El señor Padilla llevaba un día
nefasto, en la mañana había perdido un cliente preferencial, de esos cuya cifra
hace tambalearse la compañía. Tenía molestias de estómago y la secretaria había
tenido que salir antes, por un asunto de fuerza mayor. Así que estaba solo en
la oficina, atendiendo al teléfono y redactando el informe del cliente perdido para la Dirección Regional de la Compañía. Repasó
mentalmente el asunto del cliente preferencial, quería un descuento de un 20%
para este año y eso supondría que el se quedaba sin comisión en ese asunto y
eso la Compañía no solía autorizarlo, a pesar de lo cual, sin mencionar la
conclusión con su negación, pedía autorización para continuar la negociación.
Sintió satisfacción después de
leer por segunda vez el informe, lo cerró y lo deposito en la mesa de Charo, su
secretaría.
Cuando se ponía la chaqueta notó
un nudo en el estomago, y soltó un resguardo aéreo y sabor de contenido cebollino,
condimento que tenía el plato del medio día. Sonó el teléfono, cuando se giraba
en dirección a la puerta, dudo si
cogerlo, pero le pico la curiosidad y
contestó. Era el habilitado que se encargaba de sus asuntos en la ciudad de la
Alhambra, y en exclusividad de su hijo querido, que hacia carrera Universitaria
y en concreto Farmacia, que por lo que el intuía lo conseguiría con magnificas
notas, por el enorme grado de inteligencia que poseía. Y en efecto se trataba
de un asunto sobre su hijo, pero notó que el habilitado daba algunos rodeos y
sus palabras dudaban en salir de la torpe boca. Le animó hablar, y antes de
gritar, escuchó algo como que su hijo pudiera ser que tuviera algún problema de
faldas. Gritó e insulto al viejo habilitado, reprochándole la tardanza en
informar y el no haber estado pendiente de la disciplina de su hijo. Lo emplazó
de forma autoritaria para pasados dos días, a saber el viernes 24 de noviembre,
en la puerta del Hotel Victoria a las doce en punto. Le pidió que esa misma
mañana avisara a su hijo y que se presentara en mismo lugar y hora.
Cuando colgó, se sentó
bruscamente en la butaca próxima, y encendiendo un cigarrillo se puso ha pensar
en la situación. Le costaba trabajo entender en que lío de faldas podía haberse
metido su inteligente hijo, pero si sabía que no iba a permitir que ninguna
pelungona se llevara a su hijo que tanto prometía. Era su seguro de vejez, el
que le tendría que cuidar y suministrar la compensación de sus necesidades
económicas. Además su hijo era demasiado joven para saber de cosas del amor y
del sexo, jamás le había hablado sobre esos asuntos y por lo tanto el joven no
tenía opinión formada sobre esos temas. Seguro que ha sido una mala
interpretación de ese viejo chocho del habilitado que no sabe ni entiende nada
de la juventud.
El jueves tarde, después de
cerrar la oficina y dar instrucciones a Charo, recogió a su señora esposa, que
con cara de malas pulgas se sentó a su lado.
El viaje duro tres horas, la
carretera era infernal, lleno de curvas y socavones que hacía que su
destartalado Fiat fuera dando botes y bandazos entre las protestas de la madre de su querido hijo.
Cuando llegaron y no sin antes
haber perdido la dirección del Hotel, que les costó vueltas y revueltas,
consiguieron instalarse en las habitaciones, dos porque él roncaba, y dormir de
un tirón hasta el amanecer.
Pero el señor Padilla durmió mal,
tenía frío y se arropó con varias mantas pero nada le consolaba, y después el
maldito estómago, esa sensación permanente de que le salía la comida del
estómago, le torturaba. A las siete se levantó, se lavó con fruición y comenzó a relajarse, al menos ese dolor de
estómago se le calmó. Escuchó a través de la puerta las respiraciones profusas
y ruidosas de su mujer, y se preguntó ¿que para que levantarla? Ella dormiría
siempre tranquila, porque sus preocupaciones se limitaban al funcionamiento de
la casa, el resto era él quién organizaba
y dirigía la vida familiar. Pero su hijo en problemas, era algo que le
había descolocado, estaba seguro de él, y convencido que era un mal entendido.
Él que había hecho tan gran esfuerzo para conseguir que su hijo estudiara, que
había pospuesto el comprarse otro coche, y que había renunciado al
mantenimiento de su querida, enorme y oportuna justificación para
desembarazarse de esa mujer ya algo ajada y caprichosa, que le hacía pecar en
contra de su voluntad, pero que ya en los últimos meses estaba gorda y de
pechos muy caídos, algo que le producía rechazo y desinterés. Pues después de
todo esto, y resuelto con acierto, le plantea a su hijo que tienen que hacer la carrera de Farmacia, él que es
el más preparado de sus hijos, y el único que le brindaba la oportunidad de
hacer carrera. Bueno también es verdad que solo tiene dos, una chica que esta
trabajando en el Auxilio Social y que tiene novio formal y su adorado hijo en
quién tenía puestas todas sus esperanzas.
Bajó a desayunar, y solo tomó
café a pesar de que le ofrecieron panecillos y bollería gratis, pero estaba
preocupado y no quería despertar de nuevo las molestias gástricas. Leyó la
prensa y tomó otro café. Despertó por teléfono a su mujer y la emplazó con
urgencia en la recepción del Hotel, Y esperaron más de una hora, antes que
pudieran ver entrar a su hijo acompañado del habilitado y vestido como un
pincel. Pidió un reservado y entraron los cuatros en una pequeña salita
decorada con una mesa redonda y unos tristes cuadros con motivos de la
Alhambra.
Todas las acusaciones que se
imputaban al joven Padilla las refuto con brillantez, negó su relación en los
antros de perdición, aceptó con resignación alguna escapada ocasional en estos
lupanares, cosa que satisfizo al señor Padilla, y negó ausencias
a las clases de la Facultad. Pero cuando entró en la sala Ureña,
convocado por el habilitado, la cosa cambio y tuvo que aceptar que su
dedicación al estudio era más bien escasa, porque el compañero traidor dio con
pelos y señales información de sus nulas asistencias lectivas, y sus muy
sonadas ausencias.
El señor Padilla zanjó el asunto,
acabando con la carrera universitaria de su prometedor hijo, y aquella misma
tarde montaron los enseres que disponía en su cuarto, liquidó los haberes en la
casa donde se hospedaba, premió la fidelidad del habilitado y colgó alguna
cinta en la capa del tuno Ureña cifrada en algunas miles de pesetas.
El regreso en el auto fue
apoteósico, las famosas broncas del señor Padilla duraron más de una hora, y
las respuestas de su ya menos adorado hijo escasas y pacatas, solo quedó claro
algo, nunca volvería a estudiar la carrera de Farmacia. Esta afirmación no
gusto nada al padre, porque no aceptaba le contradijeran, y le advirtió que
haría lo que le mandara y donde le mandara. Pero ambos ya sabían que este
enfrentamiento acabaría con la mutua confianza y que el joven Padilla se
dedicaría a un oficio no académico y aprendido en la misma ciudad. Nunca
consiguió publicar novela alguna, a pesar de su enorme valía en el dominio de
la fantasía.
INDALESIO Julio 2013