sábado, 25 de enero de 2014

LA CLARA. UN RECUERDO DE JOSE JIMENEZ VILLAREJO

            



No más de ocho años de edad, cuando me pidieron hiciera de rodrigón, bueno pedirlo tampoco, me indicaron acompañar a mi hermana en sus paseos con el joven con el que salía. Aquello me gustaba, era divertido y me trataban con generosidad o quizás con elegancia, porque me compraban  un cartucho de patatas en papel de estraza y me sentaban en las piedras del paseo marítimo, algo que me producía un gran sosiego.
El otro recuerdo que guardo es quizás años después, alquilaba simbólicamente por unas  perrillas la barca de un marengo de pedregalejos, que le llamaba la Clara y que nos servía para alejarnos del agua sucia del rebalaje y darnos un baño en las procelosas aguas de la bahía de Málaga.
El joven acompañante de mi hermana, que después fue su marido y padre de sus nueve hijos, era y fue un gran jurista que defendió las leyes con  la independencia y prudencia que da la visión democrática  y cristiana de su  vida, algo realmente extraño en este nuestro país.
A él le debo mucho. Siendo un muchacho que deseaba comenzar los estudios universitarios con ganas de diversión y mucha curiosidad, y encontrándome algo perdido por la educación recibida por los jesuitas de los años sesenta, le conté mis cuitas de desasosiego por el trato recibido en el último año de bachillerato. No solía dar consejos de exegeta, pero aconsejaba con sentido práctico. Me presentó a Alfonso Carlos Comín y me sugirió le acompañara a la zafra de la Axarquía. Acepté y fue una experiencia que jamás olvidaré, conocí gentes humildes y sin nada de cultura, cuya único bagaje era su enorme generosidad y ganas de ayudar al prójimo, así  compartíamos  la mucha miseria que en aquellos entonces había. Y me hizo sentir una inquietud que extrañamente se adaptaba muy bien a mi manera de pensar y sentir. Ese fue el germen de lo que fue después mi compromiso social y político.
Años después, y habiendo terminado mis estudios universitarios, me ofreció participar en una plataforma creada por un grupo de cristiano- demócratas que se llamaba a la sazón Demos 68, donde se fue germinando la buena costumbre de dialogar independientemente de la ideología  que se dispusiera o que cada cual quisiera. Allí conocí a personajes de enorme talla personal y política que me enseñaron a ser tolerante y a saber encontrar el camino para acabar con los comportamientos del tardo-franquismo.
El azar hizo que nuestras vidas siguieran por caminos diferentes, pero siempre fue un placer cambiar opiniones con él y recibir su enseñanza mensurada, cauta y firme en cada uno de los temas que debatíamos.
Murió como vivió, con una tenue sonrisa de comprensión y cariño a todo su entorno. Al menos así me lo contaron los que compartieron los últimos momentos con él. Gracias y descansa en paz.  

INDALESIO Dic. 2013

domingo, 19 de enero de 2014

DE ESTA AGUA NO BEBERÉ






            Cuando le preguntaban de pequeño lo que quería ser de mayor contestaba, despachando dos por uno, que ni iba a ser médico ni se iba a casar. Semejante petulancia profetizaba, esta vez con acierto, la sucesión de derrotas que le visitarían a lo largo de su vida. Y es que, sus esperanzas tempranas oscilaban, desde una vocación soñadora, entre dedicarse a la literatura o ser piloto. Con la primera pensaba eludir la realidad indagando el mundo interior  y con la segunda el exterior. Como la poesía no se conciliaba con la vida salvaje que se llevaba en el barrio, no la expresaba sino en contadas ocasiones y siempre con el propósito de ligar. Llevaba en secreto sus escritos, de natural amorosos, con lo que se sentía realizado en el plano intelectual, compensando de esta manera los descalabros escolares. Lo de aviador estaba más en consonancia con lo que le pedía el cuerpo, con lo que hacía y con lo que se figuraba que podía hacer. Hubo una época en la que se le conocía como el Piloto; fue cuando empezó a participar en las pruebas de atletismo de los campeonatos escolares que lo llevaron a competir en los absolutos. Pero las cosas se aclararon al pisar el jardín de los prodigios, donde comprobó que lo que tanto daba que hablar, se concretaba, de pronto, en una realidad que aventajaba con mucho los sueños más optimistas. El caso fue que amistó con una niña deportista que manejaba la bicicleta con soltura y que de un día para otro desplazó la tacañería de las del barrio que, a buenas horas mangas verdes, lanzaron mensajes de remisión cuando los asuntos estaban más que cuajados con la del Cañaveral, a la que el poeta piloto llamaba la Geva.
            Con su padre tenía convenido que aunque se examinara para la Academia del Aire en San Javier cursaría Preu por lo que pudiera pasar. Pero para esos tiempos sus planes habían cambiado mucho. Además de volverse estudioso, cuestionó la idea de estar cuatro años separado de una hembra en la que había conocido el mundo, el demonio y la carne hasta hartarse. Otro asunto vino a armonizar sus propósitos y fue que visitando a un amigo del barrio que había sufrido un accidente en la piscina del Camping de la carretera de Jaén, le dio un jamacuco al ver el aparatoso vendaje del ojo izquierdo en el que se le clavó el cristal de las gafas de bucear cuando alguien se le tiró desde el trampolín. Al sentir los primeros síntomas de la lipotimia quiso ganar la puerta pero se derrumbó de narices contra el rodapié del pasillo dejándolas pegadas al piso. La operación chapucera a la que fue sometido no logró enderezarlas ni mantener el tabique en su sitio, por lo que se unió el hambre a las ganas de comer y, además de grandes, quedaron torcidas de por vida. Como las partes más nobles del cuerpo no se vieron afectadas por el incidente, prevaleció la armonía sin mengua alguna en la calidad.
            En junio aprobó la Reválida de Sexto y con el pretexto de prepararse para la Academia se quedó en Granada sin acompañar a su familia a Lanjarón, lo que les permitió descubrir que en la cama rentaba más la pasión queen el campo, el portal o el coche donde practicaban a diario. Además, la pareja cerró un plan que esta vez sí se cumplió como estaba previsto. Llegado septiembre preparó la maleta, recibió el dinero para el billete del tren y la pensión, y se instaló durante tres días en un secadero de tabaco desde cuya parte alta se veía la ventana de la Geva. Como podía ser localizado por los colegas del barrio que trillaban la vega varias veces al día, estuvo recluido en el palomar, bajando del coro al caño cuando la ocasión lo permitía, hasta que lo pillaron los dueños. Hubiera acabado en el Cuartelillo sino lo identifican a tiempo como de la farmacia. Con las mismas se fue a Lanjarón donde dijo que no había pasado el examen médico (versión que mantiene su vigencia) y que no había podido examinarse, con lo que al llegar octubre empezó Preu sin saber qué camino tomar, aparte del que llevaba con su amiga. Cuando el curso siguiente su padre le oyó decir que quería estudiar Filosofía y Letras lo matriculó en Medicina sin que él se enterara y así fue como empezó la carrera. Llegado a tercero y para evitar las prácticas se pasó a libre, adelantó curso y se casó confirmando aquello de que nunca digas de esta agua no beberé.

SALVATORE MALATESTA