Estaba muy metido en mi asunto, realizando
correcciones de la novela cretense que acababa de terminar de escribir, pero
sentía que había algo que me estaba causando alguna perturbación, sin darle
mayor interés. Al cabo de un rato, cuando levante la mirada hacia delante, me
distraje y me di cuenta que era un zumbido agudo y profusamente incomodo. Miré
en derredor buscando el origen del ruido, pero en un principio no encontré
nada. Pero estaba allí, muy cerca porque la el sonido era muy próximo. Fue
entonces cuando me apercibí que era una criatura pequeña, pocos años quizás
dos, que se encontraba sentado en una banqueta ex profeso. Regularmente emitía
un grito intenso, con toda su potencia y mirando hacia donde yo me encontraba.
Quedé estupefacto durante unos momentos para intentar comprender que era
aquello, porque parecía no tener lógica. Después hice un gesto con la
cara, de desagrado, por el grito tan penetrante, y el jovencito sonrió
cambiando a su vez el ritmo de los gritos, que aunque continuaban su misma
intensidad, ahora sonaba en los intervalos impares. Giré la
cabeza varias veces en todas las direcciones buscando alguien responsable de
aquel salvaje, pero no había nadie, solo él y yo.
Fue entonces cuando consideré la
posibilidad que el extraño fuera yo, porque hijos ni sobrinos tenía, pero la
habitación donde me encontraba era la mía, allí estaban mis libros, cuadros y
todas mis radios, todo exactamente como siempre, sin alteraciones. ¿Pero
entonces de donde había salido aquella criatura? Yo no lo conocía ni a él ni a
ningún niño, y menos tan pequeños que son tan odiosos. Como la fiera continuaba
sus irritantes chillidos, siempre con la misma cadencia e intensidad, decidí
hablarle para pedirle, o bien que se callara, o bien pedir socorro para que alguna persona se
hiciera cargo de aquella insolencia con patas. Pensé primero que decir y lo
ejecuté, pero solo salio de mi garganta el sonido del intento de hablar, porque
palabra alguna se escuchó. Alarmado carraspeé, pero con el mismo resultado,
nada solo el alboroto de los intentos, pero nada productivo. Aquello pasaba ya
de castaño a oscuro, el sonido penetrante me molestaba cada vez más, y
necesitaba tomar alguna resolución, y de momento solo sabía que aquella
criatura sonreía con mis gestos. Bueno pues me decidí a levantar y sacar aquella
fiera de mi santuario, eso si sería cuidadoso porque jamás he maltratado a
nadie y menos a un niño pequeño, solo buscaría a su madre y le pediría se
hiciera cargo de aquel bicho y su poderosa garganta. Cuando hice el gesto para levantarme, quise
apoyar mis manos en los laterales de la butaca y así tomar impulso para ponerme
en pie, pero mis manos no se movieron ni un ápice de los laterales del
ordenador. Volví a intentarlo pero con idéntico resultado, no me podía mover ni
un milímetro. Ya si me sentí alarmado, no podía ser que ninguna de mis
facultades físicas funcionara, y que permaneciera allí con la única que si
funcionaba, el oído y que además en la situación más incomoda posible. Yo
además padezco de fobias con los ruidos, me producen agresividad y me hace
sentir tan mal como con una enfermedad. Así que decidí pasar a la acción, tenía
que resolver aquel conflicto antes que me hiciera volver loco, usaría el
entendimiento, nunca me falla. Bueno pues comenzare por lo que conozco, responde a estímulos de
gestos faciales, pero tendría que conocer algún dato más, con solo aquello no
conseguiré nada. Pero no, que más podría hacer sino puedo mover nada de mi
cuerpo, solo dispongo de lo que tengo, gestos. Además no debo abusar de ellos
porque puede ser que se canse de ver mis gestos y me quedé sin herramientas
contra él. Hice el mismo gesto que al principio, pero solo conseguí aumentar el
volumen del grito, pero bueno si en un principio funcionó ¿qué es lo que pasa
ahora? Alarmado comencé a sentir pánico
y realicé unos gestos como de llanto, fue entonces cuando comenzó a bajar el
volumen de sus gritos. Insistí algo más para conseguir algún respiro, pero ya
la intensidad del ruido no bajaba y permanecía con el mismo volumen. Algo más
tendría que descubrir para alterar el funcionamiento de aquel despreciable ser
que estaba consiguiendo volverme loco. Probé con gestos de la boca, pero solo
conseguí llamar su atención, hice volver mis ojos hacia arriba como para que
desapareciera las pupilas y levantó las cejas
como con sorpresa. Al fin me puse bizco y eso provocó… una risa larga e intensa que advirtió a mi mujer, que me despertó en la hora de la siesta, porque estaba
haciendo muecas extrañas desde hacia media hora.
INDALESIO 23 de abril de 2007