domingo, 22 de diciembre de 2013

EL MUNDO DEL CAMPO

                           



Una de las aficiones que se han asentado en mi cabeza, es el andar. Ando dos veces en semana y mucho, casi cinco horas. He recorrido calles, paseos y sobre todo campo, ese mundo que nos circunda y al que poco miramos.
En uno de mis extensos y divertidos paseos, con mochila incluida transportando elementos de supervivencia, subí una empinada y larga travesía que me llevaría a uno de los núcleos campesinos abandonados. Pasé varias poblaciones, donde me miraban con curiosidad y me juzgaban como otro loco del camino, pero yo a lo más saludaba con cortesía o bien preguntaba algún dato de localización. A veces me ofrecían un vaso de agua o de vino del lugar, ya habituado a dosificar mis ingestas, cuidaba mucho lo que tomaba y su cantidad, sin ánimo de ser pacato.
A los pocos minutos y no sin agradecer sus atenciones, continuaba mis caminatas con ánimos renovados. Y en concreto, esta ocasión me acosaba el tiempo porque había decidido acampar en algún lugar de que me resultara agradable. Iba en dirección al picacho que dominaba toda la bahía de la Málaga musulmana y que servía de vigía para invasiones foráneas. Llegué al cruce del camino de Totalán y decidí continuar una hora más, antes que se me cayera la noche encima, y culminar el Santón Pitar.
A pesar de ser una empinada cuesta no tuve dificultad en llegar a y sobrepasar la venta que coronaba el picacho, pero la venta estaba cerrada y nada ni nadie respondía a mis llamadas. Así que ascendí algo más y giré a la izquierda por un camino terrizo que me llevaría a la casa de de la finca del Santón Pitar, lugar que quizás me acogiera, aunque lo sabía deshabitado. Nada de luz que me ayudara a moverme por el entorno de la vivienda, la noche cubriendo completamente el cielo y para colmo nada de luna. Así que me acomodé bajo los soportales de la enorme casa, saqué estera y saco y me introduje para sentirme resguardado del frío y del miedo de encontrarme a la intemperie y con poca defensa para lo que pudiera ocurrir. Tomé una barrita energética y me cubrí incluyendo cabeza.
No tardé en dormir por el cansancio acumulado del día, y solo me desperté por los primeros rayos de luz que aparecían por el levante de la casa. Bueno también por los lamidos que me daba una simpática y sucia cría de perro que al parecer había dormido pegado a mí, quizás por el calor que desprendía mi protegido cuerpo. No me atreví a gritarle para que me dejara, porque ya se encargo él de tomar suficiente distancia para evitar lo que con todo seguridad ya había vivido.
No me paré en mirar las condiciones del lugar de acampada, pero pude observar que era una casa muy extensa con varios cuerpos de no más de dos alturas, varios balcones con rejas y múltiples ventanucos esparcidos por ambas fachadas. Un jardín abandonado jalonaba la zona oeste, pero conservaba unos magníficos fícus de hoja pequeña que preservaba el caserío del tórrido sol de la tarde. Entre los árboles encontré un nacimiento de agua, a pesar de encontrarme en una altura considerable, donde pude beber un agua cristalina y muy fría, y realizar abluciones higiénicas.
Recorrí el entorno de la casa, que parecía abandonada pero bien protegida de intrusos, y solo encontré una puerta que daba a la cocina forzada y con cristales rotos. Después de asegurarme de que estaba solo, y con la única compañía del perrillo, me introduje en la casa con multitud de  precauciones. Afloje los tornillos que sujetaban la cerradura de la puerta de la cocina y como sospechaba, encontré varios anillos de oro viejo, posiblemente propiedad del servicio domestico que lo escondía para proteger de posibles hurtos. Después me moví entre destrozos de utensilios de la casa, todos esparcidos sin ningún miramiento y rotos en su mayoría.
Me sorprendió el enorme salón, lleno de libros  y de telas de araña, donde desde hacía años no entrada nadie, miré por curiosidad los libros y eran no malas ediciones de libros de caballería, historias y grafismos diversos de posiblemente un valor elevado. Pero solo alimenté mi curiosidad, evité el hurto y más de tan importante valor.
Me senté en un sillón que hacia juego con una mesa castellana, llenos ambos de  una espesa capa de polvo, pero en cuya espalda un ventanal iluminaba esa zona del salón. Instintivamente abrí los cajones que jalonaban ambos lados de la mesa y solo había objetos de escritorios, llaves antiguas y muchos papeles. Me pudo la curiosidad e inevitablemente leí unas cartas, estaban dirigidas al Marques de la Iluminada, Don Antonio Maria Floreste y Domínguez del Castillo. Las reuní por fechas y había cercanas a las cien cartas, que cubrían un periodo de tres años de vida, mejor de su alegre y divertida vida.
Eran firmadas por una muy importante dama de la España de la Dictadura, yo diría que la más importante dama, y todas estaban escritas en tono amoroso y con una cuidada letra azul pálida. Pasé bastante horas leyéndolas y cada vez me iba interesando y entendiendo más.
En resumen se trataba de la relación amorosa del Marques con esa señora, algo que podría tener moderado interés, sino fuera porque la señora compartía secretos de alcoba que podrían tener mucho interés para la historia de nuestro país. 
Conforme me enteraba de más noticias, más alarmado me encontraba, aquello podía ser algo que desmontaba la imagen idílica del Dictador, acaso idílica para algunos, pero destructora para otros. Y sobre todo nada coincida con la imagen que nos mostraba los libros de textos de nuestra formación histórica. Rebusque más, pero nada encontré, y pude darme cuenta que las últimas cartas estaban escritas en tono de reproche, por lo abandonada que tenía a la excelsa señora, e incluso la última a forma de despedida.
Muy preocupado y alarmado, cogí todas las cartas y las sujeté con un cordel, salí de la casa con la mente ocupada por la enorme cantidad de información, y asustado como aún me siento, solo se me ocurrió prender fuego y hacer desaparecer la evidencia de que nuestra historia estaba trucada por un cúmulo de mentiras, que continuaron  favoreciendo a los más poderosos.
Siempre recuerdo con autentico dolor, la estúpida decisión que tome aquella mañana, al quemar aquellos documentos que contenían algunas verdades que jamás podré demostrar porque hice desaparecer su evidencia. 

INDALESIO  Octubre 2013