sábado, 5 de marzo de 2016

PRIMERA ESCAPADA







Dedicado al amigo del alma
y de travesuras Manolo Vargas
que seguro no se habría rajado
como otros”.
Una tarde luminosa de octubre cuando jugábamos al futbol en el campo de la Fides Bubi y yo con Pirri el que fue jugador del Real Madrid y de la selección española, apareció el director Don José Burgos cargado de autoridad y de malafollá. El juego era fuerte porque Bubi, bastante mejor que Pirri y, por supuesto que yo, se las tenía con el profesional que picado mostraba el carácter que más tarde lo identificaría con la furia española. Poco amigo del deporte varonil que practicábamos el Burgos bajó al terreno de juego, cuando vio que ni por gestos ni con gritos le hacíamos el menor caso, para amonestarnos o, quien sabe, para castigarnos. Sin darle opción a una cosa ni a la otra salimos disparados cuando lo tuvimos lo suficientemente cerca como para que nos pudiera echar mano. Después de unos cuantos regates de cachondeo nos largamos gritando ¡Pepe Burgos bribón! sin que esto sea una de las hazañas que más me enorgullecen de mi etapa de mala vida.
El caso es que alejado el peligro vimos como el ofendido director se dirigía a mi casa con toda la furia a cuestas, lo que hizo replantearme el horario de vuelta al hogar que ya iba más que apurado. A mi casa tampoco podemos ir, razonó Bubi como si tuviéramos donde escoger mientras bajábamos por Martínez de la Rosa siguiendo los pasos del docente al que vimos acudir decidido a darle el disgusto a mis padres. Ante la inminencia del desastre empezó a bullir la idea de emprender una escapada a Almuñecar donde decía haberse echado novia ese verano el Bubi. A mi que me atraían las ideas disparatadas más que una huerta de membrillos me pareció una salida brillante que merecía ser compartida con otros compinches del barrio. Para que luego no dijera que no contábamos con él llamamos al Julito desde la acera de enfrente con el característico silbido y a los dos minutos lo teníamos a nuestro lado. Me acuerdo como si fuera hoy que nos dijo muy avergonzado que no tenía motivos para irse de su casa (como si nosotros los tuviéramos) y que lo sentía mucho pero que no se escapaba con nosotros. Disminuido en su autoestima y en la nuestra lo dejamos antes de salir hacia la Redonda en busca de la mar.
Anochecía cuando pasado el fielato pudimos subirnos a un camión renqueante que nos sacó de Granada, superó Armilla y tomó la cuesta del Suspiro sin titubear. Confiados en que nos llevaría por lo menos hasta Motril nos acomodamos entre los bultos y ya hacíamos planes de vigilancia cuando el conductor sin parar el vehículo que subía jadeando lo que el moro subió llorando se asomó al cajón y con más sorna que enfado nos mandó bajar ¡Ya mismo!
Enseguida nos colgamos a otro camión más potente al que alcanzamos dadas nuestras excelentes condiciones físicas y cuando ya subíamos a la caja el canalla levantó el volquete dejándonos en tierra cansados y maldicientes. Sin desfallecer lo volvimos a intentar y nos volvieron a desmontar. En esos tiempos se robaba a los camiones por el mismo procedimiento que nosotros usábamos: subía el caco más ágil y lanzaba a la cuneta lo que consideraba que pudiera ser vendido, que prácticamente era todo, para que lo recogiera el compinche. Aunque nuestras intenciones eran otras tuvimos que soportar la dureza de la carretera en las postrimería de los años amargos del hambre. Como a la tercera va la vencida decidimos seguir a pie hasta donde nos llevara el diablo que fue Dúrcal a eso de las tres de la mañana y con un frío que pelaba. Como salimos con lo puesto sin otro abrigo que un jersey de entretiempo sobre una camisa de manga corta debido a que por aquellos entonces hacíamos gala de no tener frío aunque nos heláramos por dentro, la tiritera se podía oír con las persianas bajadas. Derrotados pero no vencidos, con hambre y frío pudimos refugiarnos en un corral al que entramos a tientas tras abrir la puerta con engaño.
Más tarde he sabido que la fermentación bacteriana que se nutre del estiércol desprende calor. Aquella noche lo experimenté en propia carne. Nos acurrucamos sobre lo que creíamos ser un mullido colchón y echamos un sueño hasta las primeras luces con las que despertamos y vimos la realidad de la cama que no era otra que un puñado de boñigas frescas. A la salida del pueblo conseguimos que un camionero nos dejara viajar en el portante hasta Vélez de Benaudalla donde nos despedimos helados y hambrientos pero animosos.
Como sospechábamos que se habría iniciado la búsqueda evitamos las vías principales y nos dejamos ir por el azud donde fuimos entrando en calor con el sol y con la fruta que cogíamos con la habilidad adquirida en los hurtos a la huerta de la Petra y aledaños. Por primera vez apreciamos que la formación salvaje del barrio no había sido en balde y como suponíamos, al hacerse tarde en nuestras casas los padres se movilizaron. Acudieron a Julito quien cantó de plano haciéndose el santo. También en esto el instinto de mangantes que tanto habíamos entrenado nos enseñó el buen camino. Que fueron unos montes interminables, agotadores que nos hicieron sudar la gota gorda hasta aparecer por las playas de Salobreña donde nos dimos un baño redentor que disipó al menos del cuerpo el fuerte olor a vaquería que ya dábamos por nuestro.
Y como cuando las cosas empieza a ir bien siguen bien, aseados y húmedos porque como es natural no llevábamos toalla, hicimos auto stop con éxito hasta nuestro destino a donde llegamos a media tarde. Como Bubi tenía cinco duros nos compramos sendos bollos y dos latas de atún en una tienda por la que ya habían pasado los sabuesos en nuestra busca y desde donde tardaron na y menos en dar la alarma. No habíamos terminado de comer los mejores bocadillos de nuestras vidas cuando llegó la pareja pidiéndonos el carnet de identidad. Como si la prisa con la que salimos nos hubiera permitido, ni por asomo, pasar a recoger la documentación. Entonces tenéis que acompañarnos al cuartelillo, nos dijeron sin darnos tiempo a pensar en una fuga. No nos encadenaron pero nos separaran de manera que no pudiéramos coordinar la carrera en la que habríamos dejado tirados al par de gordos que nos conducían.
En el cuartel estaban nuestras madres echas un mar de lágrimas sobre todo la del Bubi que siempre fue algo histérica. Nos soltaron sin dar parte para que todo quedara en pelillos a la mar y sin antecedentes. Habían venido en un taxi desde Granada y nos adelantaron en algún tramo del trayecto sin lograr localizarnos, algo que nos halagó. Durante el tiempo de búsqueda y captura para aprovechar el viaje al máximo, el taxista había comprado una caja de chirimoyos que colocó entre las banquetas donde nos tumbamos Bubi y yo. Tan a mano estaban que nos comimos unos cuantos de postre antes de quedarnos fritos.
En el trayecto de vuelta contaron las madres el enfado de Don José Burgos al que habría que ir a dar la cara y el chivatazo de Julio que fue puesto como ejemplo. Al llegar a Granada se descubrió la merma de chirimoyos que hubo que reparar y cada uno recibió lo que de sobra merecía. La escapada, como es natural, fue muy comentada entre deudos y amigos, lo que vino a ensanchar la leyenda negra que perseguía a los niños del barrio. En mi cumpleaños alguien tuvo el humor de dedicarme el disco del emigrante interpretado por Juanito Valderrama que mis hermanos tarareaban para mortificarme. El objetivo principal del viaje que era ver a la niña no se pudo cumplir por la interferencia de los poderes establecidos, pero quedó pendiente para un segundo intento que terminó todavía peor que el primero y del que se dará cuenta a su debido tiempo.

CIRANO