Aquella mañana salí de
mi domicilio con precipitación, quería hacer una gestión en el
banco antes de incorporarme al trabajo. Me dio pereza coger el bus y
saqué el coche del garaje para hacer el desplazamiento. No fue fácil
encontrar aparcamiento, al fin lo encontré en zona azul y golpeé el
frontal con la bola de remolqué del coche de delante. Me enfadé y
juré en arameo porque no me gusta tener el coche abollado y más
este golpe que con seguridad precisará cambiar todo el frontal y
guardabarro delantero. Mientras sacaba el tique en la dichosa maquina
expendedora apareció un tipo grande mal encarado con solo camisa
blanca que se dirigió a mi en tono amenazador porque había arañado
su preciosa bola de remolque. Tuve que pedir disculpas porque sacó
todo su plumaje y me amenazo agarrándome por el cuello. Después de
varios insultos y de comprobar que no tenía nada anormal en la bola
de remolque, me soltó y desapareció no sin antes amenazarme con el
dedo indice acusador. Cuando me recompuse me dí cuenta que el
vigilante de la zona azul estaba apoyado en el capo de un coche
contemplando el abuso del anormal que me había amenazado, le pedí
apoyo como testigo pero se giró y desapareció negando con la
cabeza, como le llamé cobarde se volvió y tuve que salir por pies
porque tenía intenciones aviesas.
En la puerta del banco me
encontré con José Luis, me miró con ojos tristes y boca reseca,
llegué a preguntar que le pasaba antes de que se desmayara en mis
brazos. José Luis es un magnifico amigo desde hace años y jamás
había padecido de enfermedad alguna. La ambulancia llegó en pocos
minutos y se lo llevó sin permitirme le acompañara. Llamé a su
mujer y le conté lo sucedido, ella me dijo que iría al Hospital en
breves momentos. Angustiado realicé las gestiones en el Banco, y
salí bastante cabreado porque había perdido una cantidad importante
de dinero. Cogí un Taxi y me fui para el Hospital, cuando llegué
José Luis y su mujer salían de urgencia. Me contaron que estaba
siendo tratado de un proceso autoinmune con medicación muy fuerte,
que le producían estas crisis de mareos y bajada de tensión con
diarreas incoercibles.
Cuando quise darme cuenta
eran las 13 horas y al llegar al trabajo sentí que algo pasaba y en
efecto recibí una buena bronca, que me hizo sentirme mal.
Los tres días siguientes
tuve fiebre y permanecí en cama, el médico me prescribió reposo,
comida ligera y medicación sintomática. Cada dos horas tenía una
crisis de diarrea que me dejaban sin fuerzas.
Llamé a José Luis para
preguntarle como se encontraba, me dijo que llevaba malo dos meses y
que parecía que había comenzado a mejorar, pero que estas
enfermedades raras se comportan de forma extraña y caprichosa.
Busqué en la tablet información sobre la enfermedad y para mi
sorpresa todos los síntomas eran coincidentes con los míos, así
que decidí que yo también la padecía. Me internaron en la Clínica
y comenzaron hacerme pruebas, pinchazos en las venas, invasión de
tubos por boca y ano , y un sin fin de cabronadas que resultaron
todas sin alteraciones. Cinco días después me dieron el alta.
Dos semanas después me
llamó José Luis para agradecerme la ayuda en su enfermedad y para
decirme que estaba curado del proceso que los médicos llaman
Síndrome de Zelig, que le contagió un muy amigo suyo, que padecía
los mismos síntomas y que él lo había mimetizado como suyos. Una
vez que el paciente lo entiende desaparece la clínica y esta curado.
Le agradecí su información y quedamos para almorzar juntos.
Cuando comprobé la
información en Internet sentí como mis tripas sonaban con un ritmo
distinto y dejé de sentir espasmos cólicos. Tres días después ya
ni me acordaba de mis dolamas.
INDALESIO Octubre 2015