sábado, 20 de diciembre de 2014

OSCURO DESTINO



                              



Modesto fumaba con parsimonia y bastante aburrimiento en el despacho de la Agencia de Detectives “EL DESTINO” Hacia dos días que el teléfono no recibía llamadas, ni la puerta se abría para alguien extraño. Sabía que este negocio de hurgar en vida ajena, era así de caprichoso y sujeto a situaciones concretas, como era el ser fin de mes o las inquietudes que producía la entrada de estaciones como la primavera. Tampoco es que le inquietara en exceso, disponía de recursos suficientes para pagar  los recibos domiciliados en el banco, y los céntimos necesarios para comer en la tasca que habitualmente frecuentaba. Siempre fue así y posiblemente seguiría siéndolo. Pero aquella tarde era distinta, aquella tarde sonó los cristales de la puerta de la Agencia aporreados por los nudillos de alguien decidido y firme. Le dio al botón de apertura y dejo el paso franco para un joven bien vestido que preguntó por el Detective Modesto Malcuar, bajo su brazo llevaba unos papeles embutidos en una funda de plástico. Apagó el cigarrillo y entornó la ventana que mantenía abierta por motivos higiénicos.
Se levantó y tendió la mano, con algo de desgana, al intruso. Sospechaba que sería una pregunta con truco o un consejo sobre amoríos, por la edad del joven. Le indico se sentara e igualmente se sentó, cruzando los dedos de ambas manos le pregunto a que se debía su visita.
Cuando el joven que dijo llamarse Pascual, le contó que andaba buscando una persona que había cinco años que no veía, se tranquilizó, era los casos que más disfrutaba porque con algunas llamadas se podía arreglar todo. Claro que él chasco la lengua, dando ha entender la dificultad que entrañaba la búsqueda de personas. Le preguntó si esa persona deseaba ser encontrada, el joven sonrió y le dijo que lo ignoraba, pero él quería y necesitaba encontrarla. Los motivos eran solo de su incumbencia, según refirió. El Detective giró la cabeza y permaneció mirando por la ventana, refirió que si sus clientes no tenían confianza en su discreción y en su capacidad de gestión mal resultado se podría tener, además de alguna demanda por el derecho de privacidad. No le afectó mucho aquella amenaza, y solo le dijo que cuando terminaran daría más explicaciones. Que además no había nada ilegal y que solo quería tener un encuentro con aquella persona, que era una señora conocida en la ciudad y nada sospechosa de algo turbio.
Modesto Malcuar saco una ficha en cartulina y tomó los datos del cliente, le aseguró que se preservarían sus datos y que siempre estarían bajo su custodia en caja fuerte, y que pasados cinco años se destruiría, según recomienda las normativas legales. Le pidió los datos de la persona a encontrar y elementos útiles para su localización, pero Pascual no disponía de nada, salvo  datos difusos. Mujer de pelo claro, alta de un metro setenta y cinco, podría tener unos cuarenta y dos años y de origen latino, hablaba con deje y acento Italiano, por ser oriunda de aquel país. Se dedicaba al diseño y confesión de alta costura en un taller que disponía en una población cercana y estaba casada con señor que desconocía sus ocupaciones, pero que manejaba bastante pasta y con coche de gran cilindrada. Vivían en una urbanización de esta ciudad, en una casa llamada “Villa Solemio” y es todo lo que le puedo contar porque ya no sabia nada más.
Bueno, ella se llama Mimí y el hombre Julí, y eso es todo.
El detective se removió incomodo en su asiento, y volvió a decir que si desconocía el interés y los porqués de la búsqueda sería mucho más difícil encontrarla. Después de mucho insistir reconoció que aquella mujer era su madre.
El detective Modesto Malcuar no encontró ni rastro del paradero actual de aquella mujer, y así se lo comunicó a su cliente el joven Pascual, que por cierto averiguo era hijo de una importante familia de la ciudad y que había estado los últimos años en la capital de Estado realizando los estudios de Medicina. Además el detective descubrió que la madre del joven Pascual era otra señora que aún permanecía viva y en buena disposición económica.
El joven después de recibir la información, le preguntó cuales eran los honorarios y le pidió la máxima discreción, algo que ofendió levemente al detective, que después de hacer un recibo lo intercambio por un billete de quinientos euros. Nunca más supo de aquel  ocasional cliente..
 INDALESIO

domingo, 30 de noviembre de 2014

LA BERREA










             Desde púlpitos de piedra, machos acalorados, lanzan el desafío para dirimir el dominio del territorio. El grito choca contra paredes y acantilados repitiendo la llamada a la que acuden ciervos lujuriosos de cornamenta dura y pupilos tiernos que acaban de descubrir el jadeo cálido que baja de la cabeza arbórea hasta el riñón húmedo con deseos de lucha y de sexo. Todos suben sedientos como si la vida empezara dentro de un rato, cuando el vencedor elija la hembra con la que iniciar el apareamiento, ese enigma que pide el cuerpo cuando el otoño deja entrar los primeros fríos.
La investigación se basa en la observación. Es un intento de entender lo que hay detrás de lo que se ve. No consiste solo en mirar; conocer requiere actuar con inteligencia y contumacia. Para elevar hechos concretos a la categoría de leyes se necesita tiempo y talento. El equipo de biólogos que observaba la berrea, un año más, camuflado en el bosque, no daba crédito a lo que estaba viendo. Acostumbrados a contrastar datos que se espera ocurran como deben ocurrir, se sorprendían de que las cosas no se acomodaran a lo previsto. El combate con el que se decide la hegemonía del grupo lo sostenían, como siempre, los dos machos prepotentes mientras el resto se removía nervioso esperando conocer quien iba a ser el jefe de la manada durante la próxima campaña. El líder que venía ejerciendo el poder, con no ser todavía demasiado viejo, flojeaba. Nunca había sido ni fuerte ni carismático, pero tenía una cierta habilidad para desplegar mañas que parecían más de conejo que de ciervo. A pesar de todo había conseguido someter a un hatajo amplio con la complicidad de dos hembras jóvenes, de buen ver; la una alta y la otra baja; la primera tornadiza, la segunda serena. El observador recogió los datos, los clasificó y una vez en el laboratorio los analizó para sacar conclusiones.
La sorpresa surgió cuando un selecto plantel de machos jóvenes, desatendiendo el espectáculo de la lucha cerrada que mantenían los mayores, se hicieron con lo más florido del rebaño. Sin demasiado esfuerzo lo llevaron con docilidad hacia un valle de paisaje renovado animando el viaje con coplas esperadas. Pero no todo fue estética, ofrecieron nuevos prados y un juego en el que las hembras podían elegir con quien aparearse sin tener que soportar el aliento fétido del líder de cuernos rotos y tallo tronchado. Diversos clanes de gesto torvo, acostumbrados a la docilidad, arremetían ceñudos insultando a unos e implorando a otros, pero el grueso de la clientela se acomodó al paso de los nuevos líderes y se alejó hacia horizontes por descubrir. Los investigadores tomaron nota y publicaron los datos alarmando a poblados foráneos que valoran la vida por dividendos sin echar cuenta a la felicidad. Tiempo de Finanzas rasgaba sus vestiduras y Corruptos por la Libertad levantaba voces de escándalo por la ofensa hacia sus bolsillos. Los dos machos peleones, con los cuernos rotos y los lomos manchados de sangre, se lamían las heridas buscando alianzas con las que seguir controlando el pasto; lo demás lo dieron por perdido.
CIRANO

viernes, 14 de noviembre de 2014

DECÁLOGO DE NOVELISTA



o   La estatura (altura/grandeza) de un novelista es la de sus personajes.
o   La fuerza (el estilo) es la calidad de su ironía.
o   La ironía es la sonrisa de un dios que se contempla en su criatura.
o   La ironía es distancia pero también es cercanía.
o   La sonrisa de la Gioconda nos resulta tan enigmática porque es la sonrisa de ella que nos ve mientras la contemplamos. Es decir, de Leonardo.
o   Los grandes novelistas consiguen que durante la lectura el lector sea su criatura.
o   Un artista sin ironía es un artesano.
o   La ironía de Cervantes era compasiva, la de Kafka corrosiva, la de Tolstoi inconsciente, la de Shakespeare comprensiva, la de Proust radiográfica, la de Mann temerosa, la de Joyce endiosada, la de Beckett espantada, la de Homero homérica, la de Dante psicoanalítica, la de Dostoievski anulada, la de Freud engreída, la de Nietzsche alucinada. La de Walser es excelsa y la mía leve. Para interesados, Borges era Borges.
o   La novela es una guía de viaje al País del Alma.
o   Novelista no es quien mira sino el que ve.
o   Y la imaginación se tiene o no se tiene.
o   El trabajo de novelista no es de narrador ni cuenta cuentos (medios o instrumentos de los que puede valerse). El novelista inventa/aventura vidas, que a este nivel sería ingenuo confundir con biografía. La vida es vivencia. Es decir, el cómo nos vivimos (o nos soñamos).
o   El novelista habla, usa de la palabra como el músico de la nota musical, para evocar estados de sentimiento o de emoción. Y más allá de narración o personajes, es decir de la parte figurativa del cuadro, están los trasfondos en que se pierde. Yo busco la expresividad, intentando tirar el lastre de la frase. Es más, diría que para mí (novelista), toda frase es un lastre en sí misma. He ahí la dificultad de servirse de la tosca piedra para esculpir la estatua que nos contempla.
o   Yo novelo la soledad (más diría, el aislamiento intrínseco) de la criatura humana y para ello, entre las letras, busco seres que respiren.
MIGUEL CARREÑO

domingo, 2 de noviembre de 2014

UN VIAJE AL CENTRO DE SI MISMO

                     


En alguna ocasión le habían hablado de personas decididas a viajar por el mar. Le parecía raro y además ajeno porque nunca la había llamado la atención esa extraña costumbre, el navegar por las procelosas aguas de esos mares que tantas vidas se había cobrado. Incluso había leído libros de aventuras de intrépidos marinos que entregaban sus disposiciones en transportar objetos e incluso vidas por mares llenos de peligros y traiciones.
Pero lo que menos podía  sospechar, era que se iba ha encontrar envuelto en una aventura que se iba a desarrollar en su totalidad en el Mar que baña nuestras escarpadas  costas.
Cierta mañana que se encontraba rellenando fichas para el Instituto de Salud Pública, fue requerido para presentarse al Inspector Jefe de dicho Instituto, con carácter de urgencia. Hombre cumplidor y de deseos escondidos para mantener el puesto, se apresuró en llamar a la puerta del Jefe de su sección para comunicarle que el Inspector Jefe requería su presencia y que le apremiaba  ha cumplir con sus obligaciones, salvo que su jefe inmediato ordenara alguna cosa. Este celoso por desconocer los motivos,, le ordenó esperara hasta que él supiera cuales eran esas prisas y esas maneras. Dos minutos después la cara redonda y congestionada del Jefe de sección aparece por la puerta y bisbisea que urge su presencia en el despacho central. Se apresuró no sin antes inclinar su cabeza  en dirección al Jefe de Sección y desaparecer con pasos rápidos y decididos.
Nada de tiempo de espera, la secretaria le hace pasar sin dilación y se introduce en el templo supremo del Organismo Institucional. Un hombre orondo, con bigote espeso de color oscuro y gafas que permanentemente se escurren por su narizota le mira con aviesas intenciones.
-         ¿Usted es el experto gaviero?
Nuestro hombre que se llama Rumeu, niega con la cabeza, reiteradamente, y consigue sacar por su boca escasas palabras.
-         No señor.
El Inspector vuelve a mirarlo inquisitorialmente y comenta:
-         He pedido un experto Gaviero y me mandan esto.
Rasca su casposa cabeza y llama por teléfono. Después de hablar en voz baja con  varias personas, se vuelve hacia Rumeu y le dice.
-         No encontramos a nadie para un asunto de extremada importancia.                        Debe usted salir dentro de los siguientes minutos, con destino a Alhucema para llevar con carácter urgente unas vacunas que precisan la población del territorio español allí establecido para controlar una epidemia de Peste bubónica, declarada por los enemigos islámicos.
Un automóvil le recoge en la puerta del edificio donde trabaja, y le permiten diez minutos para hacer el equipaje. Intentó huir por la puerta trasera del edificio de su vivienda pero los encargados de su custodia le detienen y le devuelve hacia el coche. Comentan que para nada precisara mucho equipaje en la ida, porque la vuelta con toda seguridad no existirá. Realmente preocupado y bastante asustado se deja llevar hasta el muelle del puerto, en cuyas oficinas le entregan una caja cuadrada  y envueltas por una estructura metálica de seguridad que es muy inestable y que para nada debe perder su equilibrio por el grave riesgo que puede correr tanto el como la tripulación. Intentó formular preguntas, pero su inquietud y sus carencias le impiden expresarse con claridad, desiste ante la mirada atónita de los funcionarios de aduanas. Pero antes de salir de aquel tétrico edificio, hace su presencia un encorchado personaje que con voz afeminada le explica, aunque poco entiende, que la sustancia que transporta es muy inestable y los movimientos le afectan pudiendo producir una severa desgracia tanto a los que se encuentran dentro de un radio de veinte metros, como a los que precisan de dicha vacuna una vez mezclada con la tensegrity que disponen en la colonia.
Rumeu le tiemblan las piernas, siente un leve vahído que casi le hace caer en el suelo, a la vez que una desbandada de los presentes en la habitación le produce tal sorpresa que le hace recuperar el tono vital. Dos forzudos laborales del ministerio, le sujetan y le hacen desplazarse hacia  una dirección que desconoce, pero salé del edificio y va directo hacia el muelle de sanidad portuaria. Allí le espera un velero con dos personajes en cubierta que le miran con cara de pocos amigos, le ordenan saltar, pero Rumeu tiene vértigo y niega con la cabeza. Uno de los marinos que le acompaña le empuja hacia el velero, pero instintivamente Rumeu levanta los brazos en señal de desespero y se precipita por el canto del pretil del muelle. Su cara era de desesperación y terror, pero no por la estabilidad de las vacunas y sus posibles efectos, sino por el pánico que sentía a  que sus pies perdieran firmeza y estabilidad. Al caer golpeo su cabeza con el espejo de popa del velero, pero continuó asiendo el cofre con la vacunas, que le acompañaron hasta el fondo del fango del puerto.
Se decretó aislamiento de la zona portuaria durante dos semanas, pero no ocurrió ningún percance. Pasadas estas se enviaron dos buzos para inspeccionar la zona, solo encontraron restos de ropa del amigo Rumeu y el cofre abierto y sin contenido. La lisas devoraron las vacunas y quizás las escasas proteínas del  bueno de Rumeu.


INDALESIO  Septiembre 2014    


viernes, 17 de octubre de 2014

LA METANOIA








            Mis recuerdos más lejanos se pierden en algo húmedo y oscuro, pero no quiero retocar escenas difusas para que no digan que son inventadas. Pronto fui capaz de valerme por mí mismo y reconocer el roce metálico de mis semejantes. Me veo arrastrando una enorme pelota de materia orgánica con mis patas posteriores mientras agacho la cabeza para tomar fuerza. Nunca había sentido preocupación por mi existencia hasta que aquel muchacho de Praga me cazó con una redecilla y me colocó en una caja de cartón que tiró a su cartera con indiferencia. Os podéis imaginar la de tropiezos que di intentando mantenerme erguido en medio de aquella agitación. La oscuridad no me preocupaba porque estaba acostumbrado a ella. Lo que me producía terror, aparte del vaivén, era la variedad de atmósferas que atravesamos. Primero el sol del que venía se nubló, luego el calor de un motor mecánico me asfixiaba, más tarde la humedad de la lluvia y por fin el agobio de sentirme debajo de una cama, donde el cazador me dejó, me produjeron angustia (cosa que nunca había sentido). Al principio intenté escapar mordiendo la caja, cuyo sabor era parecido al de la corteza de los árboles, pero en cuanto saqué la cabeza y pude beber la orina que resbalaba por el borde de una taza blanca, empecé a sentirme mejor, aunque noté que me dolían todas las partes del cuerpo como si me descoyuntara. Y es que estaba creciendo. Cuando alcancé un tamaño considerable me arrastré hasta la esterillay me descubrió el bárbaro del hermano deGregorSamsa. Sin pensárselo dos veces me tiró la manzana que se estaba comiendo sin pelar. Lo hizo con tanta fuerza que la fruta quedó incrustada en mi caparazón, que ahora era tan débil como la ubre de una vaca. Salió despavorido dando gritos pero no encontró a nadie en casa, así que se lanzó a la calle en busca del señor Kafka que estaba en su tienda de telas atendiendo a unos clientes. Sin dejarlo abrir la boca, el comerciante lo encerró en el despacho en donde lo olvidó hasta que terminó la jornada. Durante ese tiempo mi organismo sufrió una terrible trasformación. El brillo de mi caparazón se atenuó hasta convertirse en una especie de telilla pálida sin resistencia. Mi abultado y robusto vientre adelgazó hasta pegarse casi a la espalda. Mis fuertes apéndices se transformaron en manos las de arriba y pies las de abajo. Las ventrales se unieron debajo de la barriga para formar un colgajo flácido al que se adosaban dos bultos blandos. Mi cuerpo había aumentado hasta alcanzar el tamaño del chico que me cazó. Cuando llegaron estaba todavía debajo de la cama, asustado y muerto de frío. Lo primero que vi fueron los ojos vidriosos del señor Kafka que me dijo:
- Vamos Frank, sal de ahí –al tiempo que me tendía la mano ayudándome a salir-, bueno hijo ¿qué te ha pasado esta vez?
            A duras penas pude evitar abrazarlo; pero cuando me dejó en manos de su esposa, ya no pude contenerme. No sabía como decirle, entre sollozos, que yo no era Frank y que su hijo llegaría de un momento a otro y lo aclararía todo. Pero no fue así. El muy tuno tenía previsto alejarse de la casa y dejarme como sustituto. Aparecía por la noche o en los momentos más insospechados para pedirme que no lo delatara, que sería mejor que sus padres me tuvieran a mí, un escarabajo como hijo, que a él, al que no querían y que se estaba volviendo cada vez más oscuro. Por las noches le oía roer madera como hacía yo cuando era bicho.
 CIRANO



jueves, 9 de octubre de 2014

MAL ASUNTO. VÉRTIGO







            El campo es el equivalente al saco vitelino donde se desarrolla la existencia, la vida es todo lo demás, como el camino que se conoce al pasar. En el campo se habita esa libertad constreñida por límites invisibles, igual que el feto rodeado por la inmensidad protectora de la matriz.
            Me contaron que mi madre tuvo un accidente estando embarazada de ocho meses, rodó varias veces sin control hasta quedar volcada sobre un precipicio. De allí nos rescataron cuando su cuerpo resbalaba hacia el abismo. Ella habría muerto si no la auxilian, a mi me habrían salvado del silencio por cesárea a vida desde la muerte.
            Una vez que me llevaron al circo me tuvieron que sacar desvanecido cuando los acróbatas subieron al trapecio. Este niño está muy débil, dictaminó el médico, necesita tomar aceite de ricino y vitaminas. Cuando me detuvo la policía por distribuir propaganda subversiva también me administraron aceite de ricino y no porque estuviera débil, sino por escarmiento; pero la bocanada del vómito procuré dirigirla a la cara del comisario con lo que me gané una paliza.
            Ahora, cuando veo a alguien en peligro, temo que me den aceite de ricino y que me apaleen, por eso me pongo tenso y evito el vacío por pequeño que sea. El vacío es el huevo de gelatina del que me sacaron a tirones, es el vómito del ricino y es la paliza con la que el comisario me majó a palos mientras dos esbirros vestidos de gris me sujetaban por las axilas. Es el miedo que siento por los que veo al borde del precipicio del paro, de los desahucios, de las preferentes y también de los que se asoman a los balcones a jalear independencia. Es miedo por nacer (que debió ser parecido a la bocanada avarienta tras una prolongada inmersión), miedo porque me envenenen y miedo por que me majen a palos. El vértigo es la escusa.

CIRALESIO  

viernes, 3 de octubre de 2014

MAL ASUNTO

                                       

Hacia menos de dos meses que me había jubilado, y una ferviente hiperactividad inundaba mis primigenios días. Una de las muchas actividades era mejorar mi condición física, que estaba muy alterada por tantos años de laborar con mínima repercusión sobre mi ajado cuerpo.
Caminaba dos horas, y lo consideré suficiente. Pero no estaba cerrado a otras actividades, así que cuando me llamó Decudermo para pasear por los andurriales del Acueducto de San Telmo, con la compañía del frenopático Byung-Chul-Han me pareció una magnifica idea.
Ignoro los porqués, pero Decudermo mantenía una pasión desaforada por recorrer los siete kilómetros del acueducto, y cada dos meses como mucho lo paseaba sujeto a sus dos bastones. Todos sabíamos que años atrás, en uno de sus intensos recorridos había ocurrido un accidente, que le había costado  un severo disgusto, porque en un puentecillo del acueducto habían encontrado el cadáver de una mujer joven en avanzado estado de descomposición. El cadáver lo reconoció Decudermo como perteneciente a una amiga personal con la que mantenía una intensa relación amorosa y que había desaparecido hacia dos meses. El estaba bajo sospecha y se encontraba sujeto al procesamiento judicial, debiendo presentarse en el juzgado semanalmente.  Quizás por ese motivo se hacia acompañar por Byung- Han, personaje que le daba una estabilidad física y emocional a muchos de sus arriesgados recorridos accidentados.
Yo, por supuesto ignoraba esa parte de la vida de Decudermo, solo había escuchado algún cotilleo pero carente de toda verosimilitud.
Me citó en el amanecer de un lunes, en los arrabales de la entrada norte de la ciudad, donde comienzan las primeras construcciones del acueducto, sobre un cauce rigurosamente seco de un río que hacia años no trabajaba su cauce. Me sentí algo desprotegido, cuando avizore la gran cantidad de herramientas que sacaban de las mochilas, bastones, cabos, botas, linternas, cascos y una interminable cantidad de medidas de seguridad.  Yo solo una mochilita con una botella de agua y un chubasquero. Al fin no me habían dicho que llevara más preparos, y además no creí fuera necesario todas estas parafernalias para un simple paseo sobre un cauce seco. Les pregunté y solo me dijeron  que era una rutina fruto de costumbres de años y por la precaución que se aconseja.
La primera media hora la recorrimos sobre el cauce  del río, con algunos restos de las conducciones destruidas por el tiempo y por la fuerza de un río que quizás años atrás llevara agua. Decudermo nos fue contando algunos aspectos de la historia de la construcción de la faraónica obra de ingeniería hidráulica, y mantenía un correcto equilibrio enseñándome por donde ir, por donde pisar y los cuidados a tener. Byung caminaba absorto en sus ensoñaciones y más pendiente de su marcha que de nosotros dos.
Noté a Decudermo más nervioso de lo habitual, pero tampoco lo había acompañado por el campo en otras ocasiones, así que le di algo de conversación con carácter superficial y lo que permitiera el resuello. Hicimos una parada y bebimos agua, hacía calor y ya el sol picaba incluso a través de la ropa. Decudermo se giró y apoyándose en sus bastones me dijo:
-         Ahora viene la parte más delicada, veras se tiene que pasar por un puente estrecho durante cien metros y sin protección lateral, ¿tú que tal vas?
-         Pues me imagino que lo podré soportar, aunque realmente padezco de un severo vértigo, pero en alturas muy grandes.
Subimos hacia el acueducto y continuamos la marcha. Sendero ocupado la mitad por la conducción  de agua y por el paso para personas. Sentí unas mariposas en la barriga cuando la ruta se abrió de foresta y me quedé en un puentecillo de unos quince centímetros con un pie delante y otro detrás.
Fue entonces cuando me atacó.
Una crisis de pánico invadió mis sentidos y mi mente se nubló, atenazado sentí algo tan desagradable que deseé arrojarme desde la altura del puente. Entonces escuché la voz de Byung  que me gritaba:
-         Dobla las rodillas y cierra los ojos. Respira fuerte y arrástrate hacia atrás.
Sentí que la vida se me acababa y que no podría soportar la sensación de perdida de contacto con la tierra, grité y creo que incluso me meé encima. Lentamente me deslicé lateralmente hacia el precipicio, deseando que todo aquello acabara de una vez y no sentir el sufrimiento de vacío. Mi cuerpo se quedó suspendido y mis manos me sujetaban del lateral del acueducto. Entonces escuché a Decudermo junto a mi oreja que me pedía tranquilidad, mientras Byung pasaba una cuerda por mi pecho y lo sujetaba a un bastón atravesado en la acequia. Desplazándome lateralmente me fui acercando hacia el inicio del puente donde el contacto con la tierra me hizo comenzar a sentir algo de seguridad con mi vida.
Con la uñas descarnadas y babeando me tendí en el inicio del puente, y cuando levanté la cabeza escuché como Decudermo emitía unos hipidos y tapaba su cara con ambas manos. Le pregunté que le pasaba, porque me correspondía a mí, el llanto, pero su desconsuelo era grande y profundo.
Al rato nos contó que en ese lugar había encontrado el cadáver de Clara y que posiblemente le había pasado algo parecido, porque ella también sufría de vértigos en las alturas, y que toda aquella situación que ahora habíamos vivido le había hecho revivir todo lo anterior, y que jamás volvería por aquellos andurriales, al menos hasta que no arreglaran la seguridad de aquellos puentes del acueducto de san Telmo.


CIRALECIO  Septiembre 2014

jueves, 18 de septiembre de 2014

CON SIGILO

                                         


Era comienzo de los años setenta, un momento convulso en el mundo en que se vivía y en especial en la vida de Decudermo. Recién terminados los estudios universitarios, comprometido políticamente, y con una enorme suficiencia producto de sus pocos años y su mucha e intensa independencia,  por ausencia física de sus padres, creía que el mundo estaba dividido en dos, los buenos que apoyaban sus ideas y los malos que lo formaban todos los demás. Su intransigencia le hacia caminar con la vista por encima de los demás, y divisando la persona que en el horizonte podía acceder a su compañía y amistad.
Cierto día acompañado de su inseparable cartera en bandolera, con muda y papeles comprometedores, bajó la vista unos segundos para evitar un bordillo, y se encontró con un antiguo compañero de colegio. Inmediatamente Decudermo giro la cabeza para evitar su encuentro, pero ya era tarde, El López le cortaba el paso. Además su radio de acción era amplio por el uso de una muleta, lo cual le permitió alargar el brazo cerrando una posible escapada. Le miró y sintió un escalofrío, su cara surcada por una cicatriz que partía su nariz y el color terroso de su faz le hacía sentir una cierta clase de repulsión. Para abundar más en su físico, despedía un olor tenue, pero identificable como una mezcla de suciedad, sudor y algo parecido al azufre, todo ello aderezado  con algo dulzón que podría parecer perfume pasado de fecha.
Sabía que aquel siniestro compañero había tenido una vida complicada, muy diferente a la de él, y  se decía en su ambiente, que se debía de evitar porque colaboraba con la policía mediante la delación. Había sufrido un accidente y había perdido la articulación de la rodilla y en el único trabajo que se le conocía le habían arrojado desde un andamio sufriendo múltiples lesiones.
Le saludó con cierto distanciamiento y le negó la mano, El López la retiró con rapidez y disimulo, entonces entabló un soliloquio donde le explicó que el no era un chivato, que no consumía drogas en la actualidad y que solo quería unas monedas para poder comer. Que siendo un currinche le habían negado trabajo en todos periódicos y que no había sido tan malo como otros decían, aunque en verdad tampoco podía negar que era un cabeza loca, que había dado muchos disgustos a sus padres y algunos amigos, y en especial no había sabido dar una vida adecuada a su hija.
Cuando termino su perorata, Decudermo estaba sorprendido y confuso, aceptó que aquel hombre era un embustero compulsivo, pero que él no era nadie para juzgarlo ni reprocharle nada, cada cual puede hacer con su vida lo que quiera, y que bastante tenía con la marginación que sufría. De todas formas se permitió dar un consejo, si te lavas quizás algunos no te evitaran.
El López aún con este gesto de humillación, continuó justificándose, olía mal porque tenía una insuficiencia renal y su piel esta impregnada de restos orgánicos que sus riñones depuraban mal. Ahora fue Decúdermo quién se justifico, pero continuó con palabras más propia de reproches, que de alivio de una situación incomoda. Cuando habían pasado varios minutos, intentó salir del asalto, pero El López mucho más hábil y acostumbrado a estos escarceos, interpuso su cuerpo y alargó la muleta. Entonces le pidió  sin tapujos algunas monedas para comer.
Decudermo haciendo gala de su suficiencia y aderezado con soberbia, le propuso un trato, quinientas pesetas si le encontraba una revista publicada en 1930 que defendía las posiciones de su abuelo republicano federalista. El López sonrió con mucho sigilo y sin manifestar sentimiento alguno, inmediatamente alargó la mano para recibir las quinientas pesetas. Una vez consolidado el acuerdo se separaron.
El próximo encuentro ocurrió tres meses después, ambos no se evitaron y con manifestaciones de alegría, Decudermo golpeó suavemente el hombro del López y este volvió a quedarse con la mano suspendida en el aire. Se preguntaron por sus respectivos intereses, y El López no recordaba nada del encargo. Decudermo decidió no juzgarlo y le volvió a dar algunas monedas, incluso de algún mayor valor. Así se estableció con una cierta asiduidad los encuentros, Decudermo sabía que todo el mundo le rehuía y que vivía de la caridad de unos pocos, así que decidió formar parte de la nomina de los sufridores del López.   
Cierta tarde Decudermo esperaba un cita con un enviado de un partido político de la clandestinidad, la cita estaba concertada en el café Madrid a las seis de la tarde. Por motivos de seguridad se esperaba con disimulo en un lugar distante desde donde podía avizorar la llegada del enviado, también era costumbre tener paciencia porque existía unas demoras por motivo de la seguridad, curiosamente solo del que llegaba. Estando ya próxima la hora máxima de espera, límite permitido, Decudermo escuchó el golpeteo de la muleta que reconoció como del López, algo confundido se volvió para dar la espalda. Pero El López se le acercó y le tendió la mano en señal de pedir, mientras le dijo con mucho sigilo y precaución que la policía estaba al acecho y conocían todos los movimientos. Inmediatamente desapareció camino del Café Madrid, Decudermo con el corazón latiendo a mil por momentos, se fue desapareciendo entre los lugares más concurridos, hasta que se sintió más seguro. Supo que también había avisado al enviado del partido clandestino, y que sus ingresos más importantes los conseguía del conocimiento  exhaustivo de la ciudad y de todos sus habitantes, posiblemente trabajaba para ambos intereses.
Desde entonces cada mes aparecía y asaltaba a Decudermo con mucho sigilo. Le entregaba un papel lleno de letras al estilo Romance, que guardaba con delicadeza, y a cambio de una monedas le acompañaba en el trayecto hasta el tranvía, contando batallitas de su perra vida y su mala cabeza. 

INDALESIO  Julio 2014

    

viernes, 29 de agosto de 2014

LAS COSAS QUE PASAN

                              


Una suave brisa acariciaba mi rostro y aunque movía mi pelo, agradecía que me aligerara el sudor que producía mi cuerpo. Estaba sentado en el jardín de la casa donde vivía, mis padres habían salido y yo permanecía solo y aburrido. Me asomé por el vallado del oeste y distraidamente oteé las casas próximas. En el jardín de la casa de los Bolin había una persona sentada debajo de una Jacarandá  con todo el suelo lleno de sus preciosas flores azules  malvas, y un caballete que sostenía un lienzo donde pintaba algo que no podía distinguir.
No me hubiese llamado la atención sino fuera porque en aquella casa no vivía nadie y tenía conocimiento que la cancela  disponía de un hermoso candado que impedía cualquier paso.
No se que clase de valor saqué de mi mente, soy un joven de dieciséis años bastante tímido y suelo rehuir de situaciones comprometidas, pero el caso fue que cogí un palo que se usaba para espantar los perros, y salí de la casa haciendo ruido. Atravesé el llano arrastrando los pies, costumbre que me persiguió toda mi vida y que me hizo llevar siempre los zapatos sucios de polvo y gastado en sus punteras, hasta que me informó un amigo médico que había tenido un sufrimiento fetal en el nacimiento, algo que ignoro su razón y que tampoco me importa, ya que según me dijo no tenía solución.
Bajé con algo más de precaución y me acerqué a la puerta de villa CHIPI como así se llamaba la casa, desde la misma puerta distinguí la figura de una mujer joven con las piernas cruzadas y el vestido drapeado enseñando un trozo de muslo en tono tostado. Fue suficiente para que me interesara por la persona y me armara de valor para abordarla y averiguar quien era.
Sabía que en la zona sur había un boquete en la tela metálica  por donde sin mucha dificultad se podía acceder al interior del jardín. Me di cuenta  que la intrusa  no había pasado por el angosto lugar, porque había telas de araña ocupando el boquete, así que pensé que debería haber otros pasos francos para entrar en el precioso santuario. Entré y carraspeé para avisar de mi presencia y no provocar un sobresalto, pero no advertí ninguna maniobra en aquella mujer. Repetí la misma advertencia y nada, continuaba absorta en la pintura del lienzo. Entonces me detuve y pude apreciar la pintura que estaba realizando. Eran colores fuertes pero atenuados con blanco, mostraba dos cuerpos de mujer en un segundo plano y un frondoso jardín que podía ser el de villa CHIPI pero más cargado de flores tanto en la mata como en el suelo. En la mitad superior se apreciaba el dibujo de la cornisa de la casa con el envejecimiento propio del abandono y los desconchones de la pared. El conjunto era sorprendente y de una belleza enorme, para nada resultaba recargado y no sobraba nada de aquel abigarrado conjunto pictórico. Me moví pero como no llamaba la atención, hice un amplio rodeo para hacerme ver y ya de frente. En efecto, levantó la cabeza y me miró. Al momento levantó la mano y me saludó.
Era bellísima, llevaba un traje blanco de encajes en la parte superior y abierto en los lados la parte inferior, así se podía ver el inicio de sus muslos. Un sombrero de paja cubría su cabeza, pero al momento lo retiro y lo agitó en el aire en señal de saludo. Me acerqué y le pregunté que hacia allí, pero lo hice mirando hacia un lado, por vergüenza. Entonces habló, y lo hizo con una terrible voz gangosa que le salía del fondo de su faringe, en un principio me sorprendió tanto que no la entendí, pero al repetir dijo que era sordomuda y que le tenía que mirar de frente para poder leer mis labios.
Me quedé quieto y mudo yo también, y seguro que con cara de atontado. Ella movió las manos como para despertarme del embelesamiento, y se levantó del asiento, extendió la mano y me dijo su nombre, Violeta.
Aún sorprendido por su belleza y por la decepción de la articulación de sus palabras, le cogí la mano con precaución y le dije mi nombre, Decudermo. 
Algo más repuesto de tanto sobresalto, entendí lo que me dijo,  que aquella casa era de sus padres, pero que hacia años que no vivían en ella. Que ella  usaba el jardín  en estos días como inspiración para su pintura, que en los próximos meses tenía una exposición, y que había descubierto mucha paz y sosiego en aquel maravilloso lugar. Me preguntó por mis gustos artísticos y me pidió opinión sobre su cuadro. Solo conseguí articular algunas palabras, le pregunté el porque de usar tanta pintura azul. Me contestó como sorprendida, y era por dos razones, una porque la Jacarandá da flores dos veces al año y son de color azulado, y lo segundo porque es el color de la fidelidad, algo que para ella muy importante, en la amistad y en el amor. 
Miré en varias direcciones inquieto por encontrarme solo con aquella joven y el pedí que continuara con su trabajo, pero la verdad es que estaba asustado por la seguridad que mostraba, a pesar de lo  horroroso del sonido de sus palabras. Me giré sobre mis talones y me fui. Toda mi vida arrastré las imágenes de las escenas del jardín de Villa CHIPI y el recuerdo de mí comportamiento estúpido con aquella mujer tan bella, del que me arrepentí momentos después de darle la espalda.


INDALESIO Julio 2014              

viernes, 15 de agosto de 2014

PERDÓN HUMANO













Salvadora Carvajal fue la primera que extrañó la pareja que llegaba al hotel Metropolitano. Como todas las mañanas limpiaba la galería para que se instalaran las señoritas a tocar el piano. Después ocurrió la visita del recién llegado que cruzó la calle para saludar a las niñas, la amistad con los dueños y las desgracias. Asistió a los moribundos sumida en el silencio que le imponía la entrega espiritual que había decidido en el instante en que lo vio bajar del auto con impecable terno oscuro, camisa blanca y pechera almidonada sobre la que se recortabacorbata negra prendida con alfiler de oro. Pero el hechodecisivo quizás fué la mirada a través de los anteojos en la que reconoció la superioridad intelectual del hombre de letras junto a la fragilidad de un ser desamparado.
Le ayudó a preparar las medicinas sin hacer preguntas, sabiendo que no todo lo que contenían algunas cápsulas era quinina para la malaria. Cuando lo detuvieron y lo llevaron a la cárcel cedió a los requerimientos antiguos del capitán Ortiz y se dejó querer para estar cerca del preso, al que le llevaba todos los días la comida que le preparaban las damas de la ciudad, le aseaba la celda, le planchaba el traje, le apuntalaba los botones, le lustraba los botines y le informaba de lo que le sacaba su amante.
Supo que iba a escapar y también supo que le aplicarían la ley de fugas, pero cuando fue a decirle que no huyera, ya había sucedido todo. Corrió por la calle Real y antes de llegar a Subtiaba sintió como si le entraran por el cuerpo los dos tiros con los que el capitán Ortiz acabó con la vida de Castañeda. Cuando Salvadora Carvajal se acercó, dos esbirros le enseñaron el cadáver limpio, porque en el último momento, el asesino se intimidó con la petición de la víctima que le gritó: ¡a la cara no! Corría el año 1933 y solo hace uno que faltan por Navidad floresen la tumba sin nombre del cementerio de Guadalupe.
CIRANO 

jueves, 31 de julio de 2014

LOS BESOS QUE SIEMPRE DESEÉ

                     

Conocí a Maruja en la puerta del templo de la sabiduría, donde yo al ser un Dios menor me aburría, sentado en el poyete que disponía en cada lado de la puerta. Cada día me sentaba esperando la llegada del purificador sol que todo lo ilumina y que da un agradable calor. Bostezaba y giraba la cabeza a derecha e izquierda  para contemplar cuantos venían y cuantos iban. Aquel día encontrándonos ya pasado el equinoccio de primavera y aun esperando la llegada del calor, me senté abrigado con la enorme capa que albergaba mi impúdico y muy  desarrollado cuerpo. Cuando giré la cabeza hacia el lugar por donde solían venir los cortejos, pude contemplar una gran luminosidad que me hizo entornar los ojos, entre mis pestañas entreví que esa luminosidad la desprendía un cuerpo concreto, y un cuerpo maravilloso. No entendí como un solo cuerpo puede dar tanto resplandor, aunque siendo un Dios menor no es extraño que ignore algunas cosas, pero jamás había visto que un humano acaparara tanta energía. Tapé mis ojos para no ser deslumbrado, y busqué, cuanto molestaba ese fulgor a los demás, y cual sería mi sorpresa cuando todos pasaban o se cruzaban sin que la luz reveladora inquietara sus facciones. Y digo reveladora porque enseguida comprendí que esa corporeidad no era humana sino perteneciente a la misma casta que yo, a saber hijos de un Dios menor.
Tenía mi misma altura, sus andares eran firmes y contoneaban sus poderosas caderas, sus vestidos nada llamativos eran breves a nivel de sus muslos, dejando ver unas poderosas piernas con una piel clara y perfilada por unas medias que  subían  arriba de las rodillas. El pelo cortado muy ralo le hacía una cabeza muy redonda, y en especial llamaba la atención en su cara unas grandes antiparras que le cubrían sus ojos y gran parte de su faz.
Aún sin conocer lo que ocultaba aquellos artilugios que tapaban sus facciones, me sentí enamorado por unos labios carnosos y muy sensuales. Reconstruí con mis habituales poderes el color de sus ojos y el tamaño y ya no me sorprendió, eran perfectos. Las antiparras estaban colocadas en la mediación del caballete de la nariz y permitían ver unas cejas pobladas y cuidadas.  Cuando pasó a mi altura, me levanté en señal de respeto y admiración, y pude percibir la magnificencia de aquel cuerpo que ya deseé fuera mío. Aún encontrándome vestido con harapos y cubierto con mi manto de estudiante, le perseguí observando la belleza de aquel cuerpo y su magnifico ritmo. Noté que ella me sintió, porque enderezó su cuello y erizo los pelos de la base de su cuello, entonces disminuyo su ritmo de zancada y comenzó un remoloneo seductor que me hizo trastabillar.  
Se paró y me pregunto sin tapujos cual era mi nombre. Tartamudeé entre la sorpresa de la pregunta y el no saber que decir, yo al fin era hijo de Himero pero no deseaba que nadie supiera mi relación con Eros y sus descendientes, ya que el prestigio de mi hermano Anteros me había hecho bastante daño. Di una excusa y con gran trabajo una mentira, para que no pareciera más idiota de lo que realmente era. Le pedí permiso para acompañarla y sin dilación me autorizó.  
Me convertí a su lado en un personaje bastante disminuido, continuaba un enorme halo cubriendo el espacio que ella ocupaba y tan segura de si, que comencé a sentirme humillado por mi otrora capacidad de seducción y que tan buenas dadivas me habían producido. Enderecé mi torso y metí en vientre, pero realmente nada mejoraba, todo lo ocultaba mi poderosa capa manto de estudiante. Nada de lo que intentaba servía para cualquier cosa, pero extrañamente ella no perdía el interés por estar conmigo, y me llenaba de palabras elogiosas, como si fuera de un rango que precisara apoyo.
Llegamos a su vivienda y con cortesía me despedí, ella entonces me preguntó cuando nos volveríamos a ver. De nuevo balbuceé una excusa, y muy idiota de mí, rechacé un nuevo encuentro.
La siguiente vez que la ví, había trascurrido varias estaciones y su imagen me perseguía, pero por más que la buscaba nunca coincidíamos. Todas las mañanas mantenía mi cabeza girada, sentado en el murete, y esperando su llegada, pero torcía mi cuello más por dolor de la postura que por interés en algún humano.
Pero cierto día, aunque mi estado anímico no era bueno, presentí que la vería, como así fue. Sentí la energía de su halo de fuego y luz, que curiosamente no molestaba a sus paseantes cercanos y por supuesto ni siquiera les llamaba la atención, cuando en efecto la apercibí,  al doblar un ángulo del templo erigido a Jerónimo. Me levanté como poseído por el deseo de Himero y la contemplé. Sus andares, su perfilada silueta, los pasos seguros que hacían oscilar su cuerpo, me hizo reconocerla de inmediato. Pero le encontraba algo distinto, algo  que al estar lejana no podía reconocer, hasta que llegó a un distancia que ambos nos hizo sonreír.
Nos saludamos con la adecuada ceremonia que corresponde a seres de nuestro rango y condición, tocamos las puntas de nuestros dedos y mantuvimos las manos sujetas. Después de unos momentos, reconocí que era lo que faltaba a la imagen de mi amada Maruja, las antiparras, pero antes ella se adelantó y me reprochó mi prolongada ausencia. Confesó que había deseado verme y poder conocerme, aunque ya le habían avisado de mi pésimo comportamiento con el sexo mejor dotado.
Cuando le pregunté por las antiparras, me confeso que se debía a un defecto físico de sus facciones, y que habiendo superado el deterioro decidió retirar el incomodo artilugio. Me sentí avergonzado e indignado por no haber reconocido aquella tara, que quizás solo veía ella, pero que me hizo sentir demasiado humano. Solté sus manos y me giré delante de su luminoso cuerpo, le di la espalda y me retiré hacia las escalinatas del templo de la sabiduría.
Pasados los años, me reproché mi comportamiento estúpido y humano, aquel ser tan maravilloso que podía haberme dado tanta felicidad, lo aparte por mis miedos, quizás heredados de mis ancestros humanos, pero que debo asumir porque así como lo cuento, fueron. Nunca más la volví a ver, solo supe que había emigrado allende territorios más frescos y que quizás era feliz con otro.
Ahora, cuando he salido del templo de la Sabiduría, por deméritos míos, tengo que confesar que jamás he vuelto ha sentir  por alguna mujer lo que sentí por Maruja, y que si en algún lugar permanece le pido tenga a bien tener algún recuerdo grato, de mi humana y estúpida persona. Solo si es así podré descansar en paz, en estos tiempos en que retirado del deseo y de los amoríos, me encuentro buscando la paz para conmigo.

INDALESIO Mayo 2014       



viernes, 18 de julio de 2014

MANUSCRITO ENCONTRADO EN ALPANDEIRE




Volvimos al papel y al teléfono fijo cuando empezaron a cobrar. Primero whatsApp pidió cinco euros al año, luego las redes introdujeron la cuota y al final el propio internet exigió pago por servicio. Estaban en su derecho, pero hay que reconocer que nos tenían mal acostumbrados. No era solo la conexión, eran las descargas de música, vídeos, películas e, incluso, había quien se bajaba libros. Aquello era como la calle en donde todo se ve, todo se encuentra, todo se chalanea. Pero cuando más confiados estábamos, cuando nos tenían cogidos, empezaron con las excusas de los gastos, de que aquello no era una ONG (¿y qué es eso de una ONG? ¿algún juego nuevo o una red de pago? Lo que sea, ellos no eran eso, querían recuperar la pasta que cuesta trasmitir y sostener las infraestructuras. Escondidos en palabras complicadas nos llevaron a huerto y en un país donde hay más parados que currantes ya me diréis que se puede hacer.
Antes, por lo menos, te tirabas el día colgado del muro, oyendo música, descargando vídeos y transfiriendo archivos que no es que fueran cosa para pensar, pero por lo menos entretenían. Lo que es ahora se pasa uno las horas muertas sin nada que hacer, esperando a los colegas que ya están más vistos que el portal de tu casa, repitiendo lo mismo sin ser capaces de organizar esa marcha de protesta para que nos devuelvan el espacio virtual que nos han quitado. Porque ya no está uno para nada, pero esas cosas en otros tiempos terminaban en tangana. Siempre había alguien que reventaba las manifestaciones y empezaban los palos, las fotos, los videos y las llamadas de televisión para que les pasáramos las escenas en las que se vieran a los guripas dar leña. Ahora ¿para qué se va uno a manifestar si ni siquiera se puede gravar?
Y en papel no hay quien escriba y aunque se haga ¿para qué sirve? No vas a ir con la carta en la mano a dársela a uno que tienes al lado y al que no sabes que decirle. Con el móvil era otra cosa, las palabras te salían solas, que cómo estás, que qué haces, a quien ves, mira lo que me acaba de mandar fulano, esto si que es guay. Cosas de esas, inventando palabras y siglas, usando signos raros, dando cancha al coco. Lo que es ahora parecemos muertos sin saber que hacer ni a donde ir. Todo vale una pasta y cualquiera se mete en una página porno, te sale por un ojo de la cara. Ahora el que quiera fiesta que se busque un rollo o se la machaque con la imaginación, es lo único que todavía sale gratis. Dicen que es por la polución pero la pínga cada vez está más triste y tampoco tiene uno para viagra.

CIRANO

domingo, 6 de julio de 2014

UN VASO DE AGUA FRESCA



                             



Debió ser por la mediación de los años sesenta, ya acababa el curso de preparación para la Universidad y mi padre me sentó mientras almorzaba y me planifico la vida en los próximos años. Tenía que ir a la ciudad próxima donde había Universidad y prepararme para los estudios de medicina. Imaginaba que no podría ser otra cosa, porque tanto él como mi hermano mayor también eran y vivían de la medicina. Así que acepté no con resignación, pero si sin sorpresas.
 Mis conocimientos eran escasos, los estudios en un colegio de Jesuitas no eran brillantes porque el profesorado era bastante mayor y los métodos de estudio basados en la memoria. Jamás había leído, ni me habían hablado de política, ni de metodología de análisis, ni de nada salvo bastante religión y unas gotas de filosofía poco comprometida.
Mi estancia  en la ciudad de la Alhambra fue magnifica, pude administrar mis tiempos y algunas libertades comunes a todos los jóvenes que comenzaban el largo periodo de preparación profesional. Comenzábamos a relacionarnos con las jóvenes, y relacionarnos no pasaba de coger la mano después de un largo periodo de espera. Podíamos acudir a algo desconocido como el cine de autor y el cine forum al terminar la proyección, donde se hablaba de algo desconocido como era Democracia, que sonaba a Cicerón  y Grecia antigua. En algunos círculos se comentaba el compromiso de luchar contra el fascismo y el desmontar el franquismo, pero daba miedo porque se sabía que la represión contra estas cosas era muy dura, y además el desconocimiento de estos conceptos era la moneda común entre los amigos más habituales.
En los dos últimos días, al pasar por la Avenida de Calvo Sotelo camino de la Facultad, habíamos visto varias camionetas de policías rodeando el edificio del Sindicato, pero realmente le habíamos dado poca importancia y era algo que nos resultaba ajeno.
Pero el miércoles 26 de marzo, a las nueve menos veinte de la mañana, pudimos ver una gran concentración de trabajadores de la construcción delante del edificio, nos paramos para enterarnos de que se trataba, cuando escuchamos un espontáneo griterío de voces que llamaban asesinos a los policías nacionales, y comenzaba un ensordecedor ruidos de disparos a la vez que una lluvia de ladrillos surcaban nuestras cabezas. Corrí despavorido abandonando a mi compañero de estudios y me refugié en el portal de una casa que por pura caridad no habían cerrado. Antes de poder sacar la cabeza para mirar y con todo mi cuerpo temblando de miedo y pánico, se desplomó sobre mi esmirriado cuerpo un hombretón  completamente lleno de manchas de sangre. Aquel hombre tenía desencajada la cara y sus ojos oscilaban buscando seguridad o apoyo para con su vida. Olvidándome de manchar mi chaquetón marino, sujeté la cabeza del herido, mientras la colocaba un pañuelo sobre un boquete que perforaba su prominente barriga. El hombre me miró y me pidió un vaso de agua fresca.
Olvidándome del volumen del herido, le cogí por los brazos y tiré de él, pero evidentemente no pude moverlo más que unos metros. En ese momento sentí que alguien se proponía ayudarme, era un joven como yo, quizás algo más fuerte y alto, me dijo que era médico y que lo llevaríamos al Clínico que estaba bastante cerca. Le aumentó los trapos sobre su herida  y fajamos con la chaqueta  su prominente vientre, su cabeza parecía sin vida y estaba caída sobre uno de sus hombros.
Olvidándonos de lo que ocurría fuera, carreras y continuaban los ruidos  de disparos, sacamos aquel hombre del portal y corrimos asfixiándonos hacia la acera izquierda de la Gran Avenida. En mitad del recorrido recibimos apoyo de varias personas que nos ayudaron al transportar aquel hombre cuyos ojos parecían  estar vidriosos y carentes de vida. Subimos la cuesta de la calle del Dr. Oloriz jadeando y sin más fuerzas para seguir, al menos yo. Pero llegamos, a trompicones y con el herido con la ropa medio arrancada, pero lo depositamos en los escalones de la urgencia. Mi voz no salía de mi garganta y la puerta se encontraba atascada o mejor cerrada.
Golpeé con ambos puños gritando auxilio, pero no parecía haber nadie, el otro estaba con ambas rodillas en el suelo y tumbado jadeando por falta de aire. Al fin se levantó y se acercó a la puerta, grito su nombre y a los pocos minutos se abrieron las puertas. Reconocí al catedrático de Cirugía General que ordenaba a gritos que llevaran al herido al quirófano, mi compañero de traslado, el que era médico, entró por la puerta siguiendo a nuestro  auxiliado hombretón. Me quedé en la puerta llorando.
Al día siguiente me enteré de todo lo acontecido, de que el hombre que llevamos había muerto en quirófano, junto a varios compañeros del gremio de la Construcción. Que la Policía se había asustado por la multitud y que se había disparado más de quinientos cartuchos, que los muertos eran cinco y los heridos veintitrés. La huelga de la construcción acabo sin resultado alguno, a los diez días nadie hablaba de aquella masacre y se limpiaron los restos de impactos de balas. Yo comencé mi peregrinar en las Juventudes Comunistas, pidiendo el ingreso y afiliación.

INDALESIO Dic 2013