domingo, 30 de diciembre de 2012

EL RETRATO





Doña Mercedes Didier escuchó un estruendo, hacia mal tiempo y pensó en una tormenta seca, ya que era verano. Estaba en el salón de la casa leyendo un libro de Charles Dickens, con la ayuda de una lámpara de sobremesa. Levantó la cabeza y pensó en las posibilidades de que fuera truenos y las repercusiones que podría tener. Nada había ocurrido en su larga vida y menos en aquella casa que se encontraba protegida por un gran pararrayos que había colocado su padre hacía treinta años.
Se quitó las gafas de lectura y aguzó el oído para esperar otro trueno, pero solo escuchó ruidos dispersos en el jardín, el resto de la casa se encontraba en silencio como era habitual, después de la marcha del servicio doméstico.
Notó que había más oscuridad de la habitual y entonces pensó en la posible presencia de nubes y que podría llover. Bueno, no vendría mal que el jardín recibiera agua limpia y pura de las nubes y además gratis, nada más oportuno.
Buscó el cortador de páginas que usaba para poder saber donde continuar la lectura, y lo colocó en el lugar donde había interrumpido la lectura. Miró que era la pagina 185 y que correspondía aproximadamente a la mitad del libro, que por cierto le gustaba mucho, aunque era la tercera vez que lo leía.
Durante estos momentos no volvió a escuchar ruido alguno por causa de la climatología, así que decidió tomar un té para calmar sus ruidos intestinales, se levantó y caminó arrastrando los pies hacia el living.
Se recordó que había propuesto caminar levantando los pies, según recomendaciones del doctor Fajardo, después de haberse caído en dos ocasiones por engancharse con la alfombra de la entrada y la del salón, así que comenzó lo que llamaba caminar con paso de Oca, lenta y pausadamente. Aquello le parecía algo ridículo, pero debía ser un buen ejercicio para evitar caídas y para fortalecer los flojos muslos. Se vio en el espejo de la entrada y no le quedo más remedios que reír, aquel ridículo ejercicio le hacia parecer patética. Quizás le sería más fácil usar el bastón y continuar caminando como la naturaleza le mandaba.
Sacó agua del samovar e hizo la infusión con el cariño que le gustaba practicar en la preparación del té. Le bautizo con dos terrones pequeños de azúcar negra, y un par de gotas de ginebra, ya que sentía que aquello le sentaba fenomenalmente para continuar la lectura el resto de la tarde, eso si acompañado por la dulces melodías de música clásica de la radio.
Se sentó en el banco que le permitía descansar sus adormecidas piernas y sorbió el té con autentica fruición. Mientras miró hacia el jardín y comprobó que continuaba muy oscurecida la tarde, pero sin escuchar trueno alguno. Pensó que debía ser algo pasajero porque al fin y al cabo estábamos en el mes de julio y solo podría ser ruidos y poca agua, mañana comprobaría si el césped estaba húmedo. Se asomó por la poterna que daba a la parte posterior de la casa, donde había un tendedero y miró, aunque sabía que la información sería falsa ya que ese tendedero siempre estaba en umbría y no había conseguido que secara las ropas blancas. Continuó sorbiendo el té hasta que lo terminó, lavó la tasa, guardó el bote de azúcar y limpio la cucharilla para guardarla en el cajón. Más reconfortada cogió el bastón y cruzó el comedor, había decidido asomarse al jardín para ver si caía agua. Apartó el visillo de la ventana que da al jardín y pudo comprobar que caían unas gruesas gotas de agua sobre las piedras que formaban el camino que cruza hacia la puerta de entrada. Miró al cielo, pero no pudo ver nada, el seto de bambú que circundaba el jardín estaba muy alto y le impedía ver el cielo, aunque le pareció ver nubes dispersas y algo negras.
Sacó del bolsillo el cuaderno negro con el lápiz y anotó llamar a Paco el jardinero y pedirle que rebajara la altura del seto de bambú, claro que eso solo podría ser después del verano, en la época de poda y cuando podara el cinamomo. Vio a través del cristal como se formaban charcos y el repiqueteo de las gotas de agua sobre las hojas de los pensamientos, giró la cabeza varias veces y soltó el visillo. Giró su cuerpo lentamente, notaba algo de desamparo y quiso volver al salón para continuar la lectura, respiró hondo y cogió de la mesa de la entrada el periódico del día, necesitaba ver noticias locales. Con el periódico en la mano izquierda y el bastón en la derecha camino hacia el salón, levantó la cabeza y miró al fondo, entonces exclamó: AHHHGGG.
Cuando la Señora Didier levantó la cabeza y pudo ver un retrato que colgaba del fondo del salón, era un retrato de su hermano Enrique, realizado por un pintor local que firmaba Pedro Sanz, fue entonces que recordó que su hermano se encontraba en el jardín como era su costumbre.
Su único hermano, Enrique, era un hombre que había sufrido mucho en su infancia, además había caído de los brazos de su nurse golpeándose la cabeza, desde entonces padecía bastante confusión mental y su comportamiento era muy peculiar, aunque ella le tenía un gran afecto y desde siempre había vivido juntos, incluso cuando se casó con el Señor Didier. Su madre le entregó con la condición de que eran hermanos y no se podrían separar nunca.
De inmediato giro sobre sus talones, no sin precaución ante el pánico que tenía de caerse, pero pensando que había olvidado a su querido hermano y que sabría Dios que abría sido de él. Se dirigió hacia la puerta principal y de un poderoso tirón consiguió abrir el cerrojo que bloqueaba la puerta, desplazó la hoja pesada que no estaba bloqueada y salió al exterior.
Miró a derecha e izquierda buscando la figura desgarbada de su hermano, y allí estaba cuan delgado era y totalmente empapado de agua. Con un intenso temblor, balbucía el nombre de Mercedes.
Le sujeto de los hombros y le pidió caminar, pero parecía anclado al suelo, entonces le hablo:

- Vamos Enrique hace frío y estas mojado, tenemos que secarte

- No, no quiero está lloviendo y me puedo mojar

- No te preocupes yo te secaré y entraras en calor, vamos sé justo yo he tenido la culpa, y te compensaré. Te haré un pastel de moras, veras que bueno.
Al fin le convenció y sujetándole le ayudo a caminar hacia el interior de la casa. En la misma entrada le quitó los zapatos que estaban mojados y parte de la ropa, le seco el pelo blanco y su enjuto cuerpo, después le llevó al cuarto y le puso el pijama. Más tarde le calentó con una botella de agua caliente en los pies.
Llamó al Doctor Fajardo esa misma noche porque le encontraba raro, no abría los ojos y el temblor era muy tenue. Su frente despedía un intenso calor perlado, y su olor era difícil de definir pero despedía un hálito de muerte. Cuando el Doctor Fajardo llegó, Enrique ya no respiraba, solo pudo certificar su muerte por causas naturales.



GUILLERMO GARCIA-HERRERA REBOUL JUNIO 2012



miércoles, 19 de diciembre de 2012

EN LOS BARRACONES



Tenían a los prisioneros en barracones de madera apoyados en pilares para evitar que entrara el agua durante las crecidas. Eso les permitía hacer sus necesidades a la corriente, cuando la había y al pedregal del cauce durante los ocho meses restantes. Al anunciarse las primera lluvias les embragaba la alegría a pesar de que aumentaran las picaduras de los zancudos, aunquelos más veteranos estaban acostumbrados a todo sin verse afectados en un sentido o en otro. Es más, cada comienzo de la temporada de lluvias o cuando se sabía que no iban a volver sufrían el desasosiego de sentir el paso del tiempo; porque lo único que les mantenía esperanzados era comprobar que cada día era igual al anterior, lo que significaba que las cosas no iban a peor. Por eso cuando se abrió la puerta a la hora de siempre y en lugar de recibir el pote con la bazofia vieron aparecer a aquel muchacho desgarbado sintieron una inquietud que no recordaban haber sentido nunca. Serían las doce del día porque los rayos del sol caían verticales sobre las tablas del suelo e iluminaban el montón de porquería que ya asomaba sobre el piso. Inmediatamente empezó a llover.

SANTIAGO INDIVIDUO



viernes, 7 de diciembre de 2012

PAQUITO BUSCA TRABAJO



Con demasiada frecuencia pasaba horas aporreando las teclas de la máquina de escribir. Hacía años que lo hacia y realmente no sabía el porqué, ya que una de mis mejores virtudes no era el escribir, pero si ser disciplinado y en la empresa me obligaban a escribir informes. Así recordé a mi amigo Paquito.
Paquito no fue un joven especialmente despierto, se crió con otra hermana y sus padres, y procedían de tierras de secano donde se cultivaba cereales y ya se sabe, da poco para personas con aspiraciones burguesas. Así que emigraron a la capital donde sus sueños acabarían difuminándose pero con apariencias diferentes, ahora eran empleados del tipo que le llaman administrativo.
A duras penas terminó el bachillerato, no porque no le dedicara tiempo sino porque sus entendederas no estaban muy desarrolladas y tenía muchas dificultades para completar pensamientos, aunque las manualidades le eran más propicias. Su hermana Blanquita algo más espabilada que su hermano comprendió cuales eran las habilidades de su hermano y le convenció para que acudiera a la Academia Alfil y aprendiera mecanografía, como así hizo. A los veintidós años y después de la tragedia que supuso la muerte de su padre, Paquito decidió que su periodo de formación había concluido y que ya era hora de arrimar algo de dinero a las necesidades que se planteaban en su casa.
Aprovechando la celebración de la festividad de los patronos de su ciudad, San Ciriaco y Santa Paula, les informó a su madre y hermana que había decidido comenzar su periodo laboral. Su madre puso cara de refunfuñada porque no quería perder a su hijo en la vorágine del mundo laboral y de empresas, y su hermana le preguntó que donde trabajaría.

- He mirado el periódico y existen ofertas para trabajar, y algunas en mi especialidad la mecanografía.

- Pero Paquito tu velocidad en la mecanografía es muy pobre y exigen al menos el doble de lo que tu haces.

Nada pudo disuadir a Paquito que su futuro estaba en sala de administración de una empresa, y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo se puso en marcha en dos frentes, uno en la elaboración de un currículum y otro en visitar las empresas que el le parecía eran más decente y más serias.
Comenzó con el currículum, y bien es cierto que sufrió bastante para rellenar varios renglones, pero por fortuna su hermana Blanquita le ayudo con la condición de no poner mentiras. El resultado fue muy decente y agradeció efusivamente a su hermana la colaboración, para él aquello era la llave para abrir las puertas de su futuro.
Una calurosa mañana salio de su casa, después de tomar el gran tazón de café con leche migado con pan, y llevando una lista de lugares a visitar.
En el primer lugar, elegido con exhaustivo cuidado y colocado en lugar preferente por las referencias que había conseguido, era un despacho de Tenedor de Seguros. Esperó durante una hora en la puerta del jefe de personal, y cuando entró recibió una situación incomoda, se disponía para el desayuno y tenía prisa. Paquito se quedó parado mientras el susodicho jefe le pasaba revista por su apariencia. Después de dar dos vueltas en derredor hizo un solo comentario antes de salir de la habitación:
- Señor, con ese traje es imposible que trabaje usted en esta Empresa. Buenos días
Paquito no sabía que hacer, y sintió deseos de llorar, que por pudor evitó, pero ¿la entrevista había concluido? Se encontraba solo y nadie le había dicho que se fuera, no quería parecer descortés, pero al fin se movió hacia la puerta y asomó su cabeza, la secretaria le dijo que el responsable daba por concluida la entrevista.
Se acercó a la mesa de la secretaria y pregunto:
- ¿Le puedo dejar mi currículum? por si fuera de menester.
- Olvídese, aquí necesitamos administrativos con aspiraciones y empuje, y por supuesto con buena presencia.
Paquito salió del edificio con un desanimo grande, un severa sensación de angustia y tristeza le corroía algo en su interior, y el desconsuelo aumentó cuando se paró delante de un escaparate y miró su imagen reflejada en el cristal. Si es verdad que su traje estaba descolgado en su estrecho pecho, las puntas de las solapas viradas hacia dentro y la tela descolgada, por no mencionar la longitud de sus perneras y el descolorido de sus zapatos.
Pero si hubiera tenido un buen traje no estaría buscando trabajo, pensó Paquito, antes de continuar su desfile.
Aunque no era hombre de costumbres frívolas y jamás había entrado en un bar el mayor tiempo de lo estrictamente necesario, decidió que necesitaba algo que le animara en su empeño de encontrar trabajo. En la barra pidió lo primero que se le ocurrió, una bebida energética, un Red-Bull, algo que había visto anunciado en alguna revista. La verdad es que con el primer buche quedó anonadado por el mal sabor que tenía, pero que podía hacer si ya estaba en consumición. Asqueado pero con el corazón latiéndole a mil por hora, se dirigió a la parada de autobús para dirigirse a la segunda dirección que tenia escrita en su papel. Tardó más de media hora en llegar a un edificio ruinoso, quizás muy antiguo o quizás mal conservado, no podría definirlo, pero de aspecto poco acogedor. Paso de largo poco animado por la falta de acogida, y al llegar al final de la acera, volvió sobre sus talones y se dirigió de nuevo hacía el poco acogedor edificio.
En la puerta busco la placa de identificación del Despacho del Habilitado de clases Pasivas, Doña Encarnación Puertolas, y si, allí estaba en el tercer piso, despacho letra C. Preguntó a una señora que estaba sentada en un tabuco que formaba el hueco de la escalera, donde se encontraba el ascensor. La mujer le miró en hito y con voz gangosa le dijo que no había.
Subió los tres pisos con su corazón latiendo como una locomotora, y con severa sensación de ahogo, llegó y tuvo que respirar con fruición ante tamaña necesidad, pero consiguió controlar su agitación en unos minutos. Entonces entró. El lugar era lúgubre, con poca luz y menos ventilación, olía a rancio y se sentía agobio por los techos altos y los muebles cargados rellenando más que adornando. Un viejo sentado detrás de una mesa, con las gafas en la punta de la nariz observaba al recién llegado. Paquito se acercó timorato asintiendo con la cabeza:
- Vengo por el anuncio del trabajo administrativo.
- Aquí solo se busca un chico para los recados, el trabajo administrativo es asunto mío. ¿Y sus referencias?
Paquito le entregó su hoja curricular y se quedó frente a la mesa del empleado. Al rato levantó la cabeza y sonriendo le devolvió la hoja,
- Me temo este no es lugar para usted, vera las funciones son las de un chico de los recados y reparto de correspondencia. La señora Habilitada nunca ha deseado tener muchos empleados y solo confía en mí. Paga muy poco y se trabaja hasta los sábados y domingos. Además quizás pueda interesarle a mi sobrino que ha vuelto de la mili y tiene meritos militares, que además son nuestros más importantes clientes, y según veo usted no ha hecho vida militar, ¿o me equivoco?
- No señor, contesto Paquito, no hice la vida militar.
- ¿Y se puede saber porqué?
- Mi madre es viuda, y además se me consideró exento del Servicio.
- Lo ve, no es usted un buen candidato, lo siento.
Paquito salio del edificio sudando y profundamente triste. Lo de encontrar trabajo no resulta nada fácil y todo parecían pegas y dificultades. Pero no quería regresar a su casa con esa sensación de fracaso y con tan pocas visitas realizadas, aunque mirándolo bien aún le quedaban dos lugares de la lista que llevaba preparada.
De nuevo tomó el colectivo y con muchísimo calor se dirigió al barrio de Puerta Nueva, donde le esperaba una oficina de Consignatario de Buques.
Dudó delante de la puerta, porque ya se sentía rechazado y no quería repetir la experiencia. Pero al fin se decidió y entró, con tan mala fortuna que se dio de bruces con el cristal que formaba la puerta. El golpe con su sonido fue tan fuerte que quedó aturdido durante unos minutos, hasta que una mujer de mediana edad le sacó de la doble puerta de cristal. Le sentaron en una silla de la recepción y le dieron un vaso de agua, al fin se repuso y decidió no dar a conocer sus intenciones y solicitar salir sin su frustrado intento de trabajar en aquel endemoniado lugar.
Se sentó en un banco bajo la protección de un naranjo y se asustó de la inflamación que le salía de su perfilada frente, sacó el pañuelo y se presionó sobre el enorme bulto. Aunque no tenía reloj, averiguó la hora en uno de esos relojes que coronaba una farola, era la una hora del medio día y su estado era de total desesperación. Recordó su hermana Blanquita que tanto interés había tomado en animarlo en encontrar una ocupación y el gran desengaño que ahora se llevaría, y además el esfuerzo del currículo. Y su pobre madre, que había puesto sus esperanzas en que encontrara trabajo para conseguir que entrara algo más de dinero en casa, tan escaso con la pensión del padre tan recortada, y el futuro que les esperaría a ambos.
Sacó de su bolsillo el papel con la lista de direcciones de trabajo, ya solo quedaba la última, Despacho de abogados FERNANDEZ @FERNANDEZ, aunque estaba bastante cansado y sabía que era inútil encontrar un puesto en nada menos que un despacho de abogados, decidió llegarse porque además se encontraba cerca. Sintió un nudo en el estomago, quizás porque ya su organismo llamaba a la famélica, y sus tripas sonaban con toda clase de alardes, así que decidió beber agua en una fuente de agua potable. Saciado y en silencio su organismo, salvo los inevitables eructos del lugar que ocupaba el aire en el estomago, se dirigió a la calle de la Bolsa, donde en el numero 10 primer piso se encontraba el despacho.
Comprobó en la placa de direcciones de la puerta el lugar, y cuando se encontraba en disposición de entrar escuchó una voz recia y segura que decía:
- ¡Hombre Paquito, que alegría!
Levantó la cabeza y se encontró con un hombre magníficamente vestido, cabello aplastado y peinado hacía atrás, y unos zapatos relucientes de color negro y blanco, pero su cara no le decía nada.
- ¿No te acuerdas de mí? Soy Inocencio tu compañero de clase y vecino de tu casa, hace diez años. ¡Que alegría! ¿Que haces por estos lugares?
Paquito puso cara de recordar, pero no conseguía reconocer al que decía ser su vecino, a pesar de lo cual le estrecho la mano con su mejor sonrisa.
- Me dirijo al despacho de abogados de la primera planta.
- Hombre que alegría, yo soy al que buscas Inocencio Fernández, ¿en que puedo ayudarte?
- Yo…. Pues vera usted, necesitaba ver las posibilidades de conseguir un trabajo en su oficina, me he preparado durante varios años para servir de Administrativo y he tenido noticias de que ofrecen un empleo.
Inocencio Fernández se atuso los pelos y le ofreció tomar una cerveza o hablar en privado.
- Lo que consideré más oportuno, yo me adapto fácilmente.
- Veras Paquito, no te molesta que te tuteé, realmente trabajo no ofrezco, preciso un procurador para que me ayude a resolver asuntos del Juzgado, ya que el anterior se ha ido de la ciudad. He entrevistado a varias personas, pero estoy dispuesto a dar la cara por ti, siempre que cumplas las condiciones mínimas, en especial que seas abogado y me da la impresión de que no dispones del título.
- Pues no señor, solo he estado dos años en una academia preparándome para ser administrativo. Pero estoy dispuesto ha hacer lo que sea de menester para trabajar.
- Bueno pues realmente será difícil, pero dime ¿y tus padres y tu hermana?
- Bien, mi padre murió, los demás bien, con la esperanza de que yo consiga trabajo y ayude con algo de dinero a mantener la casa.
- Siento mucho decirte que será muy difícil emplearte aquí en el despacho, aunque quizás pueda encargarte algo de administración cuando tengamos mucha presión. Sube y habla con Encarnita, es mi mano derecha y le dices que coja tu número de teléfono para cuando lo necesitemos. Ahora te ruego me disculpes, tengo un almuerzo de trabajo y ya llego tarde. Hasta pronto Paquito.
Paquito subió, y se encontró una guapísima joven todo amabilidad hasta que le dijo los motivos de su presencia. Entonces le pidió con desgana el número de teléfono. Paquito le dijo que aún no disponía de él, pero que quizás pronto llegaría la línea telefónica a su barrio.
- Cuando disponga de él se pasa usted por aquí y lo deja, ya veremos que le podemos encargar.
Paquito salió algo menos descorazonado que de las anteriores, pero se dio cuenta que no llevaba nada de dinero en sus bolsillos, lo cual suponía volver a su casa andando. Cuando llegó a la casa, eran las ocho de la tarde, se quitó los zapatos y descubrió unas ampollas en los dedos gordos de los pies, porque esos zapatos eran de su padre que disponía de una talla menos que sus pies. Entonces su madre que esperaba le contara su experiencia sentada y mirándole a los ojos, escucho su perorata:
- Madre ese mundo de fuera es difícil y cruel, quizás tengan algo de trabajo para mí, pero de orden modesto. Quizás será mejor le ayude al panadero a repartir el pan, según me dijo me daría algunas monedas, ¿Tú crees que será suficiente ayuda con lo que me dé? La madre suspiro.



GUILLERMO GARCIA-HERRERA Mayo 2012







domingo, 25 de noviembre de 2012

DESAYUNO EN LA ALHAMBRA



Era ya cumplido el solsticio de invierno por el tiempo infernal, frío y lluvia, pero aquella mañana se adivinaba que sería buena. Sentado en el muro de la plaza de San Nicolás, vio aparecer los primeros reflejos de luz perfilando el contraste de la Sierra y de las ruinas de la Alhambra. Animó su castigado cuerpo con los primeros rayos de sol y decidió que debería entretener su humor y olvidar sus penas para aprovechar el esplendido día.
Los días previos le habían castigado mucho, aclarando el entuerto de los libros plúmbeos y de las piedras blancas y negras del Monte Valparaíso. Pero habiendo dado luz, a los torpes que dirigían las leyendas, equivocas por más señas, y centrando los pensamientos en el buen sendero, en que lo colocó el amado Pedro y sus discípulos Cecilio, Tesifon e Hiscio, se decidió pasar del cansancio y en no abandonar esta tan bella ciudad que tantas alegrías y bienaventuranzas habían facilitado.
No sentía necesidad de alimentarse, pero si de disfrutar de un prolongado y tranquilo descanso en un lugar donde los bullicios no alteraran el sosiego necesario, y se eligió los jardines de las Torres Bermejas. En otra ocasión había estado allí y le pareció que podría ser uno de los paraísos terrenales que con mayor placer había creado.
Sintió con distracción que iba hacia el lugar elegido, pero sin sentimiento de desplazamiento, como era lo habitual en sus circunstancias. Eligió un frondoso lugar cercado por plátanos orientales y olmos viejos, y se acomodo bajo la protección de ramas de castaño. La sola quietud del lugar le había permitido recuperar el equilibrio perdido, si es que alguna vez El podría perder su magnificencia. Cerró los ojos y le apareció una imagen del sacrificio de Cecilio, pero se deshizo por su falta de consistencia, entonces sintió la agradable sensación del sueño.
Este sueño se vio perturbado por un rumor de palabras que ascendía por la ladera de los jardines, se mantuvo alerta y en efecto eran sonidos producidos por gargantas humanas. Se recolocó sobre la presencia de esos personajes y les miró con curiosidad.
Eran cuatro personas, tres hombres y una mujer. Jóvenes de una veintena de años y cuidadosamente vestidos, quizás demasiado. Estaban sentados sobre una manta y en el centro una cesta de mimbre con viandas y algunas botellas de alcohol, algo que producía habitualmente algo de asco por lo mal que tolera la juventud las bebidas espiritosas.
Hablaban sobre cosas mundanas, y cargaban con ironía sobre la mujer que sobrellevaba aquellos gestos orales con bastante elegancia. En algún momento y debido a alguna actitud sobrepasada de uno de los personajes, la mujer se levantó y protestó de forma airada a la vez que se bajaba el vestido motivo de la discordia. Aquello provocó una actitud de excitación en todos los personajes que airadamente reprocharon su descortesía. La mujer se levantó y se dispuso a marcharse, no sin antes referir palabras gruesas al personaje provocador, que algo aturdido intentaba excusarse.
Pero las excusas sirvieron de poco, la mujer se fue clamando solidaridad para acompañarla, pero fue inútil, nadie más se movió. Cuando la mujer había desaparecido y calló silencio sobre sus cabezas, uno de ellos el provocador de la circunstancias habló, y dijo que el hecho había sido inducida con la intención de que se fuera. Los demás levantaron sus cabezas y dibujaron una interrogante en sus caras. El inductor explicó con parsimonia que necesitaba hablar en privado con sus amigos, el motivo era un asunto que implicaba a la mujer y a él mismo.
Fue entonces cuando nuestro maestro se aplicó con mayor interés y escuchó con atención. El joven contaba, con una voz de humillación, que jamás había tenido relación alguna con mujer y que enamorado de la mujer objeto de la discordia, está le había solicitado ayuntamiento. Y que cuando lo hicieron con extremado cuidado, él había eyaculado antes de la penetración, sin haber dado el placer necesario que se debía a una mujer que le amaba y además le solicitaba cumplimiento de culminación.
Los amigos removieron sus cuerpos en señal de incomodidad, pero ninguno dijo nada, en señal de esperar elaboración de consejos adecuados. Después de unos minutos, fueron hablando con mayor o menor capacidad de persuasión, pero esquivando implicación directa en la solución del problema que aquejaba al joven, hasta en el momento que confesaron su ignorancia de estos asuntos.
Un penetrante silencio atravesó la reunión, mientras nuestro maestro permanecía muy atento y ya curioso por conocer cuales eran los conocimientos que atesoraban estos estúpidos humanos. Y aunque la reunión y charla continuó nadie aportó nada de interés, sino bien palabras de distracción para romper el hielo que había caído sobre ellos.
El joven afecto, con signos de temblor en su cuerpo, pidió discreción a sus compañeros y ayuda cuando fuera de menester, por si algún conocimiento llegaba a sus oídos. Todos recogieron los enseres de la merienda y marcharon cabizbajos y meditando.
Nuestro maestro valoró la conveniencia de intervenir y aclarar su situación, más llevado por la lastima que por sus capacidades, pero fue cuando entendió los porqués del asunto de los libros plúmbeos y de las piedras que lo protegían. La insatisfacción de la mujer sería muy dilatada en el tiempo y solo cuando la estupidez de los hombres disminuyera se conseguirá un buen entendimiento y que los apareamientos sean satisfactorios para ambas partes, así volverá la piedra blanca a recuperar su lustre y su desgaste tan pronunciado.

ENERO DE 2011





lunes, 19 de noviembre de 2012

PAPELES DE SANTIAGO INDIVIDUO






UN BOQUETE EN EL TIEMPO


Estaba en la parada del tranvía cuando lo vio pasar con su vieja chaqueta de lana escocesa, el pantalón de pana y la misma gabardina ligera que conservaba de sus años de universidad. Lo siguió con la mirada hasta después de que se perdiera por la esquina de la calle. Atravesó el portal sin reparar en el portero que ordenaba la correspondencia que tanto anheló en otro tiempo. Se sentó en el salón casi sin fuerzas mirando a la puerta de entrada que había dejado abierta. Cuando llegó se miraron de frente durante un momento sin decirse nada. El piso estaba limpio con los muebles ordenados, hacía tiempo que había prescindido de la sirvienta. Sobre la mesa el libro. Lo acarició con los ojos sin atreverse a tocarlo porque eso supondría una profanación, pero lo notó más gastado, en la portada se había difuminado el primitivo color crema de las calzas de velludo del caballero. No supo si le causaba más ternura el protagonista del libro o el lector incansable. Conociendo el final de todas las historias se alejó de la casa con ese tipo de nostalgia que hace difícil la toma de decisiones.



UNA INTERPRETACIÓN

El manuscrito de este cuento lo encontré entre unos papeles antiguos recuperados de un baúl viejo que había en un camaranchón de la casa de mis mayores. Es posible que los documentos pertenecieran a una prima hermana de mi bisabuela que fue una mujer original, interesada en la brujería y conocida de don José Ortega y Gasset con el que mantuvo correspondencia. Si la historia viniera trenzada de esta manera, no sería de extrañar que el cuento naciera de la pluma del filósofo, en cuyo caso su contenido habría que interpretarlo en clave orteguiana y sostener que el libro es el Quijote. La vida real de Don Quijote fue un paréntesis luminoso (un boquete dice el título) entre dos estados de normalidad cotidiana, igual que la de Cervantes que terminó siendo perdonado por el destino tras un dilatado periodo de sufrimiento. El visitante, que conoce el final de todas las historias, espera también la redención del personaje ensimismado en el Quijote. Es por lo tanto un retruécano en el que un lector enloquece leyendo la historia de otro lector, enloquecido a su vez por la lectura; eso suponiendo que la visita fugaz no la hiciera la mujer idealizada que vuelve a pasar de largo. Rizando el rizo podría imaginarse que, conociendo Ortega la gran afición de su amiga por guardar y archivar todo tipo de escritos, hubiera querido jugar a ser CideHameteBenengeli, con lo que el lector entre el paréntesis sería el superviviente de Lepanto.

SANTIAGO INDIVIDUO



domingo, 11 de noviembre de 2012

LA MANO





Soy una persona tranquila, muy tranquila e incluso alarmantemente pausada, así que cuando sentí que me agarraban de mi gran cabeza y tiraban, me gustó poco. Aquello que atenazaba mi cuerpo y me obligaba a salir de mi calido escondrijo me enfado bastante, de forma que fue la primera vez que hice tronar mis cuerdas vocales a modo de enfado. Seria una mentira si dijera que recuerdo ese momento, no porque acababa de llegar y no sabía como se las gastan en este nuestro mundo, pero el caso es que mis primeras sensaciones fueron de unas manos duras, recias y seguras y me soltaron en otras manos menos ásperas pero que me manejaban con una seguridad y volatilidad que me dio vértigo. Después de cambiar mi acogedor tabuco amortiguado por un líquido cálido y suave, por un ridículo gorro y una arpillera que me envolvía mi delicado tejido epidérmico, y dispuesto ya a mover mis cuerdas vocales a forma de enfado, sentí que unas manos suaves y llenas de cariño me sujetaban el cuerpo y mi poderosa cabeza, y me estrechaban contra su delicado pecho, mereció la pena el viaje y el nuevo lugar donde comenzaba a sentir algo nuevo hasta ahora ignorado pero que creía ser muy superior a lo conocido, cariño.
Quizás pasaran varios días, y encontrándome contento porque con una severa puntualidad rigurosa se me administraba un cálido mamelón que se introducía en la boca y al succionar me derramaba un liquido dulzón y de sabor muy agradable, que me daba satisfacción llenando mi panza y mis deseos. Pero, sujetando ese mamelón, aparecían unos dedos quizás el segundo y el tercero que dirigían y estrujaban ese maravilloso pezón para que drenara para mí esa embriagadora y exquisita leche. Entonces me quedaba mirando esos dedos, que desprendían un tenue olor a limpio y a ser próximo e íntimo, terminado en algo más duro que deslizaba por mi cuerpo provocando un repeluzno que me hacia sentir aún más si es posible un gran estremecimiento.
Parecía que cada día añoraba menos el cubículo lleno de líquido, por encontrarme entre los brazos delicados de aquel ser tan tierno que me alimentaba y me daba tanto amor. Cuando estaba en sus brazos y sujeto por sus manos me cambiaba de pecho y volvía a colocar el pezón entre mis labios con la ayuda de esos dedos seguros y ágiles. Cuando terminaba me colocaba sobre su hombro sujetándome con una mano y con la otra daba suaves golpes en mi trasero, hasta que sentía una extraña burbuja de aire ascender por mi pecho y salir por mi pequeña boca. Entonces abría mis ojos en señal de sorpresa y seguro que emitía una sonrisa de satisfacción.
Un dulce duermevelas me invadía y los ojos comenzaban a cerrarse, entonces me recostaba en un lecho tierno, no sin antes haberme lavado mi productivo trasero con una esponja suave y secado con un paño, colocaba varios trapos protegiendo mi sexo y taponando mi orondo culo.
Entonces el sueño me invadía y me quedaba absolutamente inmóvil, con un leve gesto de mover los labios, como si continuara mamando de los pechos de mi querida madre. Otras veces me sentía incomodo y llorisqueaba en son de protesta, entonces escuchaba su voz que me hablaba y me tranquilizaba colocándome de lado.
Pero conforme fui adquiriendo días, fui descubriendo cosas y una de ellas fueron mis manos. Eran como las que orientaban el pezón hacía mi boca, pero muy pequeñas y menos atractivas. Jugaba con ellas moviéndolas en círculo, o acercándolas a mi cara, aunque he de tener precaución porque alguna vez me golpeaba mi cara y no me gustaba. Tampoco me gustaba las uñas, porque las de mi madre se deslizaban por mi piel produciendo una sensación de placer muy importante, pero las de mis manos cuando tocaban mi piel me producían heridas que me dolían.
Alguna vez, al despertar de mis placenteros sueños, y con unas enormes ganas de comer, además de poner en funcionamiento mi garganta, intentaba calmar mis necesidades imitando los gestos de mi madre, así que me acercaba mis manos y chupeteaba lo que más se parecía a mi adorado pezón, el dedo gordo. Porque, después con los años lo supe, mi madre no quería que usara el chupete de caucho, lo consideraba la puerta de entrada de infecciones y deformaba el paladar y los labios. Así que el sustituto del pezón se fue convirtiendo en mi dedo pulgar.
Con el paso de los meses mi cuerpo fue tomando volumen, y como mis necesidades alimenticias aumentaban mi madre fue retirando su adorado pecho y sustituyéndolo por una goma perforada que si chupabas salía un enorme chorro de leche, pero ahí! que diferencia de leche, sabía a algo tan nuevo para mí que lo tomaba solo porque mis necesidades eren mayores que mis lamentos. Ahora ese bote con goma le faltaban los dedos que orientaban la tetina, y ya sus dedos estaban apoyando el culo del biberón, para mi muy lejos, demasiado lejos.
Sus manos fueron alejándose de mí, y yo las fui sustituyendo por esas manitas que me pertenecían, gorditas y torpes, pero que al fin y al cabo eran mías. Y fueron tomando relevancia en mis necesidades y placeres, así que salvo en los momentos en que comía el resto de día colocaba el pulgar entre mis labios y en el interior de la boca, cuando lo sentía allí me tranquilizaba sometiéndolo a un chupeteo de vaivén que saciaba mi intranquilidad.
Mis recuerdos saltan años, cuando comenzaba a darme cuenta de unas poquitas cosas, una de ella era que mi madre no me pertenecía, la compartía con mi padre y el resto de mis hermanos. Cuando observé que yo no era el centro de atracción de todo el universo de mi casa, que mi madre abrazaba a mis hermanos, que también se ocupaba de su aseo y de sus cuidados, y que mi padre era en realidad el Dios de la casa y que incluso compartían la cama que había junto a mi cuna, entonces con desesperación introducía el dedo gordo en mi boca y lo succionaba con autentica fruición.
Callaba mi dolor porque no fui un niño llorón, pero lo pagué con mi dedo, ya que a la edad de cinco años mí querido dedo que tanto me ayudaba le salieron unas pompas en la parte de la yema, esas burbujas se complicaron con infecciones de tocar el suelo, la tierra y mi culito.
Mi madre me curaba con dulzura y bajo los consejos de mi padre, con un desinfectante y después me colocaba un capuchón de tela sujeto por unos cordeles que se ataban a mi muñeca. Pero, ¿que podía hacer yo sin mi dedo? Cuando no me veían, retiraba con cuidado los cordelillos e introducía el dedo en mi boca, pero era horroroso, sabía a desinfectante y a un sabor amargo. Fui olvidando la necesidad de mi dedo pulgar, pero necesitaba algo que supliera tanto dolor y desafección, y pasé a rozar mis labios sobre el canto de mi muñeca, y aún con más interés cuando los pelillos se endurecieron y raspaban con leve dolor mis castigados labios.
Se que las heridas de mi dedo cicatrizaron, no recuerdo con que edad, pero ya tenía capacidad para acumular recuerdos, y además se me confeccionó más de un dedil. Lo de pasar mis labios por el canto de la muñeca aún lo practico cuando tengo necesidad de concentrarme. Mi padres murieron hace muchos años, y jamás me llamaron la atención sobre mis costumbres onanísticas.





GUILLERMO GARCIA-HERRERA        Junio 2012





sábado, 3 de noviembre de 2012

CUIDADO CON EL EJERCICIO





Había decidido que tenía que caminar porque estaba entumecido, así que firme con mi propósito me levanté aquella mañana del quince de julio con el expreso deseo de darme una buena caminata. Sin especial dilación decidí no desayunar para que las energías necesarias fueran removidas de mis acumulos grasos que en forma de flotador se enroscaban alrededor de mi cintura. Me puse las deportivas y unos pantalones cortos de color discreto, y después de un cepillado de dientes me lancé al proceloso mundo del ejercicio físico deportivo.
Cerré la puerta de la casa con suavidad, ya que habitualmente el estruendo que producía me irritaba en demasía y avisaba a toda la familia que abandonaba la casa, algo que no deseaba. Pero fue ineficaz, antes de comenzar mi desplazamiento, se escuchó la voz de mi madre que me llamaba.
- ¿Andrés donde vas?
- Mamá voy hacer un poco de ejercicio, caminando. Vuelvo en una hora.
- No te canses mucho, ya sabes que tu constitución no es atlética y tu corazón algo débil. Hazlo poco a poco, y vuelve en media hora.
- ¡Por favor mamá, ya soy mayorcito para saber cuidarme!
- Si mayorcito si eres, pero no sabes cuidarte. Además para eso estamos las madres, que nunca nos equivocamos y sabemos que es lo mejor para los hijos.
- Bueno, volveré pronto.
Salio a la carretera y decidió comenzar por caminar deprisa, enfilo la acera y comenzó su marcha. Diez metros hacia delante y primer tropiezo, excrementos de perro reseco e imposible de retirar en su totalidad. Diez minutos restregando la zapatilla deportiva contra el escalón acompañado de varios pequeños incidentes, el principal que descubre que la zapatilla esta despegada por la suela y parte de la mierda ha entrado en el interior del calzado. Asqueado decide continuar olvidando el incidente, pero le cuesta e incluso tiene una arcada al pensar que el sudor haga cuerpo con la caca y su piel en contacto con la sustancia, puaff…. Entonces decide poner un trote a sus piernas y sentir el cansancio que tanto desea, así es, pero cincuenta metros delante nota un agudo pinchazo en su gemelo interno que le obliga a parar y a realizar estiramiento con el pie y su adorno en forma de caca de perro.
Lleva quince minutos y aún no ha realizado ejercicio alguno, eso es la falta de habito, esta visto que se debe comenzar poco a poco y con moderación como dice su madre. Pequeños saltos en forma de marcha forzada y continuar el plan establecido, alternar marcha rápida con trote lento.
Diez minutos después, siente una opresión en el pecho, no dolor solo opresión y frío sobre la piel del pecho, baja el ritmo porque el jadeo es severo. ¡Pues si que tengo mala forma física¡ Espero que no sea algo de corazón, seguro que no, aunque mi madre diga eso de que tengo debilidad en mi corazón, tengo treinta años y no padezco de nada, no debo obsesionarme porque además no soy un hipocondríaco, y cuando mi cuerpo entre en funcionamiento estaré como un toro.
Continúo la marcha rápida que es la que parece tolero mejor, solo que los gemelos me parecen que están cargados. Me coloco los cascos de música, paro para ponerlos bien ajustados y sin levantar la cabeza vuelvo a la marcha, pero sin apercibirme de que tengo delante un poste señalando parada de autobús. El golpe ha sido tan violento que permanezco aturdido durante unos minutos, noto algo frío correr por la frente y descubro cuando lo toco que es sangre, mi sangre que fluye por una pequeña herida que descubro al mirarme en el cristal de la marquesina. Busco algo con la que hacer presión en la herida pero solo encuentro un clinex ya usado, dudo ante la falta de otro elemento, pero con asco lo desecho al descubrir un enorme y pegajoso gargajo adherido al papel.
Me quito la camiseta y presiono la herida. Una señora de edad se cruza conmigo y me recrimina mi falta de pudor y respeto para con el prójimo, intento disculparme y me amenaza con el paraguas. Llama la atención de un paseante que se me abalanza empujándome y recriminándome mi actitud. Intento explicarme, aunque algo enfadado, y me sacude una torta en la cara que me tumba en el suelo. Alguien más acude y termina con la discusión y la pelea, aunque aún me retumba la cabeza y me zumba el oído izquierdo. Con tanto ajetreo siento que he perdido la camiseta y que la herida de la frente-nariz continua manando sangre, sin saber donde me toco y la sangre debe impregnar toda mi cara y pecho. El hombre paseante de la torta, se alarma y sacando su móvil llama a los servicios de urgencia, intento explicarle que no pasa nada y que no es fruto del guantazo, pero el hombre se sienta en el suelo y comienza a sujetarse el pecho realizando grandes bocanadas, me acerco para ayudarle y ese hombre cae lateralmente no sin antes meter un dedo en mi ojo derecho, lo cual me obliga a soltarlo y taparme mi dolorido ojo, que además no me sirve porque he perdido la visión por las lágrimas y el escozor. Escucho la sirena de alarma de la ambulancia y me levanto para avisar del lugar, como veo poco salgo del bordillo de la acera y caigo sobre la carretera con tan mala fortuna que me atropella la ambulancia. Hasta aquí todo es real, debió ser un mal día y mis recuerdos están formados con mayor o menor detalle, pero deben estar en mi cerebro o en el lugar de almacenamiento. El problema es que desde este punto y hora los recuerdos existen, pero no se nada de ellos y una severa confusión impregna mis esfuerzos para recordarlos.
Escuché ruidos, voces quizás pero que disminuían en ritmo progresivo hasta que dejé de escuchar nada. Tenía conciencia, y sabía que era un joven sano con algunos kilos de más, pero saludable y simpático, estudiaba una carrera Universitaria desde hacia siete años, pero en realidad no tenía prisa porque mis padres no me presionaron para que me independizara. Salía con una joven de buena familia y manteníamos una relación confortable, más para mi que para ella, porque su deseo principal era tener hijos y a mi me parecía que aún éramos muy jóvenes, aún tengo por cumplir los treinta y cinco años.
Sobre la base de que era un hombre tranquilo, me dejé llevar con parsimonia en la nueva situación en que me encontraba, realmente desconocía como estaba y mis circunstancias externas eran desconocidas, pero decidí aprovechar mis momentos. Al no tener contacto con el exterior, me quise fijar en el nuevo mundo en que estaba situado, pero para mi desdicha no tenia conciencia o quizás capacidad para valorar lo nuevo. Se, que no había personas, ni imágenes, ni referencias, por no haber no había ni suelo, ni techo, ni paredes. Pero no sabría decir que flotaba, solo que ocupaba un lugar en el espacio. El sitio no llevaba a ningún lugar, quizás cambiaba el entorno, pero como la luz era muy intensa distinguía con dificultad los cambios. Así que como no conseguía definir donde estaba, decidí razonar lo que yo personalmente sentía.
Miré en mi interior, era una persona pero sin atributos, nada de piernas ni barriga ni brazos. Pero seguro que era una persona, mi mejor atributo era una poderosa cabeza y lo que conseguía razonar. Me dirás ¿porqué una poderosa cabeza? Pues porque siento que pesa, y a mi me pesa bastante.
Oye, pero ¿hace frío? me pregunto, ¿frío? ¿Qué es frío? Ignoro esas sensaciones, quizás de forma muy tenue noto como si dieran golpes por debajo de mi cabeza, en la zona delantera, a la altura de lo que llamamos pecho. Miro y solo veo un enorme vacío, y poco más.
Bueno, pues si no tengo sensaciones, ni relación con el exterior, ni me acompañan circunstancias, ¿esto que es? pues mi magnifico entendimiento tampoco es capaz de averiguarlo. Entonces, si todo esto es así, vacío fatuo y aburrido, pues no quiero estar aquí, volveré de donde vine. ¿Pero como puedo volver de donde vine? No sé, se va a los lugares andando o en algún vehículo, ¿yo como voy? Vehículo, eso es lo que uso, pero…. Veras, veo un vehículo que se abalanza hacia mí y yo recibo un impacto, eso es lo que sé. Ya, he sufrido un accidente y…. ¿qué es lo que pasa cuando tienes un accidente? Pues te haces daño, te rompes una pierna o un brazo, o si no… te haces muchos daños y te ocurre un deceso. Un deceso, eso ¿qué es? No encuentro explicación para esa actitud, es una actitud o un desenlace, ya … un deceso es la muerte. No, yo no quiero morir, no.. no.. no quiero morir, quiero hacer deporte y salir por las tardes con mi chica y hacer estudios en mi cuarto, comer y estar con mis padres. Tengo muchas cosas que hacer, pero no quiero desaparecer, ¿porqué morir es desaparecer? Bueno, gritaré y me moveré para que sepan los que estén conmigo que quiero vivir o mejor no desaparecer, pero ¿cómo me muevo? sino veo que tenga cuerpo, solo mente, eso solo mente. Pues con la mente puedo hacer poco para comunicarme, ¿Qué atributos tiene la mente para dar señales de vida? La palabra olvídada porque de momento no sirve, ahora y aquí nadie es capaz de oírte, tus palabras están enjauladas en tu poderosa cabeza y no es capaz de articularla. ¿Entonces? Quizás solo si usas la fuerza de tu mente consigas realizar algún acto supremo para sobrevivir. Eso, un acto supremo, pero ¿Cuál y cómo?
Ya, una vez vi en la televisión un hombre que doblaba una cucharilla con el poder de su mente, yo haré lo mismo, realizaré un acto de deseo enorme para cambiar el curso de mi vida, porque deseo vivir.
Bruscamente sentí que los hechos cambiaban, que lo que sentía era distinto, que ahora relacionaba las partes de su cuerpo, que un gran golpe sacudía su pecho y una descarga eléctrica recorría su cuerpo dando luz y vida por todos los rincones. Empezó a escuchar ruidos de voces que decían “vuelve, da más que vuelve” y otra descarga exagerada sacudía su cuerpo y recuperaba sentidos, posición de su cuerpo, dolores agudísimos en piernas y brazos, y capacidad para decir: ya, ya estoy aquí, no me golpeéis más, estoy vivo.
Tres meses después salió del Hospital. Había tenido fracturas de fémur y tibia, ambos brazos y un severo traumatismo craneoencefálico que preciso una trepanación y que le dejo graves secuelas. No recordaba nada de lo ocurrido aquella mañana, se volvió engreído y sus palabras eran confusas y con poco sentido. Refería tener un poder para salir de la muerte, aunque en verdad los técnicos de transporte sanitarios fueron recompensados porque le habían salvado la vida con los electrochoque de reactivación cardiaca.
Su novia le dejó, y continuó viviendo con sus padres hasta su fallecimiento por un trombo embolismo pulmonar, cuando pesaba 140 kgr y no caminaba desde hacia dos años.





GUILLERMO GARCIA-HERRERA       Mayo 2012