viernes, 14 de junio de 2013

REGAZO


                                          



Siempre tuve el deseo de estar protegido en el regazo de una mujer. Nací en el seno de una familia adaptada a tiempos modernos, de manera que nací en mi domicilio y atendida mi progenitora por una partera que usaba maneras muy avanzadas. Cuando me enfrenté al mundo, pasé de las manos de la partera al pecho de mi madre, donde con sus cálidas manos  sentí los primeros latidos de un corazón que me demostraba cariño. Después, y siguiendo los consejos de la matrona metió un pezón en mi boca, donde se derramaba un liquido dulce y templado.
Luego pasé por muchas manos, manos ásperas en ocasiones y otras suaves y acogedoras. Pero regazos lo identificaba de inmediato, era mi madre que me acogía con dulzura y me apretaba sobre sus pechos. Recuerdo el olor y la tibieza de su piel, su voz templada que no alteraba mis frágiles oídos, hablándome con la suavidad que me producía placer.
Luego un largo periodo donde ningún regazo me acogía, quizás no era costumbre y las personas se reconocían frotándose las mejillas o tocándose las manos. A veces, cuando reconocía alguna persona que añoraba, intentaba abrazarla a manera de estrechar su regazo, pero era rechazado con malas maneras por ser una costumbre atrevida. Y más atrevida aún cuando siendo un joven ya en edad de sexualidad despierta, intentaba estrechar mi cuerpo contra una amistad, eso se consideraba un atrevimiento de una persona degenerada.
Así que fui olvidando las agradables sensaciones de encontrarme acogido por un regazo y pase a engrosar las nóminas de los convencionalismos sociales, que se saludan golpeando la espalda o estrechando las manos sudorosas y la más de las veces ásperas.
Después me fui convirtiendo en un ser huraño, cuando ya la vida me había dado todo lo que deseaba, y los placeres se fueron apagando y desdibujando. Pero sintiéndome solo y ausente de las requerimientos de los demás, pensé en que, quedándome  ya poca vida quisiera elegir un regazo donde pasar los últimos momentos de mi estancia en la vida de por aquí.
Pero, como ya era lógico mi madre había desaparecido y no podía acogerme en su regazo. Miré lo más cercano y deduje que fuera mi familia. La madre de mis hijos, estaba más ocupada en hacer acogedora su vejez atendida por extraños, y ya le había  atacado esa terrible enfermedad de los mayores, el tedio. Mis hijos razonaron entre risas, porque sus múltiples ocupaciones seguro que no le permitirían disponer de ese tiempo, y ya cuando se presentara se buscaría alguna solución. En fin, lo de siempre excusas y miedos ha enfrentarse a una muerte acompañado, que era lo único que yo deseaba.
Y cuando llegó, a saber ahora, estoy solo, me acompaña un terrible dolor en el pecho y nada de fuerzas para moverme y pedir una regazo donde morir. Así que con los últimos estertores de mis parcas fuerzas he escrito estas notas, no dejéis de elegir un regazo que os acoja en los últimos momentos de vuestra corta vida, seguro que será el último placer de lo que llamamos vida.


INDALESIO mayo 2013