió directamente a mi y me dijo que quería tomar un café para aclarar algunas cosas. Me pidió sentarnos porque le dolían las piernas, deslizó la pierna bajo la mesa y levantándose la falda me enseñó el muslo completamente morado. Horrorizado e indignado quité la vista de aquellas carnes laceradas y lancé una larga perorata de insultos para con los maderos. Ella me puso los dedos en mis labios y me pidió silencio, luego habló sobre la estancia en Comisaria y los daños sufridos, yo conté lo que pude y me pareció prudente, cuando terminé me invitó a salir. Aquella noche me llevó a su casa y me enseñó todo su cuerpo, me dijo que su marido estaba de viaje en Barcelona, y que deseaba pasar la noche conmigo porque había tenido una crisis de pánico y se había sentido muy mal y muy sola. Con extremado cuidado fui besando sus verdugones extendido con saña por todo su cuerpo, luego con un trozo de hielo envuelto pasé con suavidad por las zonas más comprometidas. Cuando era la media noche, me dí cuenta que estaba dormida, la tape con una manta y apagué la luz. Media hora después sentí un tenue temblor en mi cuerpo y decidí que me tendría que ir y recuperar mis deteriorados sentidos. Salí de su casa sin hacer ruido y me fui a la pensión. Nunca jamás la volví encontrar pero si guarde un intenso recuerdo de su personalidad y comportamiento. También de unas palabras que me dijo: “Olvida la moralidad de los hechos y los motivos”

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jueves, 30 de mayo de 2019

MALOS PASOS






Me llamó Rafael Sánchez, tengo cincuenta años y paso por un mal momento físico y anímico . Los porqués son complejos de averiguar, pero teniendo la necesidad de contarlo, me descubro ante mis amigos. Hace quizás cinco años me apunté en un gimnasio para mejorar mi condición física, me dolían los muslos cuando caminaba algo más de lo habitual, también porque mi constitución anatómica es de piernas y muslos finos y atróficos. Después de seis meses de duro ejercicio, no encontré ni mejoras en el esfuerzo ni mejora en el desarrollo muscular, así que decidí buscar otro tipo de ejercicio que al menos fuera más entretenido. Decidí que lo primero que tendría que hacer es analizar cuales eran mis alteraciones físicas, y que como consecuencia había desarrollado una profunda tristeza y psicopatía que agravaba mi situación. ¿Cuales eran mis alteraciones físicas? Lo identifique con facilidad, porque tenia conocimiento sanitarios , era una marcha anormal. Caminaba con oscilación, me desplazaba hacia los lados cada varios pasos, aunque siendo verdad lo primero que me pude apercibir es que caminaba despacio, y todo el mundo me adelantaba. Observé que siendo alto de 1 metro y 83 centímetros, y que el ritmo de mis piernas parecía normal, avanzaba mucho más lento que las demás personas y que quizás perdía impulso con este tipo de marcha. Busqué información sobre la marcha y los tipos de alteraciones posibles y encontré que existen multitud de tipos de marcha, y no menos alteraciones y orígenes de patologías detectables con el análisis de los tipos de desplazamiento con las piernas. Estos análisis podían ser de gran utilidad para detectar multitud de enfermedades de origen neurológicos, psiquiátricas y constitucionales, y yo según mis observaciones podía ser un compendio de todas ellas. Decidí que ya que no conseguía identificar el problema concreto, al menos podía poner en marcha algún sistema de corrección, que me produjera mejoría clínica y en la autoestima. Por supuesto serían ejercicios fáciles y adaptados a la vida cotidiana, el primero de los cuales fue el seguir la linea recta que marca la unión de las lozas del suelo. Empecé con interés pero poco a poco me fui aburriendo, no conseguía corregir las desplazamientos laterales y seguía con la marcha lenta insegura, pero ya tenía casi seguro que no parecía progresar, aunque tampoco mejoraba mi estabilidad psíquica. Dejé los esfuerzos de concentración y me lancé a ejercicios de caminar por senderos del monte, y aunque no parecía que tuviese utilidad al menos era divertido y olvidaba los males que me acechaban. Escribí a un Gabinete de análisis de la marcha y les pedí cita para que me realizaran un estudio que me permitiera tener un diagnostico que me tranquilizara, mientra busqué y encontré ejercicios que me fortaleciera equilibrio y la musculatura erectora del tronco. Consistía en marcha lateral hacia ambos lados, en grupos de de treinta saltos y después en carrera hacia atrás todo lo que aguantara. Cada día hacia mis ejercicios durante una hora, y aunque me parecía ridículo le puse empeño hasta que corriendo de espalda, tropecé y caí por un terraplén de unos diez metros y en cuyo fondo había una cantera de piedras que sirvieron de amortiguador de mi espalda. No podía moverme y mis piernas no respondían, y tenía enormes dificultades para respirar. En esa posición permanecí hasta que sentí que caía liquido sobre mi imposible cuerpo, miré y era un hombre que meaba tranquilamente desde el borde del camino. Hice señales con mis brazos y el campesino dio un salto y desapareció de mi vista, al momento volvió a asomarse y me gritó que era lo que hacia allí. No me moleste en contestarle, pero moví los brazos en señal de que estaba vivo, una hora después me sacaban en camilla y me trasladaban al Hospital. No volví a caminar y aun continuo vivo después de diez años de reposo obligado, solo podía leer y a buena fe que lo hice, pero nunca pude averiguar porque había caminado de esa forma tan peculiar, tampoco los muchos especialistas que me visitaron y que les pregunte con curiosidad.

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sábado, 11 de mayo de 2019

¿OLVIDÉ MI LIBRO ?






Me llamo Nicolás y desde hace años tengo una gran afición por los libros. Creo que todo empezó cuando mi madre me pedía dormir la siesta en la biblioteca, donde unas enormes estanterías se encontraban colmatadas de libros de diferentes lomos, tamaños y colores. En la mullida alfombra reposaba mi cabeza sobre una almohada de plumas, y desde allí leía lo escrito en el lomo de cada ejemplar. Aprendí la situación de los más de tres mil ejemplares y los nombres de sus autores, aveces me quedaba dormido agotado de buscar y completar los títulos de los libros más pequeños y con letras doradas que me obligaban a un sobre esfuerzo. Al iniciar la siesta, me tumbaba y orientaba hacia el lugar que había decidido le tocaba repasar la ubicación de textos, conseguí los mínimos fallos y decidí usar la escalera de madera para llegar a mirar las posibles dudas, en especial los libros pequeños y con nombres difíciles. Una vez que tenía bastante seguridad en la localización de los textos, me llamo la atención el contenido, pero no fue hasta los doce años cuando les pedí consejo a mis padres sobre el que leer, y así fue cayendo en mis manos las maravillosas fantasías de Kipling, Conrad, Salgari y Melville. Y fue definitivo porque ahora leía con una enorme voracidad y así continué muchos años de mi vida, tanto que decidí que mi profesión fuera la enseñanza de la literatura y los fenómenos que ocurren en derredor.
El último acontecimiento ha sido el encuentro de ocasional de un libro depositado en un banco del parque de mi ciudad. Inicialmente solo vi la forma del libro, no muy grande y envuelto en papel transparente de color verde claro, no hice mucho caso y pasé de largo, aunque veinte pasos después  paré en seco y volví sobre mis pasos. Me quedé anonadado  y observé que tenía la forma de un libro y que se transparentaba unas letras gruesas. Mire en derredor y no había nadie que mostrara interés, me acerqué y sin dudar era un libro, me agaché con algo de desconfianza y lo cogí. De inmediato continué mi marcha sin hacer caso de saber de que se trataba, cuando llevaba un largo trecho pude mirar que era un libro y cuyo título rezaba LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL de Gustavo Flaubert. Edición de bolsillo de Penguin clásicos. Todo lo averigüé sin quitar el forro que lo envolvía, así que decidí sentarme y ver cual era la intención de aquel objeto, que tanto me llamaba la atención. Me senté y miré hacia ambos lados, cuando terminé me di cuenta que a poca distancia había una chica que me miraba, me hice el distraído y sujeté con ambas manos el libro que era más grueso de lo que aparentaba. Me pareció que podría pasar un mal rato si la joven pedía la propiedad de aquel libro, así que valoré la posibilidad de montarme en el próximo autobús, cuya parada tenía delante. Me levanté muy rápido cuando el bus paro y abrió sus puertas, me encontraba dispuesto a subir cuando sentí que me agarraban de la chaqueta.-Señor, se deja el libro y es muy bueno. Tiene muchas referencias en su interior y seguro que sabrá apreciarlo.
Cogí el libro que me alargaba y las puertas del autobús se cerraron. Vi como la joven agitaba su mano en señal de despedida. Cuando llegué a casa me senté y abrí el envoltorio, tal como me había dicho el libro estaba lleno de anotaciones en diversos idiomas y en la portadilla contaba un personaje llamado Amanda, quizás la chica que me pasó el libro. Como se organiza una cadena B.C y el largo recorrido que había vivido este interesante libro. Fue así como me incorpore a estas rotaciones de libro y puse en circulación el programa de liberación de libros de mi biblioteca. Un año después me llegó de vuelta uno de los primeros libros liberados de mi biblioteca, me pareció que le hacia un gran beneficio a la literatura . INDALESIO

martes, 2 de abril de 2019

EL SEÑOR CANTOS







Sentí alegría cuando el señor Cantos se asomó a la cuna y me miró. Había aprendido que se debe sonreír cuando deseas algo y alguien muestra interés, así que le proyecté la más generosa de mis sonrisas, aquello despertó aun más su curiosidad. Movió las gafas hacia arriba y abrió unos milímetros su ófrica boca por la arruga que hizo con la nariz. De su labio inferior patinó una gota de saliva que cayó justamente en mi redonda cara, entonces modifiqué mi sonrisa por un leve lamento en forma de llanto. El señor Cantos se giró sobre sus talones y salió de la habitación apresuradamente.
Era un hombre grande y obeso que vivía en nuestra casa desde hacía varios años, tenía una cierta relación de parentesco con mi padre, primo segundo quizás y le habían acogido por no tener medios para sustentarse. Nuestros padres nos tenían prohibido mofarnos de él y le debíamos amplio respeto, algo que no siempre cumplíamos, en especial los mayores, porque yo era el más pequeño y aun estaba en la cuna. Habitualmente huía de nosotros porque según decía no le gustaban los niños, por su especial crueldad e ignorancia, así que manteníamos un estatus de no agresión y buena tolerancia. Lo que era seguro es que él procuraba mantener un comportamiento correcto, ya que en una casa tan grande y con tantos habitantes, el riesgo para el señor Cantos era bastante importante e incluso peligroso. Ya en varias ocasiones habiendo ocurrido algún accidente y la culpa había caído sobre sus poderosos hombros, ya que era presa fácil entre tanto niño, y además su aspecto de badulaque recogía las miradas de todos los miembros de nuestra casa, una vez que que nuestro padre buscaba poner orden entre tantos miembros. Así que que el señor Cantos procuraba evitar los focos de conflictos y cuando escuchaba ruidos de peleas entre mis hermanos o llantos desde mi cuna , desaparecía como por arte de magia. Solo mi madre que le trataba con delicadeza recibía el apoyo del buen hombre y habitualmente se prestaba para ayudar en algunas faenas de la casa. Cierto día mi hermano mayor lo encontró leyendo un libro, no sabía que le gustara la literatura y menos tan extensa. Respondió con mesura y le contó a mi hermano que leía cada día desde hace muchos años, y que nadie le había enseñado sino que era autodidacta. Aquello supuso una revolución en los habitantes de la casa, habían descubierto un secreto muy bien guardado y que por mor era bastante insospechado. Mi padre nos reunió en la hora del almuerzo y procuró que el señor Cantos no estuviera presente, allí advirtió incluyendo a mi que era transportado en el carro de bebe, que se acabaron las buenas relaciones con el señor Cantos, que para nada se puede confiar en un hombre adulto de cincuenta años, que para más inri sabia leer y que forma subrepticia dedicaba su tiempo en aprender letras y comportamientos, eso era inadmisible en una casa conservadora como Dios manda. Nos adelantó que había hablado con él y le había adelantado la resolución y determinación de que abandonara la casa. Todos mis hermanos y madre permanecieron callados, salvo yo que lancé un grito de lamento, reprimido con una advertencia de mi padre. La despedida fue muy agria, había que ver aquel hombretón con un rictus de pena, con un chambergo de mi padre y con una maleta de cartón en su mano derecha, parado delante de las escalinatas de la terraza, mirando a cada uno de los miembros de la casa, como para poder reconstruir imágenes para no olvidar, luego dio unos pasos hacia el carrito donde estaba mi diminuta persona y soltando la maleta lanzó sus gruesos brazos hacia delante y me levantó sujetándome de los brazos. Lancé un sonoro grito como manifestación de alegría en el mismo momento que acercaba mi cuerpo sobre su pecho y una amplia sonrisa salió de su oronda cara. Ante la mirada de todos los miembros de la fatría, su cuerpo hizo un enorme escorzo cayendo sobre la espalda, produciendo un gran ruido al rebotar la cabezota sobre el suelo de mármol de la terraza. Mis padres acudieron con celeridad en mi ayuda, ya que berreaba con intensidad, y solo después de un buen rato consiguieron calmar mi irritación, pero no me libré por fortuna  de acudir a la Clínica Santa Clara donde se me diagnostico de fractura en tallo verde del fémur izquierdo y que ya de mayor me produjo un rengo que me obligó llevar un alza curiosamente en el lado derecho por la diferencia de altura. El señor Cantos no tuvo que recibir asistencia sanitaria porque había sufrido  muerte súbita de la que por motivos obvios no se recuperó. Mi padre costeo su entierro y su ausencia dejo una huella indeleble en nuestras vidas.
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martes, 12 de marzo de 2019

ASEO CON PELIGRO







Mis padres me pusieron el nombre de Nicolás por ser el nombre de mi abuelo, aunque en verdad era el segundo nombre, pero por mor del destino prometedor le añadieron después de muchas discusiones, el apelativo de Nicolás el que dispone de futuro. Yo en realidad creo que mi madre se adelantó con lo de Nicolás, para que los crueles niños del colegio me denominaran narizotas por la probóscide nasal tan desarrollada que tenía. ¿Y sabéis que? Jamás ningún niño o adulto me llamó narizotas, así que solo yo padecía de la enorme nariz y de sus incomodidades. La edad y el desarrollo corporal mitigó la desproporción de la nariz y el resto de los componentes faciales, y me tranquilizó porqué mirando me al espejo no encontraba fealdad alguna, bueno en realidad yo como único observador.
Con la edad de quince años me encontraba aún en casa de mis padres y disponía de una habitación y un baño para mi uso y solaz en exclusividad, ya que necesitaba tranquilidad porqué comenzaban asomar algunos pelos blandos y retorcidos por algunas zonas de mi cara, y con gran ilusión decidí que había que cortarlo con un afeitado de cuchilla diariamente. Así que buscaba la tranquilidad de mi baño para realizar la minuciosa extirpación del lanugo heredado de mi nacimiento. Esperaba que mi padre cerrara el garaje para con discreción entrar en su baño y coger prestada su maquinilla de afeitar, jabón y brocha y una toalla caliente. En el armario que había a la derecha del lavabo, que también servía de apoyo con un espejo auxiliar, encontré un bote de polvos que ignoraba su utilidad, ya que las inscripciones estaban todas en ingles y no entendía nada. Recordé que mi padre se ponía unos polvos después del afeitado y decidí que también yo me los pondría. Regresé a mi cuarto de baño, y comencé la operación de afeitado, sentí además que ya era un adulto que demostraba mi hombría afeitando me. Me coloqué delante del espejo y me miré, giré a derecha e izquierda mi cabeza y observé con detenimiento los pelos que asomaban por entré las depresiones faciales secuelas de mis múltiples granos. Mojé la cara y preparé la brocha y la barra de jabón, lo organice con mucha parsimonia como me gusta hacer las cosas, y froté el gastado pincel de afeitar sobre la superficie de mis mofletes. Seguí durante un buen rato esparciendo lo que sospeché era jabón de afeitar, pero aquello se iba endureciendo y cuando más frotaba más espuma generaba. Cuando llegué debajo de la nariz sentí mucho picor porque penetró aquella pasta en el hueco de la ventanas nasales, y ante que pudiera darme cuenta la pasta se endureció lo que me impedía respirar con normalidad. Como instintiva mente la boca la tenía cerrada para que no me entrara jabón, sentía que me ahogaba. Intenté retirar el jabón de la nariz y boca pero se habían endurecido y sellaba ambos orificios, comencé a sentir mareos y aún me aturdía más, el caso fue que perdí en conocimiento y caí golpeándome la incomoda nariz contra el bidé. Toda esta historia pudo acabar con mi vida pero el atributo nasal me salvó ya que al caer inevitablemente se encontró con la loza del bidé y a la vez que se golpeaba fragmentó la pasta de yeso que bloqueaba los orificios nasales y me permitía volver a introducir el deseado aire. Entre mis hermanos me llevaron a la cama, y a los pocos minutos respirando ya con normalidad, me hicieron un montón de preguntas y una afirmación, como quería afeitarme con pasta de yeso y que había hecho con mi nariz que ahora está derecha. Me dejé un generoso bigote.
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lunes, 25 de febrero de 2019

SECRETOS DE LA GUERRA CIVIL





Soy el General Prados y Colón, hijo del Brigadier Prados, defensor de las colonias del territorio africano y del que tan funesto recuerdo tenemos todos los militares y más después del desastre de Annual, y sus muchas consecuencias. Entre esos acontecimientos se encuentra el que me envían al continente y recibo cierta penalización que luego desaparece con la ayuda de mis buenos amigos. Diez años después participé en la preparación de la defensa de la nación, para conseguir liquidar los partidarios de la República, que estaban destrozando el país. Todo mi destino lo viví en la ciudad de Sevilla, donde formé una familia y me fui ganando un prestigio como militar riguroso y poco dado al chalaneo. Participé en la preparación del golpe contra la República como decía antes, y debido a mi gran capacidad militar me adjudicaron el control de la Región Militar del Sur, desde allí aseguré la fidelidad militar y la más estricta y rigurosa acción militar contra los rojos y defensores de la República. En el año 1936 comenzamos la reconquista de nuestra patria y durante cuatro años apliqué con rigor las acciones militares necesarias para ayudar al generalísimo de los ejércitos y a nuestra gloriosa nación.
Relato estos hechos para mejor conocimiento de la historia de nuestro país, y porque he recibido una carta de un extraño hombre que me pide ayuda para salvar su vida y familia en situación apurada por colaborar con la gentuza que defendía la ciudad de Málaga. Todo el mundo sabe que yo presumo de no tener ninguna compasión con nadie y menos con pestes de republicanos, pero según quiero recordar este caso me toco de cerca y quizás pueda al menos repasar el informe de los hechos acontecidos. Tengo en mis manos los informes elaborados por los compañeros del tribunal de orden público y decido leer con detenimiento las cuatro cuartillas que forman la resolución de dicho tribunal. Piden en la resolución la muerte para todos los miembros de la familia, por colaborar hasta los últimos momentos en el Hospital de Sangre del Miramar, ya que el jefe de la fratría era Médico, y ya se sabe estos colaboracionistas son los peores, ya que son referencia para el populacho. El último de los informes del dosier son unas anotaciones de mi ayudante de campo, el coronel Fernández, donde se informa que habiendo quedado mi familia (esposa e hijo) en dicha ciudad, y ante el temor de que pudieran caer en manos de alguna checa, con la grave repercusión que esta hazaña pudiera tener, se había tomado la decisión de proteger a mi mujer, Doña Josefa y a mi hijo Enrique, en casa de un Médico responsable del Hospital de Sangre, durante un periodo de dos semanas, hasta que el consulado Ingles pudiera organizar la evacuación de tan importantes ciudadanos. Algo asombrado por la coincidencia de que el mismo Médico que me pide clemencia, sea el que protegió a mi familia durante su estancia en la ciudad de Málaga, vuelvo a leer todo el informe y después de tomar una copa de licor fuerte, quiero recordar aquellos acontecimientos que tanta preocupación me produjo, pero que supimos resolver con tanta premura, en especial porque había sido un descuido de mi querida esposa. Tengo familia en la bella ciudad de Málaga y mi esposa Josefa sin encomendarse a la virgen ni al diablo, decide desplazarse hasta allí para recoger a una tía soltera, pero con buen peculio, que había quedado retenida en su casa de las Acacias. Faltó poco para que quedara atrapada entre la gentuza que ejercía el bandolerismo en la ciudad y no sin cierto riesgo se consiguió sacar a toda la familia en el barco ingles que cada día se encontraba fondeado en la bahía de la ciudad. En una hoja adjunta se relataba los hechos que había realizado este médico para mi valoración: - acogida en su casa de Pedregalejo Acacias durante seis días - Traslado al Consulado Inglés y - salida desde el consulado hasta el puerto en pésimas condiciones y riesgo. Leí varias veces los informes y recordé lo mal que pase esos días con la incertidumbre de saber que sería de ellos, pero a Dios gracia todo salió a pedir de boca y recuperé a mi familia.
Yo Enrique Prados y Colón, General de los ejércitos victoriosos de la nueva España, decido no conmutar la pena de Muerte a ninguna de los miembros de la familia Fernández Castañeda, médico del Hospital de Sangre de la ciudad de Málaga. Decido que no debo tener clemencia alguna por los motivos que tengo a bien considerar: 1/ Represento una nación que ha sido saqueada por los que ningún derecho legal tenían. 2/ La misericordia ha sido abolida en los tiempos de guerra con el beneplácito de la Iglesia Católica. 3/ No puedo ni debo equipararme al comportamiento del cabeza de familia que permitió la vida de los míos, ya que soy un militar y me debo al poderoso y victorioso ejercito de nuestro amado Franco. 4/ y último, Es mi deseo que sean ejecutados todos los miembros de esa familia uno a uno y en sus presencias, para que no sean ejemplos ni referencias del pueblo de las Españas, como así decidimos los ejércitos victoriosos.
Y para que conste firmo la sentencia y orden de ejecución en un plazo no mayor de dos semanas, que así sea y Dios lo bendiga.
General Prados y Colón . Máxima autoridad de la ciudad de Sevilla
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sábado, 9 de febrero de 2019

MODO MUDO





Quizás la primera noticia que me refirió  fue  un encuentro ocasional en la calle Mano de Hierro de la ciudad universitaria , allí me encontré con Luis un compañero de Colegio que fue quién  lo contó con aires de misterios, aunque quizás con muchas precauciones por desconocer su trama completa.
Siempre que teníamos un encuentro, por descontado ocasional, me hacia preguntas sobre los amigos de la infancia y hacía hincapié en los temas más escabrosos de nuestras vidas. Después del primer repaso general sin aparente interés, solo algunos decesos ya conocidos y algunas referencias de enfermedades que castigaban la senectud de nuestra generación, me hizo una pregunta con deseos de usarlo como introducción para una noticia que podía ser un bombazo. Soy un experto en evitar noticias trágicas, porque ya tengo suficiente con las que yo genero, así que alargué la mano con deseo de despedirme, él la miró con curiosidad y la sujetó no sin antes advertirme que quería contarme el asunto porque quizás yo le podía ayudar. Me dio vergüenza dejarlo en la calle y soltando la mano me dispuse a escucharlo, no sin antes advertirle que yo estaba retirado de toda actividad y que vivía recluido en mi domicilio. Me ofreció un café, pero le negué con un tono de inicio de cabreo y lo justifiqué por una dolencia de estómago sin trascendencia. Le empujé el brazo y nos retiramos hacia el lado izquierdo de la calle para evitar el gentío, allí algo incomodo me contó la historia de nuestro compañero Indalesio.
Me advirtió que aquel niño bajito con flequillo y ojos almendrados no lo reconocería, porque ahora era alto con un generoso bigote y con apariencias de hombre curioso. Había estudiado una carrera Universitaria superior y había ejercido su actividad laboral con bastantes parabienes, se había casado y tenía tres hijas, es decir una vida dentro de los cánones de la normalidad. Hacía cuatro años que se había jubilado y fue en esos momentos cuando empezó a comportarse de forma discretamente anormal.
Siempre había sido muy charlatán y participativo en los círculos de amigos , entre otras cosas porque sus opiniones tenían peso especifico y fundamentos más que sobrados. Cuando se elevaba el ruido de charla imponía sensatez bajando la voz, obligando a los demás a prestar mayor atención. Pero parecía que cada vez tenía menos interés en escuchar a los demás, y conforme avanzaba el tiempo y nos hacíamos más mayores dejo gradualmente de dar opiniones y de participar en las discusiones con los amigos, hasta un punto que ya ni siquiera se despedía y no respondía a las preguntas. Se sujetaba la cabeza con las manos y fijaba su mirada hacia nada en concreto, pero de hablar nada de nada. El Otorríno dijo que nada patológico y que con seguridad se debía a algo psiquiátrico, y que hasta que no resolviera su conflicto mental no volvería hablar y participar.
Me tenía absorto e intima mente interesado en el cuadro patológico, pero ninguna experiencia en el tratamiento, ni en el enfoque psicoterapéutico, así que solo le pude prometer que me interesaría por ayudarle. Dos meses después me dieron la noticia que no articulaba palabra alguna y que le estaba afectando su organismo, ya no salía de casa y no conocía a nadie .Al mes recibí un correo dando la hora de su incineración y responso.
No encontré información alguna en el Wikipedia, sobre las patologías de modo mudo.

INDALESIO


sábado, 26 de enero de 2019

INCIERTO PORVENIR





Aquel año había terminado los estudios, ya era licenciado superior con el título de Ingeniero Informático. Me senté delante de mis padres y estallamos en manifestaciones de alegría por las buenas calificaciones, por la demostración de tesón y de inteligencia que había demostrado.
Me miré las manos, noté que estaban sudorosas y muy blancas, quizás hacia calor y la sudoración era una manifestación de la temperatura y de la excitación vivida. Pero de pronto comencé a llorar dando grandes jipidos y los ojos llenos de lágrimas. Mis padres alarmados quisieron achacarlo a la alegría y al cansancio vivido en los últimos meses, pero después de tomar una copa de aguardiente y serenarme, les pedí se sentaran y escucharan lo que les tenía que contar.
Desde hace dos años salgo con una chica que he conocido en la noche joven de nuestra ciudad, en un principio de forma poco sería y con posterioridad íntima y entrañablemente. Nunca os conté nada porque sabía que podíais sufrir pensando en mi porvenir. Soy conocedor del esfuerzo que habéis tenido que realizar para conseguir pagar mis estudios y las ayudas complementarias, pero decidí que era lo mejor tanto para vosotros como para mi y mi novia. Por cierto ella se llama Ángela.
Ángela no ha terminado su carrera, tiene dificultades para centrarse y va más lenta, pero es una magnifica compañera. Pero lo más importante es que hemos decidido tener un hijo, somos jóvenes y queremos comenzar nuestra vida en común acompañado de un hijo, así que tendremos necesidad de ayuda y hemos pensado en vosotros. Yo se que vivimos de la pensión de papá, pero se podría hipotecar la casa, vuestra casa, y con lo que nos den por una hipoteca inversa podríamos vivir los cinco, ¿que os parece? En un futuro si necesitáis ayuda, y las cosas van bien, yo os ayudaría y con la pensión tendríais suficiente. De todas formas hemos hablado con el banco, y en dos días vendrán a ver el piso, aunque yo calculo que nos darán no menos de quinientos mil euros, que es la suficiente que necesitamos para vivir estos tres primeros años. Quizás el banco, ponga una cláusula en el caso de que tuviera comprador para el piso, tendríamos que irnos, pero en estos momentos es difícil que eso ocurra. Solo que el interés que nos ponen es del siete por ciento, quizás es alto, pero por la premura que nosotros tenemos, abra que aguantarse y tirar para adelante. Yo estoy seguro que encontraréis un lugar donde acogeros, unas habitaciones de piso o pensión que os albergue, porque es seguro que una residencia de ancianos, no nos interesa, es cara y se quedarían con todo y yo eso no lo quiero para vosotros ni incluso para nosotros. El mobiliario lo necesitamos, y esta tarde después de conozcáis a Ángela, escogeremos lo que nos sirva, porque al fin y al cabo vosotros ya no necesitáis casi nada, para lo que os queda en este convento. Ahora si me disculpáis tengo que recoger a mi amor, porque estamos buscando los momentos más oportuno para que se quede preñada.
INDALESIO  2013

jueves, 3 de enero de 2019

PÁNICO EN SAN TELMO




No conozco a nadie que sufra como yo de crisis de pánico. No sé si habéis presenciado una crisis, yo nunca, hasta que lo viví en primera persona. Imaginaros una excursión campestre de cuatro amigos, imaginaros que se va descubriendo la ruta conforme se avanza y de cuando en vez pararnos para tomar nota de los sifones hidráulicos que nos encontrábamos. Llevaríamos caminando dos horas, con un magnifico estado de ánimo, cuando descubrimos una represa de unos seis metros de altura. Verdad es que, estaba parcialmente aterrada por el lado sur, pero claro había que subir por un lateral de la represa para acceder al lado sur. Mis compañeros subieron con una total indiferencia ayudados por sus bastones de marcha. Yo me lancé más por vergüenza que por convicción, y me dí cuenta que no disponía de suficiente valor o seguridad. Me separé del lugar de la subida y miré hacia arriba, mis tres compañeros apoyados en sus bastones me miraban con asombro. Yo también, y por vergüenza me lancé contra aquel farallón terrizo. Sentí que algo en mi barriga se arrugaba y que una grave sensación de miedo me atenazaba, pero habiendo llegado a la mitad peor aún sería el retroceder, así que me tumbé sobre el suelo y gateé como un niño pequeño. Pero llegué a la cumbre de la represa, eso si mi corazón palpitaba como una locomotora y para mis adentros juré nunca más someterme a semejante riesgo, al menos para mi, porque a ellos le llamó la atención que esa pequeña dificultad me hubiera parado y medio sometido. Recibí promesas de ayudas, de forma gradual y progresiva, yo no lo veía claro pero lo agradecí.
Continuamos el recorrido hasta un punto en que había que pasar por los restos del acueductos y era el único paso posible. No tendría mas de veinte centímetros de anchura y volaba sobre una caída de más de veinte metros. Yo caminaba distraído tras mis amigos, hasta que de pronto me dí cuenta que estaba sin apoyo ninguno y solo sobre la canaleta del acueducto, sentí algo que no se puede exagerar, pero para mi era la caída y muerte. Mis sentidos se dispararon y sentí una crisis de pánico inimaginable, si me desplazaba a un lado el vacío de la izquierda y en la derecha unos arbustos. Ciego de exaltación solo se me ocurrió abrirme de piernas y dejarme caer abrazándome al endeble acueducto. Grité pidiendo ayuda pero no podía moverme aunque tenia mis uñas clavadas en los restos de ladrillos. Mi amigos no podían volver y además ya se encontraban al final de la dichosa construcción. Yo solo pude respirar rápido y profundo para tranquilizarme, después comencé a deslizarme hacia atrás, eso si atenazado y espástico. Pero llegué a tierra firme y pude apoyar los pies en el suelo, entonces me reprimí los deseos de gritar, llorar o de maldecir. Cuando me levanté y salí de aquel laberinto, estaba tiritando de miedo y cuando quería recordar lo pasado me volvía el pánico. Salí de aquel lugar por la orilla contraria. 10/03/2016  INDALESIO