Cuando le
preguntaban de pequeño lo que quería ser de mayor contestaba, despachando dos
por uno, que ni iba a ser médico ni se iba a casar. Semejante petulancia
profetizaba, esta vez con acierto, la sucesión de derrotas que le visitarían a
lo largo de su vida. Y es que, sus esperanzas tempranas oscilaban, desde una
vocación soñadora, entre dedicarse a la literatura o ser piloto. Con la primera
pensaba eludir la realidad indagando el mundo interior y con la segunda el exterior. Como la poesía
no se conciliaba con la vida salvaje que se llevaba en el barrio, no la
expresaba sino en contadas ocasiones y siempre con el propósito de ligar. Llevaba
en secreto sus escritos, de natural amorosos, con lo que se sentía realizado en
el plano intelectual, compensando de esta manera los descalabros escolares. Lo
de aviador estaba más en consonancia con lo que le pedía el cuerpo, con lo que
hacía y con lo que se figuraba que podía hacer. Hubo una época en la que se le
conocía como el Piloto; fue cuando empezó a participar en las pruebas de
atletismo de los campeonatos escolares que lo llevaron a competir en los
absolutos. Pero las cosas se aclararon al pisar el jardín de los prodigios, donde
comprobó que lo que tanto daba que hablar, se concretaba, de pronto, en una
realidad que aventajaba con mucho los sueños más optimistas. El caso fue que
amistó con una niña deportista que manejaba la bicicleta con soltura y que de
un día para otro desplazó la tacañería de las del barrio que, a buenas horas
mangas verdes, lanzaron mensajes de remisión cuando los asuntos estaban más que
cuajados con la del Cañaveral, a la que el poeta piloto llamaba la Geva.
Con su padre
tenía convenido que aunque se examinara para la Academia del Aire en San Javier
cursaría Preu por lo que pudiera pasar. Pero para esos tiempos sus planes
habían cambiado mucho. Además de volverse estudioso, cuestionó la idea de estar cuatro años separado de una hembra en la que había conocido
el mundo, el demonio y la carne hasta hartarse. Otro asunto vino a armonizar
sus propósitos y fue que visitando a un amigo del barrio que había sufrido un
accidente en la piscina del Camping de la carretera de Jaén, le dio un jamacuco
al ver el aparatoso vendaje del ojo izquierdo en el que se le clavó el cristal
de las gafas de bucear cuando alguien se le tiró desde el trampolín. Al sentir
los primeros síntomas de la lipotimia quiso ganar la puerta pero se derrumbó de
narices contra el rodapié del pasillo dejándolas pegadas al piso. La operación
chapucera a la que fue sometido no logró enderezarlas ni mantener el tabique en
su sitio, por lo que se unió el hambre a las ganas de comer y, además de
grandes, quedaron torcidas de por vida. Como las partes más nobles del cuerpo
no se vieron afectadas por el incidente, prevaleció la armonía sin mengua
alguna en la calidad.
En junio aprobó
la Reválida de Sexto y con el pretexto de prepararse para la Academia se quedó
en Granada sin acompañar a su familia a Lanjarón, lo que les permitió descubrir
que en la cama rentaba más la pasión queen el campo, el portal o el coche donde
practicaban a diario. Además, la pareja cerró un plan que esta vez sí se
cumplió como estaba previsto. Llegado septiembre preparó la maleta, recibió el
dinero para el billete del tren y la pensión, y se instaló durante tres días en
un secadero de tabaco desde cuya parte alta se veía la ventana de la Geva. Como
podía ser localizado por los colegas del barrio que trillaban la vega varias
veces al día, estuvo recluido en el palomar, bajando del coro al caño cuando la
ocasión lo permitía, hasta que lo pillaron los dueños. Hubiera acabado en el
Cuartelillo sino lo identifican a tiempo como de la farmacia. Con las mismas se
fue a Lanjarón donde dijo que no había pasado el examen médico (versión que
mantiene su vigencia) y que no había podido examinarse, con lo que al llegar
octubre empezó Preu sin saber qué camino tomar, aparte del que llevaba con su
amiga. Cuando el curso siguiente su padre le oyó decir que quería estudiar
Filosofía y Letras lo matriculó en Medicina sin que él se enterara y así fue
como empezó la carrera. Llegado a tercero y para evitar las prácticas se pasó a
libre, adelantó curso y se casó confirmando aquello de que nunca digas de esta
agua no beberé.
SALVATORE MALATESTA
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