viernes, 20 de mayo de 2016

JODIDOS EXPERTOS





No hace mucho que un famoso editor amigo mío que, además, me debe su posición porque fui quién le proporcionó los medios para hacer carrera, me colocó en una coyuntura endiablada de la que no salí nada airoso, situación, por otra parte, no extraña en mi. Había terminado una novela que consideraba pasable. Sabía que no era una obra de esas que arrastran masas, pero creía que merecía la pena publicarla y con esa intención acudí a mi deudo y amigo. Como había confianza no necesité pedir cita. Me presenté en su oficina con el cartapacio y sin entretenerme con la secretaria asomé la cabeza por la puerta del despacho de ejecutivo y le dije: estoy ahí fuera, cuando tengas tiempo me avisas. Inmediatamente la secretaria recibió una llamada para que me pasara a un despacho privado en el que se personó mi amigo para preguntarme si era algo urgente. Le dije que no tuviera prisa. Me entretuve releyendo algunos párrafos que me afianzaron en la idea de la bondad de lo escrito.
Cuando tuvo un claro volvió al despacho donde le presenté la obra a mi manera, sin demasiados preámbulos. Aunque sabía que yo era aficionado a la escritura quedó un poco sorprendido antes de decirme: esto se publica de todas, todas; pero para saber qué terreno pisamos le voy a dar curso normal para que la valoren los expertos y nos digan cual es su porvenir. Cuando oí la palabra experto me recorrió el cuerpo un escalofrío como si me hubiera tirado a una piscina helada en el mes de enero. No hay cosa que más me inquiete que un experto. No creo que sean una categoría profesional sino una condición. Esa gente que asume saber lo que el público quiere, sacará conclusiones ojeando el tipo de letra, registrando algún adjetivo suelto o comprobando si el texto empieza por vocal o por consonante.
A los pocos días se presentó en mi casa a la hora de almorzar y en la sobremesa me sacudió con su propuesta: la editorial te ofrece doscientos mil euros por la novela con la condición de no publicarla. No es que sea mala ni que deje de serlo, me animó, pero los entendidos han pronosticado que no es oportuna. Sumergido en la marea alcalina producto de la digestión me remonté varias generaciones en la familia de los sabihondos poniendo especial énfasis en la línea materna y le dije que la casa se podía meter los doscientos mil euros por donde le cupiera. O mejor, rectifiqué en un alarde de reflejos, te cojo la palabra. Con ese dinero voy a publicar la novela por mi cuenta. Eso no es posible, me contestó, si te damos el dinero la propiedad intelectual pasa a la empresa. Entonces no quiero el dinero, pero sigo con la idea de publicarla por mi cuenta. No lo hagas, me aconsejó, vas a fracasar. Y fracasé.

CIRANO