En alguna
ocasión le habían hablado de personas decididas a viajar por el mar. Le parecía
raro y además ajeno porque nunca la había llamado la atención esa extraña
costumbre, el navegar por las procelosas aguas de esos mares que tantas vidas
se había cobrado. Incluso había leído libros de aventuras de intrépidos marinos
que entregaban sus disposiciones en transportar objetos e incluso vidas por
mares llenos de peligros y traiciones.
Pero lo que
menos podía sospechar, era que se iba ha
encontrar envuelto en una aventura que se iba a desarrollar en su totalidad en
el Mar que baña nuestras escarpadas costas.
Cierta mañana
que se encontraba rellenando fichas para el Instituto de Salud Pública, fue
requerido para presentarse al Inspector Jefe de dicho Instituto, con carácter
de urgencia. Hombre cumplidor y de deseos escondidos para mantener el puesto,
se apresuró en llamar a la puerta del Jefe de su sección para comunicarle que
el Inspector Jefe requería su presencia y que le apremiaba ha cumplir con sus obligaciones, salvo que su
jefe inmediato ordenara alguna cosa. Este celoso por desconocer los motivos,, le
ordenó esperara hasta que él supiera cuales eran esas prisas y esas maneras.
Dos minutos después la cara redonda y congestionada del Jefe de sección aparece
por la puerta y bisbisea que urge su presencia en el despacho central. Se
apresuró no sin antes inclinar su cabeza en dirección al Jefe de Sección y desaparecer
con pasos rápidos y decididos.
Nada de tiempo
de espera, la secretaria le hace pasar sin dilación y se introduce en el templo
supremo del Organismo Institucional. Un hombre orondo, con bigote espeso de
color oscuro y gafas que permanentemente se escurren por su narizota le mira
con aviesas intenciones.
-
¿Usted es el experto gaviero?
Nuestro hombre
que se llama Rumeu, niega con la cabeza, reiteradamente, y consigue sacar por
su boca escasas palabras.
-
No señor.
El Inspector
vuelve a mirarlo inquisitorialmente y comenta:
-
He pedido un experto Gaviero y me mandan esto.
Rasca su
casposa cabeza y llama por teléfono. Después de hablar en voz baja con varias personas, se vuelve hacia Rumeu y le
dice.
-
No encontramos a nadie para un asunto de extremada
importancia. Debe
usted salir dentro de los siguientes minutos, con destino a Alhucema para
llevar con carácter urgente unas vacunas que precisan la población del territorio
español allí establecido para controlar una epidemia de Peste bubónica,
declarada por los enemigos islámicos.
Un automóvil le
recoge en la puerta del edificio donde trabaja, y le permiten diez minutos para
hacer el equipaje. Intentó huir por la puerta trasera del edificio de su
vivienda pero los encargados de su custodia le detienen y le devuelve hacia el
coche. Comentan que para nada precisara mucho equipaje en la ida, porque la
vuelta con toda seguridad no existirá. Realmente preocupado y bastante asustado
se deja llevar hasta el muelle del puerto, en cuyas oficinas le entregan una
caja cuadrada y envueltas por una
estructura metálica de seguridad que es muy inestable y que para nada debe perder
su equilibrio por el grave riesgo que puede correr tanto el como la
tripulación. Intentó formular preguntas, pero su inquietud y sus carencias le
impiden expresarse con claridad, desiste ante la mirada atónita de los
funcionarios de aduanas. Pero antes de salir de aquel tétrico edificio, hace su
presencia un encorchado personaje que con voz afeminada le explica, aunque poco
entiende, que la sustancia que transporta es muy inestable y los movimientos le
afectan pudiendo producir una severa desgracia tanto a los que se encuentran
dentro de un radio de veinte metros, como a los que precisan de dicha vacuna
una vez mezclada con la tensegrity que disponen en la colonia.
Rumeu le
tiemblan las piernas, siente un leve vahído que casi le hace caer en el suelo,
a la vez que una desbandada de los presentes en la habitación le produce tal
sorpresa que le hace recuperar el tono vital. Dos forzudos laborales del
ministerio, le sujetan y le hacen desplazarse hacia una dirección que desconoce, pero salé del
edificio y va directo hacia el muelle de sanidad portuaria. Allí le espera un
velero con dos personajes en cubierta que le miran con cara de pocos amigos, le
ordenan saltar, pero Rumeu tiene vértigo y niega con la cabeza. Uno de los
marinos que le acompaña le empuja hacia el velero, pero instintivamente Rumeu
levanta los brazos en señal de desespero y se precipita por el canto del pretil
del muelle. Su cara era de desesperación y terror, pero no por la estabilidad
de las vacunas y sus posibles efectos, sino por el pánico que sentía a que sus pies perdieran firmeza y estabilidad.
Al caer golpeo su cabeza con el espejo de popa del velero, pero continuó
asiendo el cofre con la vacunas, que le acompañaron hasta el fondo del fango
del puerto.
Se decretó
aislamiento de la zona portuaria durante dos semanas, pero no ocurrió ningún percance.
Pasadas estas se enviaron dos buzos para inspeccionar la zona, solo encontraron
restos de ropa del amigo Rumeu y el cofre abierto y sin contenido. La lisas
devoraron las vacunas y quizás las escasas proteínas del bueno de Rumeu.
INDALESIO Septiembre 2014