sábado, 21 de septiembre de 2013

NOSTALGIA II

                                      



El señor Padilla llevaba un día nefasto, en la mañana había perdido un cliente preferencial, de esos cuya cifra hace tambalearse la compañía. Tenía molestias de estómago y la secretaria había tenido que salir antes, por un asunto de fuerza mayor. Así que estaba solo en la oficina, atendiendo al teléfono y redactando el informe del cliente perdido  para la Dirección Regional de la Compañía. Repasó mentalmente el asunto del cliente preferencial, quería un descuento de un 20% para este año y eso supondría que el se quedaba sin comisión en ese asunto y eso la Compañía no solía autorizarlo, a pesar de lo cual, sin mencionar la conclusión con su negación, pedía autorización para continuar la negociación.
Sintió satisfacción después de leer por segunda vez el informe, lo cerró y lo deposito en la mesa de Charo, su secretaría.
Cuando se ponía la chaqueta notó un nudo en el estomago, y soltó un resguardo  aéreo y sabor de contenido cebollino, condimento que tenía el plato del medio día. Sonó el teléfono, cuando se giraba en dirección a la puerta,  dudo si cogerlo, pero le pico la curiosidad  y contestó. Era el habilitado que se encargaba de sus asuntos en la ciudad de la Alhambra, y en exclusividad de su hijo querido, que hacia carrera Universitaria y en concreto Farmacia, que por lo que el intuía lo conseguiría con magnificas notas, por el enorme grado de inteligencia que poseía. Y en efecto se trataba de un asunto sobre su hijo, pero notó que el habilitado daba algunos rodeos y sus palabras dudaban en salir de la torpe boca. Le animó hablar, y antes de gritar, escuchó algo como que su hijo pudiera ser que tuviera algún problema de faldas. Gritó e insulto al viejo habilitado, reprochándole la tardanza en informar y el no haber estado pendiente de la disciplina de su hijo. Lo emplazó de forma autoritaria para pasados dos días, a saber el viernes 24 de noviembre, en la puerta del Hotel Victoria a las doce en punto. Le pidió que esa misma mañana avisara a su hijo y que se presentara en mismo lugar y hora.
Cuando colgó, se sentó bruscamente en la butaca próxima, y encendiendo un cigarrillo se puso ha pensar en la situación. Le costaba trabajo entender en que lío de faldas podía haberse metido su inteligente hijo, pero si sabía que no iba a permitir que ninguna pelungona se llevara a su hijo que tanto prometía. Era su seguro de vejez, el que le tendría que cuidar y suministrar la compensación de sus necesidades económicas. Además su hijo era demasiado joven para saber de cosas del amor y del sexo, jamás le había hablado sobre esos asuntos y por lo tanto el joven no tenía opinión formada sobre esos temas. Seguro que ha sido una mala interpretación de ese viejo chocho del habilitado que no sabe ni entiende nada de la juventud.
El jueves tarde, después de cerrar la oficina y dar instrucciones a Charo, recogió a su señora esposa, que con cara de malas pulgas se sentó a su lado.
El viaje duro tres horas, la carretera era infernal, lleno de curvas y socavones que hacía que su destartalado Fiat fuera dando botes y bandazos entre las protestas de  la madre de su querido hijo.  
Cuando llegaron y no sin antes haber perdido la dirección del Hotel, que les costó vueltas y revueltas, consiguieron instalarse en las habitaciones, dos porque él roncaba, y dormir de un tirón hasta el amanecer.  
Pero el señor Padilla durmió mal, tenía frío y se arropó con varias mantas pero nada le consolaba, y después el maldito estómago, esa sensación permanente de que le salía la comida del estómago, le torturaba. A las siete se levantó, se lavó con fruición  y comenzó a relajarse, al menos ese dolor de estómago se le calmó. Escuchó a través de la puerta las respiraciones profusas y ruidosas de su mujer, y se preguntó ¿que para que levantarla? Ella dormiría siempre tranquila, porque sus preocupaciones se limitaban al funcionamiento de la casa, el resto era él quién organizaba  y dirigía la vida familiar. Pero su hijo en problemas, era algo que le había descolocado, estaba seguro de él, y convencido que era un mal entendido. Él que había hecho tan gran esfuerzo para conseguir que su hijo estudiara, que había pospuesto el comprarse otro coche, y que había renunciado al mantenimiento de su querida, enorme y oportuna justificación para desembarazarse de esa mujer ya algo ajada y caprichosa, que le hacía pecar en contra de su voluntad, pero que ya en los últimos meses estaba gorda y de pechos muy caídos, algo que le producía rechazo y desinterés. Pues después de todo esto, y resuelto con acierto, le plantea a su hijo que tienen  que hacer la carrera de Farmacia, él que es el más preparado de sus hijos, y el único que le brindaba la oportunidad de hacer carrera. Bueno también es verdad que solo tiene dos, una chica que esta trabajando en el Auxilio Social y que tiene novio formal y su adorado hijo en quién tenía puestas todas sus esperanzas.  
Bajó a desayunar, y solo tomó café a pesar de que le ofrecieron panecillos y bollería gratis, pero estaba preocupado y no quería despertar de nuevo las molestias gástricas. Leyó la prensa y tomó otro café. Despertó por teléfono a su mujer y la emplazó con urgencia en la recepción del Hotel, Y esperaron más de una hora, antes que pudieran ver entrar a su hijo acompañado del habilitado y vestido como un pincel. Pidió un reservado y entraron los cuatros en una pequeña salita decorada con una mesa redonda y unos tristes cuadros con motivos de la Alhambra.   
Todas las acusaciones que se imputaban al joven Padilla las refuto con brillantez, negó su relación en los antros de perdición, aceptó con resignación alguna escapada ocasional en estos lupanares, cosa que satisfizo al señor Padilla, y negó  ausencias  a las clases de la Facultad. Pero cuando entró en la sala Ureña, convocado por el habilitado, la cosa cambio y tuvo que aceptar que su dedicación al estudio era más bien escasa, porque el compañero traidor dio con pelos y señales información de sus nulas asistencias lectivas, y sus muy sonadas ausencias.
El señor Padilla zanjó el asunto, acabando con la carrera universitaria de su prometedor hijo, y aquella misma tarde montaron los enseres que disponía en su cuarto, liquidó los haberes en la casa donde se hospedaba, premió la fidelidad del habilitado y colgó alguna cinta en la capa del tuno Ureña cifrada en algunas miles de pesetas.
El regreso en el auto fue apoteósico, las famosas broncas del señor Padilla duraron más de una hora, y las respuestas de su ya menos adorado hijo escasas y pacatas, solo quedó claro algo, nunca volvería a estudiar la carrera de Farmacia. Esta afirmación no gusto nada al padre, porque no aceptaba le contradijeran, y le advirtió que haría lo que le mandara y donde le mandara. Pero ambos ya sabían que este enfrentamiento acabaría con la mutua confianza y que el joven Padilla se dedicaría a un oficio no académico y aprendido en la misma ciudad. Nunca consiguió publicar novela alguna, a pesar de su enorme valía en el dominio de la fantasía.


INDALESIO  Julio 2013