sábado, 21 de septiembre de 2019

MARÍA LA DEL GARAJE







Aquella mañana amaneció con un sol radiante, normal porque era el mes de julio y en esta ciudad siempre hace una luminosidad muy agradable, precisamente por eso le llaman la Costa del Sol. Vivo cerca de la ciudad en una barriada de casas unifamiliares de una burguesía rancia y rica, y cuya composición social esta formada por algunos nacionales emigrados de la comarca de Camero, y un nutrido grupo de burgueses extranjeros emigrados de las nacionalidades de Europa. En total no sobrepasan las veinte casas y familias, todas las casas con un generoso jardín y ausencia de niños y jóvenes que pudieran hacerme compañía. Así que mis padres decidieron enviarme a realizar los estudios pertinentes de bachiller superior a la cercana ciudad de Granada donde bajo la tutela de los religiosos de San Cosme me licencie con suficiencia. Pero los periodos vacacionales me reintegraba a la vida familiar de nuestra soleada y bella ciudad de Málaga, donde me aburría como una ostra. Cada mañana me levantaba y mientras desayunaba meditaba que faena podría organizar para ocupar el dilatado día del estío. Al terminar el desayuno completaba el aseo y salía de casa para sentarme en el muro del llano donde esperaba que fuera la hora para ir a la playa con mi madre. A veces ideaba identificar el ruido del motor de un auto y esperaba que pasara para averiguar si había acertado, pero esa mañana el sol era intenso y me sentía torrar mi rapada cabeza. Así que decidí acercarme a la empinada cuesta que daba acceso al llano de entrada de la casa de mis padres, cuando llevaba recorrido la mitad del trayecto me llamó la atención que de la puerta del garaje salía una tenue cortina de humo, raro porque ni se usaba para guardar coches ni cualquier otro uso. Llamado por la curiosidad me acerqué despacio haciéndome el distraído e incluso lance un tenue silbido para que no me sorprendiera algo pecaminoso, pero fue inútil, solo pude apreciar el humo negro que por un angulo de la puerta buscaba la verticalidad. Cuando llegué a la altura de la puerta me separé para no ser sorprendido, pero con la cabeza girada hacia la derecha para poder apreciar que era lo que pasaba detrás de la enorme puerta. Estaba entornada y dejaba una separación en el último pliegue del fuelle de la puerta y por el angulo superior salía el humo. Alejado fui abriendo el angulo de visión conforme me desplazaba hacia la izquierda hasta que pude ver su interior, pero como estaba orientada al sol de levante la sombra no me dejaba ver. Inicialmente decidí irme hacia mi casa, pero hacia la mitad del camino, la curiosidad me hizo volverme para ver el interior del garaje y el origen del humo. Cogí un palo de forma instintiva y apoyándome en él me dirigí con diligencia hacia la puerta del garaje, volví a separarme de la entrada y avizore el fondo del habitáculo. Tarde unos minutos en acoplar la intensa luminosidad a la oscuridad del interior, entonces y aún sin saber que era lo que me iba a encontrar me acerqué hacia la apertura, conforme me acercaba iba distinguiendo los bultos del interior, pero sin poderlo definir, hasta que llegué al portón. Entonces echándole valor use la voz para preguntar quien había allí dentro. Considerando que solo tenia doce años perdí el miedo y avancé hacia el interior, pude observar un bulto envuelto en una manta y la zona desde donde salía el humo. Eran unos troncos en rescoldo quizás húmedos que lanzaban una gran cantidad de humo y también había prendido una de las esquinas del enorme bulto. Con el palo que llevaba empuje el bulto, pero no conseguía identificar el contenido del objeto. El resto de la habitación estaba vacía, salvo una goma de rueda apoyada sobre una de las paredes, el resto era suciedad y un severo olor pestilente que oscurecía todos mis sentidos. Insistí con el bulto pero seguía sin poder saber de que se trataba , me pegué a la pared y le miré hacia el costado anterior del bulto, entonces me dí cuenta de que era una persona y di un salto que me hizo caer de culo en mitad del garaje, me giré y realicé un escorzo que me hizo ponerme en pie y corrí como un poseso hacia la puerta. Desde la puerta e hipando corrí hacia mi casa desaforadamente, hasta que me encontré de frente con mi padre. Le conté lo que había visto y algo más de imaginación fruto de mi estado de excitación, me miró con dudas y me dijo: - Espero que no sean fantasías tuyas. Con agitación insistí en que había visto una persona y que estaba ardiendo por uno de sus extremos. A pesar de las dudas de mi padre decidimos ir ambos a ver que era lo que pasaba, me sujeto del hombro y me pidió cautela y tranquilidad. Recorrimos el llano, le señalé el garaje y el humo que salía por la puerta, y ambos nos precipitamos hacia el interior. Agarró el bulto y tiro de él hacia fuera, apago la humeante manta y lo acercó a la puerta. Entreabrió las hojas de la puerta y deslió el bulto, yo me separé de aquella figura que para más inri era una mujer consumida por el fuego y posiblemente por la indigencia. Muy alarmado mi padre me ordenó me fuera a casa y me pidió le dijera a mi madre que llamara a la policía. Un par de horas después llegó la autoridad pero yo me encontraba clausurado en mi habitación y con los consuelos de mi madre que aún me consideraba un niño pequeño. Ese fue mi primer cadáver y no el último. Se trataba de una indigente que vivía de la limosnas de los vecinos del barrio, le llamaban “María la del garaje”, había sufrido mucho durante la guerra civil ya que perdió a su marido y a sus dos hijos. Desde que acabo la guerra hacia algunos encargos para los vecinos y mal vivía en garajes y casas abandonadas. Aquella noche lloré solo en mi habitación, porque aprendí lo que el destino les deparaba a los perdedores y miserables.
INDALESIO