Una suave brisa dio en mi cara y
alivió el padecimiento que sentía. Estaba quemado por la acción del sol del
estío, ya que mi piel es muy blanca y
sensible, y aquella mañana había caminado por la playa de la mano de mi mejor
amiga.
Bueno, no me gustaba llamarla
amiga porque realmente era mi amante. Si, aunque soy bastante joven y es poco
usual en mi civilización tener una amante, yo por necesidades perentorias e
ineludibles, tengo una amante en todo su más amplio sentido. Y por una
motivación estética disfruto más llamándole amante que no mujer o amiga,
términos anodinos y con poco contenido afectivo.
Verán ustedes, y disculpas por el
usted, yo asistía a las clases de Michel Foucault con notable aplicación,
cuando el maestro me llamó a su despacho particular del Collége de France, para
hacerme una advertencia, si continuaba soliviantando a los alumnos de la clase
de las diecisiete horas, se vería obligado a hacerme una advertencia de
abominación, lo cual reduciría considerablemente la asignación que mi
influyente padre me tenía dedicado.
Protesté airadamente, porque el
maestro no conseguiría resquebrajar mi voluntad, sobre las aficiones y
costumbres que yo practicaba en la clase, a saber mear por las esquinas del
aula o ventosear con alevosía durante la fase de conclusiones del final de la
disertación. Todo ello debido, no a mi condición de ser un marrano, sino por
ser hábitos propios de mi cultura, algo que el maestro no aceptaba.
Pero me he desviado de mi inicial
intención de contar que, yo teniendo la piel muy poco pigmentada y caminando
con mi amante por la playa de mi ciudad, sentí frescor en mi faz por una brisa
de aire húmedo. Que aunque soy una persona de edad poco avanzada, se me ha
permitido mantener una relación de amantes con mi actual compañera, hechos por
lo cual se me ha etiquetado de cabrón consentido por el Sistema. Que yo
indignado por el uso y abuso de semejante apelativo, me dispuse a plantear a mi
respetado maestro Foucault que, siendo un personaje heterosexual no se me
debería tratar de la peor manera que se conocía, aunque aceptaba ser analizado
pero bajo ninguna manera el ser etiquetado.
El maestro planteó que antes que la ética estaba la disciplina, por
motivos de respeto a los demás, y que mis compañeros se habían quejado de mi
comportamiento poco disciplinado e higiénico, y que valía más sus opiniones
colectivas que la mía aislada e irreflexiva. Demande de esta manera ser
escuchado por el claustro del Collége para así poder defender mi posición,
hecho que no gustó al maestro pero no le quedó más remedio que aguantar.
Advirtió que era la primera vez
que se elevaba a consulta del claustro una falta contra él, salvo las conocidas
por sus desvíos sexuales, y que usaría toda su influencia para conseguir no
perder semejante demanda, quizás la más importante a la que se había
enfrentado. Ante semejantes amenazas me sentí acosado y un severo malestar me
invadió, tanto que sufrí mi primera crisis de impotencia en las noches
sucesivas, y que solo pude resolver con el uso de la Sertralina, durante un
tiempo no menor al año.
Como era previsible, no superé la
demanda de amparo al claustro, ya que era muy fuerte la influencia del maestro
Foucault, y fui expulsado del Collége por un periodo no menor a los tres meses
y no mayor a los seis meses, para que pudiera superar los exámenes necesarios.
Pero decidí acabar con aquella cobardía y me propuse crear una plataforma para
denunciar en todos los foros posibles los contenidos ideológicos y de
comportamiento de los miembros del Collége de France.
Así nació un libelo llamado EL
GARROTIN que salió a la luz un día nebuloso del mes de Agosto de los años setenta,
editado por un tal INDALESIO CARRERA
nacido en el continente americano y en el conocido como país y ciudad con el nombre de ASUNCION de BOLIVIA, como bien reza en el exergo de la
portadilla. Las tripas contenían un análisis exhaustivo sobre la obra del
maestro Foucault, denominada “EL GOBIERNO DE SÍ Y DE LOS OTROS” con tal
virulencia que ese mismo día apareció en mi domicilio el maestro acompañado por
uno de sus discípulos para negociar la
retirada del libelo, ya que enarbolaban como bandera blanca de la paz, mi
vuelta a la disciplina académica, y unas vacaciones pagadas en las Antillas Francesas durante veinte días
naturales.
Considerando que el esfuerzo que
realicé para leer y entender los apuntes del maestro, bien merecía la pena este
trato, y no encontrándome dispuesto a continuar con otros tomos de apuntes,
acepté y además me permití la licencia de denominarlo el gran filosofo de la
causa griega.
Varios días después cogí un
vapor, para comenzar mis vacaciones pagadas, y en dirección al Caribe y en
concreto a la isla de Antigua,
acompañado por mi amante, exultante de buena disposición. Allí y con extremada
precaución comencé mis baños de mar, siempre con protección solar y con ropa
que me preservara de posibles quemaduras. A los quince días mi piel se había
tornado de un tono entre rojiza y negrusca con una impregnación profunda que me
hacia presagiar que mi coloración había tornado de la extrema palidez hacia una
tonalidad próxima a la humana de raza árabe, de donde eran oriundo mis queridos
padres.
INDALESIO DIC. 2012