El señor Santos no siempre era
tan metódico y cuidadoso como creía ser, con relativa frecuencia cometía algunas imprudencias que le daban
algún disgusto y no precisamente pequeño. Por contra tenía algunas virtudes que
suplían con creces sus descuidos, y su poder de seducción hacía de él un hombre
aplaudido socialmente y querido por una serie de personajillos que no paraban
de adularlo y de aplaudirles sus gracias y sus comportamientos.
En su círculo más próximo, jamás era
puesto en duda, y se le mostraba con gran efusión señales de afecto y respeto,
aunque su mujer era una persona de carácter y no le permitía comportamientos
abusivos.
Cierta mañana, coincidía con el
fin de semana, se encontraba en la cama con su mujer y como era habitual y
después de algunas caricias y arrumacos, pasaron a la acción afectiva. Ella se
sentó a horcajadas sobre el sexo de nuestro hombre que ya se encontraba
inhiesto y comenzaron las maniobras habituales de una relación sexual.
La habitación era grande y luminosa,
grandes balcones permitía la entrada del sol de la mañana y por ser verano se
encontraban abiertas. Unos visillos aislaban por la intimidad la zona sur de la
habitación, y sobre unas impolutas y cotonías sabanas se revolcaban la pareja
de los señores Santos.
Por un momento se produjo un
efecto que sacó a la pareja de sus habituales y repetidos actos amorosos, fue
como si algo sonara muy lejano en la zona sur este de la habitación. El señor
Santos levantó la cabeza y la giró en dirección al ruido, lo cual supuso que la
señora Santos entrara en realidad y viera a su esposo atento a un suceso ajeno
a su relación amorosa.
Ella saltó de su postura, pasando
su pie por delante de la cara del señor Santos, al que golpeo con un impacto
seco en el mentón.
El emitió un lamento brusco y le
injurió con maldad semejante agresión, mientras ella le reprochaba su falta de
atención e interés en los juegos amorosos. Ambos se encararon y comenzaron una
suerte larga de reproches que aumentaban conforme pasaban los minutos, hasta el
punto que se produjeron agresiones físicas de poca intensidad pero rodeadas de
gestos de desprecio y manifestaciones de odio. Al fin salieron de la cama y se
pronunciaron palabras gruesas sobre la continuidad de sus relaciones.
Mientras la mujer se encerraba en
el baño, para entre gemidos lamentarse de su desgracia por soportar a un hombre
que no acababa de darle la satisfacción que ella necesitaba, y prometerse que
en la primera oportunidad que tuviera le pondría los cuernos sin mayor disgusto
y preocupación; el, José Santos y Pérez se preguntaba cual había sido el motivo
que le produjera la distracción mientras amaba a la pesada de su mujer, que
pretendía ordeñarle cada semana para que se quedara sin fuerzas por si se le
pasaba por la cabeza alguna infidelidad, circunstancia que con bastante
frecuencia le ocurría.
Don José Santos supo que los
enfados le durarían como siempre cuatro días, que durante este tiempo pensaría
fantaseando que deseaba dejarla, que era un petardo de mujer y que estaba cansado
de sus cabreos y sus insultos, pero que como ocurría siempre no la dejaría, y
al final se pedirían disculpas y volverían durante al menos dos meses a seguir
con sus rutinas amatorias y su tolerancia fruto de sus hábitos de años de
convivencia.
También supo que la mujer no
saldría de baño en varias horas y que sus planes para jugar al Golf esa mañana se
habían ido al traste, como venganza por la pelea que acababa de acontecer. Así
que se levantó de la cama, no sin antes ponerse las piezas del pijama, y se
dirigió al balcón por donde había sentido la sensación de la distracción.
Cuando completó la apertura de las hojas del balcón, y sus ojos fijaron toda la
superficie de la bahía de la ciudad, sintió una gran conmoción, todo el
horizonte que contemplaban sus ojos, se encontraban envuelto en llamas de una enorme amplitud y altura.
Dio un salto hacia atrás por lo
inexplicable del panorama que sus ojos contemplaban, y como mecanismo de
defensa por el susto y miedo que sintió. Valoró la situación y sacó como
conclusión que en treinta minutos las llamas llegarían a la casa, porque aunque
el fuego había comenzado en la playa por el impacto de un avión incendiado,
todo un enorme fuego se había prendido en los árboles y manglares que
colindaban con los montes que formaban su urbanización.
Con enorme celeridad se dirigió
hacia el cuadro de Torres Campalans y lo giró haciendo aparecer la caja de
seguridad. Marcó los números de la combinación y abrió la puerta, sacó todo lo
que pudo, suficiente por supuesto, y lo metió en la bolsa de ropa del golf.
Después se vistió, y volvió al balcón, comprobando que sus sospechas se
confirmaban, las llamas se encontraban en los jardines de la casa próxima. Sin
dilación corrió para salir del dormitorio y se detuvo en la puerta, porque escuchó la voz de la señora, que hablando
para ser oída, decía:
-
No pienses que en esta ocasión te será fácil
convencerme de que te disculpe, porque aún no ha
nacido el guapo que me hace
una cosa así, y menos tú que eres un completo sopla gaitas.
José Santos y Pérez, se encogió
de hombros y girándose cerró la puerta de la habitación con la llave que en
forma de adorno que estaba introducida en la cerradura de siglos de antigüedad.
Después se dirigió a las cocheras y salio disparado en el coche más veloz que
disponía.
GUILLERMO GARCIA-HERRERA JULIO 2012