Un
estudioso entrado en años, casi todos penosos, se retiró al
desierto a descansar después de haber conseguido, tras arduos
trabajos, dos descubrimientos contrapuestos. Por una parte, enseñó
a orinar levantando la pata como hacen los perros a una cabra macho.
Este logro se enmarca en el campo de sus investigaciones pedagógicas.
Por la otra, alcanzó a anular la presión atmosférica creando un
sistema de turbulencias que despejan la columna de aire, de unos diez
kilómetros de altura, que se apoya sobre la cabeza de cualquiera.
Libre del peso invisible que achanta sobre el terreno a todo ser
vivo, se vio con capacidad de enfrentarse a la gravedad, asunto que
lleva muy adelantado. Como en otras ocasiones, salió un día con su
cabra a caminar por el campo en dirección a la montaña. Al llegar a
las rocas trepó por las más escarpadas, sin esperar a nadie, con la
agilidad que puede desplegar quien no tiene que soportar el
rozamiento. Sus pulmones se llenaban a tope del aire limpio que subía
de la tierra y devolvían el carbónico generado en el metabolismo
celular, por lo que el intercambio gaseoso adquiría eficiencias
nunca vistas. La cabra lo seguía con dificultad, llamándolo a voces
de vez en cuando. Hay que decir que el animal bobino había aprendido
a hablar por su cuenta.
- No corras tanto maestro, que no puedo seguirte, gritaba la cabra.
- No te quejes y sube, que para eso tienes cuatro patas y pezuñas adhesivas, contestó el liviano andante libre del peso de la atmósfera.
De
todas maneras, optó por esperarla en un rellano o bazareta escavada
en la roca a donde la cabra llegó exhausta.
- Me tienes que enseñar el truco que empleas para subir de esa manera al igual que me enseñaste a orinar como un perro, le dijo una vez tomado aire.
- Hay cosas que se pueden enseñar y otras que no.
- Todo saber debe ser transmitido a imitación de la Naturaleza que tan generosa es.
- Pero las cabras carecéis de la ciencia teologal, sois dionisíacas y ariscas. Recuerda lo que costó tu adiestramiento. Antes aprendiste a hablar que a mear contra los árboles.
- Eso se debe a la animadversión que le tenemos a los perros que siempre han sido nuestros peores enemigos. Nos muerden en las canillas y en las orejas, donde más duele.
- Pero buenos topetazos le dais cuando se ponen a tiro.
- Eso si es verdad, no hay cosa que más me guste que embestir a un perro. Si logro romperle la crisma de un cabezazo me considero dichoso.
- Con esas ideas ¿quieres que te descubra el secreto de la escalada?
- Una cosa es un perro que muerde y otra un amo que enseña, al que respeto como maestro y al que nunca osaré hacer daño. Me siento feliz a tu servicio.
- Muy meloso te pones cuando quieres conseguir algo. Dime ¿te alegras de saber orinar como un perro?
- Mucho, porque me da personalidad; no hay cabra que se me resista y porque de esa manera ahuyento a las fieras que me atacan.
- ¿Hasta eso llega una simple meada?
- Si un zorro me persigue, me paro, levanto la pata y meo con autoridad ante la mirada de sorpresa del raposo que sale corriendo dando aullidos.
- Eso me lo tenías que haber contado antes.
- Veo que eres vanidoso y que te gusta que te alaguen a pesar de tu vida solitaria.
- Me gusta que reconozcan lo que he conseguido con esfuerzo. No me oirás alardear de haber enseñado a mear a estilo perro a una cabra porque no soy presumido.
- Pronto verás que alguien se apropia de la idea.
- Pero ahí estás tú para desmentirlo
- ¿Pretendes que salga en tu ayuda cuando te niegas a enseñarme el truco de la ligereza?
- No es ningún truco, es un descubrimiento científico.
- Llámalo como quieras, el caso es que, como Fausto, te dedicas a la magia y como él, después de haber estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y, por desgracia, también teología, sigues tan sabio como antes.
- Si continúas metiéndote conmigo me veré obligado a venderte a los gitanos de la feria.
- “Fair is foul, and foul is fair”. No serás capaz de eso; además ¿qué harías sin nadie con quien hablar?
- Tampoco es tan interesante hablar con una cabra que confunde feria con razonable.
- No he leído a Shakespeare, a pesar de lo cual sigo siendo tu único compañero.
- En cuanto se enteren las sociedades científicas me llamarán para que les explique mi invento, con lo que dejo de necesitar tu compañía.
- ¿Quién va a creer que has enseñado a orinar a una cabra si no me ven?
- No hablaba de eso, pero puede que sea yo el que monte el circo.
- No te veo hombre de circo.
- Ni yo a ti cabra escaladora.
Se
acercaba el águila elevándose por las corrientes de aire sin mover
las alas. La cabra se escondió detrás del hombre y dijo:
- Con esa no valen trucos, si te agarra estás perdido. Mira la cara de pocos amigos que trae.
- Estando yo aquí no se atreve por mucha hambre que tenga,
- Lo peor es cuando están criando. No me dejes solo porque no acabo de entender eso de comerse unos a otros. Nosotros nos conformamos con la hierba, damos más de lo que recibimos y encima somos dóciles y agradecidos. No hay nada más tonto que un rebaño de cabras o de ovejas, esas parientas lanudas que, encima, visten a los hombres.
- No rajes más y volvamos, que el águila se aleja.
CIRANO