martes, 12 de marzo de 2019

ASEO CON PELIGRO







Mis padres me pusieron el nombre de Nicolás por ser el nombre de mi abuelo, aunque en verdad era el segundo nombre, pero por mor del destino prometedor le añadieron después de muchas discusiones, el apelativo de Nicolás el que dispone de futuro. Yo en realidad creo que mi madre se adelantó con lo de Nicolás, para que los crueles niños del colegio me denominaran narizotas por la probóscide nasal tan desarrollada que tenía. ¿Y sabéis que? Jamás ningún niño o adulto me llamó narizotas, así que solo yo padecía de la enorme nariz y de sus incomodidades. La edad y el desarrollo corporal mitigó la desproporción de la nariz y el resto de los componentes faciales, y me tranquilizó porqué mirando me al espejo no encontraba fealdad alguna, bueno en realidad yo como único observador.
Con la edad de quince años me encontraba aún en casa de mis padres y disponía de una habitación y un baño para mi uso y solaz en exclusividad, ya que necesitaba tranquilidad porqué comenzaban asomar algunos pelos blandos y retorcidos por algunas zonas de mi cara, y con gran ilusión decidí que había que cortarlo con un afeitado de cuchilla diariamente. Así que buscaba la tranquilidad de mi baño para realizar la minuciosa extirpación del lanugo heredado de mi nacimiento. Esperaba que mi padre cerrara el garaje para con discreción entrar en su baño y coger prestada su maquinilla de afeitar, jabón y brocha y una toalla caliente. En el armario que había a la derecha del lavabo, que también servía de apoyo con un espejo auxiliar, encontré un bote de polvos que ignoraba su utilidad, ya que las inscripciones estaban todas en ingles y no entendía nada. Recordé que mi padre se ponía unos polvos después del afeitado y decidí que también yo me los pondría. Regresé a mi cuarto de baño, y comencé la operación de afeitado, sentí además que ya era un adulto que demostraba mi hombría afeitando me. Me coloqué delante del espejo y me miré, giré a derecha e izquierda mi cabeza y observé con detenimiento los pelos que asomaban por entré las depresiones faciales secuelas de mis múltiples granos. Mojé la cara y preparé la brocha y la barra de jabón, lo organice con mucha parsimonia como me gusta hacer las cosas, y froté el gastado pincel de afeitar sobre la superficie de mis mofletes. Seguí durante un buen rato esparciendo lo que sospeché era jabón de afeitar, pero aquello se iba endureciendo y cuando más frotaba más espuma generaba. Cuando llegué debajo de la nariz sentí mucho picor porque penetró aquella pasta en el hueco de la ventanas nasales, y ante que pudiera darme cuenta la pasta se endureció lo que me impedía respirar con normalidad. Como instintiva mente la boca la tenía cerrada para que no me entrara jabón, sentía que me ahogaba. Intenté retirar el jabón de la nariz y boca pero se habían endurecido y sellaba ambos orificios, comencé a sentir mareos y aún me aturdía más, el caso fue que perdí en conocimiento y caí golpeándome la incomoda nariz contra el bidé. Toda esta historia pudo acabar con mi vida pero el atributo nasal me salvó ya que al caer inevitablemente se encontró con la loza del bidé y a la vez que se golpeaba fragmentó la pasta de yeso que bloqueaba los orificios nasales y me permitía volver a introducir el deseado aire. Entre mis hermanos me llevaron a la cama, y a los pocos minutos respirando ya con normalidad, me hicieron un montón de preguntas y una afirmación, como quería afeitarme con pasta de yeso y que había hecho con mi nariz que ahora está derecha. Me dejé un generoso bigote.
INDALESIO