Cuando
Yocasta vio entrar en el Salón del Trono a aquel joven que, a pesar
de la cojera, andaba con soberbia cortesana, le dio un vuelco el
corazón porque los dioses lo señalaban con el estigma de la
desgracia. Sus movimientos los guiaba la naturalidad elegante que se
podía esperar del hijo de Pólibo rey de Corinto, pero además
traían un aire de familiaridad que le anunciaba que era algo más
que un príncipe extraviado. No había querido explicar el motivo de
su peregrinaje a Delfos ni el camino por el que llegó a Tebas y
mucho menos su encuentro con los desconocidos a los que había dado
muerte. Aunque le atraía su juventud intuyó que guardaba secretos
que no se descifran con palabras. Lamentó que su marido Layo no se
encontrara en Tebas ya que había ido a consultar al oráculo acerca
de los motivos y las soluciones de la peste que asolaba a la Ciudad
de las Siete Puertas desde hacía más de un año. Su hermano Creonte
que había salido en busca de su cuñado preocupado por la tardanza,
volvió sin noticias del rey con un mensaje poco claro que había
recibido en Delfos, por lo que decidió consultar con el consejo de
ancianos.
Eso
era un acontecimiento insólito ya que Layo ejercía la tiranía,
modelo radicalmente opuesto a la política de Atenas donde se regían
por un nuevo sistema llamado democracia que Pericles exhibía como
reproche contra los tebanos. Aprovechando la ocasión de un discurso
fúnebre el líder ateniense acababa de decir: “Tenemos
un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades,
sino que más bien somos ejemplo para los demás. Su nombre es
democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de la mayoría;
de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de
igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según
el renombre que cada uno alcance, es honrado en la cosa pública. No
tanto por la clase social a que pertenece como por su mérito.
Tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a
la ciudad, se le impide por la oscuridad de su origen”.
La
predicción del oráculo de Delfos que Creonte trajo a la asamblea de
ancianos de Tebas anunciaba que la ciudad que acogiera a Edipo, ese
príncipe recién llegado, sería invulnerable a ciertas desgracias
entre las que estaba la peste. Suponiendo que Yocasta seguiría
estéril como lo era con Layo y que, por lo tanto, heredaría el
reino cuando se confirmara la falta de descendencia de la estirpe de
Cadmo, consiguió que los ancianos autorizaran la boda de Yocasta con
Edipo al que le auguró una vida corta.
A
Yocasta Edipo le recordaba a su marido porque además de ser zurdo,
hacía los mismos gestos cuando la estrechaba y pronunciaba las
mismas palabras en el ritual del amor. En algunos momentos le parecía
estar acariciando al joven Layo que le había dado un hijo hacía
dieciocho años. También le recordaba a su suegro Lábdaco que tenía
los pies hinchados como Edipo. Hacía tiempo que había hecho por
olvidar que al recién nacido le taladraron los talones para que
muriera abandonado a su suerte. Cuando se sintió apretada por
aquellos brazos juveniles supo que sería madre otra vez, pero tembló
al recibir la semilla que le quemaba el vientre. Al nacer su segundo
hijo al que llamaron Polinices por designio de la pitonisa, notó el
vacío del primogénito abandonado en el monte Citerón por un pastor
al que nunca se atrevió a preguntarle sobre el resultado de su
mísero trabajo. Sin deseos de llorar porque era tiempo de alegría
se vio acuciada por una lucidez desgarradora. Los llantos del niño
le traían gritos inocentes de socorro y sus pechos húmedos
recordaron las noches en las que se le secaban de dolor. Luego vino
Antígona que nació con los ojos abiertos mirando a su padre
presente en el parto por recomendación de Tiresias, el vidente ciego
que buscaba respuesta para un augurio amargo.
Todos
los presagios son tristes pensaba Yocastas al ver los ojos de
Antígona idénticos a los de su padre. La evidencia se fue abriendo
camino a medida que Edipo se transformaba en Layo y los ancianos
contaban historias olvidadas. Cuando se conoció la muerte de Pólibo
que debía liberar a Edipo de su presagio, supo que todo se
derrumbaría sin necesidad de escuchar al mensajero que trajo la
noticia de que el niño tebano no murió en el monte Citerón, sino
que fue adoptado por el rey de Corinto. Entonces decidió matarse
para truncar la maldición de su casta a sabiendas de que no serviría
de nada.
CIRANO
NOTA
del EDITOR que como se sabe es un experto en tragedia griega: “Este
relato se inscribe en el llamado ciclo ciránico conocido por algunos
como peránico que nada tiene que ver con los tradicionales ciclos
tebano y troyano. Por eso, los datos y las fechas que atribuye el
autor a los acontecimientos no son de fiar dado que este sujeto no se
atiene a hechos históricos. También hay que hacer constar que según
la tragedia de Sófocles Edipo no conocía a su padre y por lo tanto
no sabe que lo mata cuando lucha con desconocidos en un cruce de
caminos. De esto se infiere que el complejo que definió Freud nada
tiene que ver con el deseo de matar al padre y más bien se instala
en leyendas que se remontan al tránsito de bestias (en cuya sociedad
los jóvenes se enfrentan al macho dominante que pudiera ser su
padre) a humanos que racionalizan y divinizan la paternidad”.