Había en mi
pueblo en los años duros de la posguerra una moza guapa que le dio por
levantarse la falda al tiempo que argumentaba: “lo que se han de comer los
gusanos que lo disfruten los cristianos”. El caso es que como no llevaba bragas
los cristianos se subían por las paredes. El cura la quiso recoger para la
catequesis pero el alcalde que iba a misa con su perro, gestionó una plaza en
San José donde la recluyeron.
Cuando a los
pocos días la guardia civil vino al pueblo a buscarla nos enteramos de que se
había escapado del manicomio, pero no supimos más de ella hasta que la vimos
retratada en la propaganda de una sala de fiestas de la Barceloneta. La
historia no aclara demasiado el trayecto aunque supone que tras fugarse con un
celador llegó a Barcelona en un vagón de tercera sin acompañante al que, por lo
visto, tiró del tren al pasar por la Mancha a eso de las tres de la mañana.
Tardó poco en hacerse la figura del cartel tras amancebarse con el dueño del serrallo
con el que convivió muchos años.
Al lugar volvió
unas navidades embutida en un abrigo de pieles y subida en un haiga que
manejaba un chófer uniformado. Se le hizo una recepción de las de Bienvenido
míster Marshall con banquete oficial y discursos pero sin misa porque a tanto
no llegaba el perdón. Cuando se retiró de los escenarios montó una cadena de
casinos en la costa con los que ganó dinero para hacerse una casa suntuosa en
el pueblo, donde vive sin fotos ni recuerdos. Un día me la encontré por la
calle y le comenté que el suyo había sido el primer coño que vi en mi vida y
que todavía me acordaba de lo extraordinario que resultó aquello. Se te
apareció la virgen ¿no?, me dijo. Algo así, le contesté.
CIRANO