viernes, 7 de diciembre de 2012

PAQUITO BUSCA TRABAJO



Con demasiada frecuencia pasaba horas aporreando las teclas de la máquina de escribir. Hacía años que lo hacia y realmente no sabía el porqué, ya que una de mis mejores virtudes no era el escribir, pero si ser disciplinado y en la empresa me obligaban a escribir informes. Así recordé a mi amigo Paquito.
Paquito no fue un joven especialmente despierto, se crió con otra hermana y sus padres, y procedían de tierras de secano donde se cultivaba cereales y ya se sabe, da poco para personas con aspiraciones burguesas. Así que emigraron a la capital donde sus sueños acabarían difuminándose pero con apariencias diferentes, ahora eran empleados del tipo que le llaman administrativo.
A duras penas terminó el bachillerato, no porque no le dedicara tiempo sino porque sus entendederas no estaban muy desarrolladas y tenía muchas dificultades para completar pensamientos, aunque las manualidades le eran más propicias. Su hermana Blanquita algo más espabilada que su hermano comprendió cuales eran las habilidades de su hermano y le convenció para que acudiera a la Academia Alfil y aprendiera mecanografía, como así hizo. A los veintidós años y después de la tragedia que supuso la muerte de su padre, Paquito decidió que su periodo de formación había concluido y que ya era hora de arrimar algo de dinero a las necesidades que se planteaban en su casa.
Aprovechando la celebración de la festividad de los patronos de su ciudad, San Ciriaco y Santa Paula, les informó a su madre y hermana que había decidido comenzar su periodo laboral. Su madre puso cara de refunfuñada porque no quería perder a su hijo en la vorágine del mundo laboral y de empresas, y su hermana le preguntó que donde trabajaría.

- He mirado el periódico y existen ofertas para trabajar, y algunas en mi especialidad la mecanografía.

- Pero Paquito tu velocidad en la mecanografía es muy pobre y exigen al menos el doble de lo que tu haces.

Nada pudo disuadir a Paquito que su futuro estaba en sala de administración de una empresa, y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo se puso en marcha en dos frentes, uno en la elaboración de un currículum y otro en visitar las empresas que el le parecía eran más decente y más serias.
Comenzó con el currículum, y bien es cierto que sufrió bastante para rellenar varios renglones, pero por fortuna su hermana Blanquita le ayudo con la condición de no poner mentiras. El resultado fue muy decente y agradeció efusivamente a su hermana la colaboración, para él aquello era la llave para abrir las puertas de su futuro.
Una calurosa mañana salio de su casa, después de tomar el gran tazón de café con leche migado con pan, y llevando una lista de lugares a visitar.
En el primer lugar, elegido con exhaustivo cuidado y colocado en lugar preferente por las referencias que había conseguido, era un despacho de Tenedor de Seguros. Esperó durante una hora en la puerta del jefe de personal, y cuando entró recibió una situación incomoda, se disponía para el desayuno y tenía prisa. Paquito se quedó parado mientras el susodicho jefe le pasaba revista por su apariencia. Después de dar dos vueltas en derredor hizo un solo comentario antes de salir de la habitación:
- Señor, con ese traje es imposible que trabaje usted en esta Empresa. Buenos días
Paquito no sabía que hacer, y sintió deseos de llorar, que por pudor evitó, pero ¿la entrevista había concluido? Se encontraba solo y nadie le había dicho que se fuera, no quería parecer descortés, pero al fin se movió hacia la puerta y asomó su cabeza, la secretaria le dijo que el responsable daba por concluida la entrevista.
Se acercó a la mesa de la secretaria y pregunto:
- ¿Le puedo dejar mi currículum? por si fuera de menester.
- Olvídese, aquí necesitamos administrativos con aspiraciones y empuje, y por supuesto con buena presencia.
Paquito salió del edificio con un desanimo grande, un severa sensación de angustia y tristeza le corroía algo en su interior, y el desconsuelo aumentó cuando se paró delante de un escaparate y miró su imagen reflejada en el cristal. Si es verdad que su traje estaba descolgado en su estrecho pecho, las puntas de las solapas viradas hacia dentro y la tela descolgada, por no mencionar la longitud de sus perneras y el descolorido de sus zapatos.
Pero si hubiera tenido un buen traje no estaría buscando trabajo, pensó Paquito, antes de continuar su desfile.
Aunque no era hombre de costumbres frívolas y jamás había entrado en un bar el mayor tiempo de lo estrictamente necesario, decidió que necesitaba algo que le animara en su empeño de encontrar trabajo. En la barra pidió lo primero que se le ocurrió, una bebida energética, un Red-Bull, algo que había visto anunciado en alguna revista. La verdad es que con el primer buche quedó anonadado por el mal sabor que tenía, pero que podía hacer si ya estaba en consumición. Asqueado pero con el corazón latiéndole a mil por hora, se dirigió a la parada de autobús para dirigirse a la segunda dirección que tenia escrita en su papel. Tardó más de media hora en llegar a un edificio ruinoso, quizás muy antiguo o quizás mal conservado, no podría definirlo, pero de aspecto poco acogedor. Paso de largo poco animado por la falta de acogida, y al llegar al final de la acera, volvió sobre sus talones y se dirigió de nuevo hacía el poco acogedor edificio.
En la puerta busco la placa de identificación del Despacho del Habilitado de clases Pasivas, Doña Encarnación Puertolas, y si, allí estaba en el tercer piso, despacho letra C. Preguntó a una señora que estaba sentada en un tabuco que formaba el hueco de la escalera, donde se encontraba el ascensor. La mujer le miró en hito y con voz gangosa le dijo que no había.
Subió los tres pisos con su corazón latiendo como una locomotora, y con severa sensación de ahogo, llegó y tuvo que respirar con fruición ante tamaña necesidad, pero consiguió controlar su agitación en unos minutos. Entonces entró. El lugar era lúgubre, con poca luz y menos ventilación, olía a rancio y se sentía agobio por los techos altos y los muebles cargados rellenando más que adornando. Un viejo sentado detrás de una mesa, con las gafas en la punta de la nariz observaba al recién llegado. Paquito se acercó timorato asintiendo con la cabeza:
- Vengo por el anuncio del trabajo administrativo.
- Aquí solo se busca un chico para los recados, el trabajo administrativo es asunto mío. ¿Y sus referencias?
Paquito le entregó su hoja curricular y se quedó frente a la mesa del empleado. Al rato levantó la cabeza y sonriendo le devolvió la hoja,
- Me temo este no es lugar para usted, vera las funciones son las de un chico de los recados y reparto de correspondencia. La señora Habilitada nunca ha deseado tener muchos empleados y solo confía en mí. Paga muy poco y se trabaja hasta los sábados y domingos. Además quizás pueda interesarle a mi sobrino que ha vuelto de la mili y tiene meritos militares, que además son nuestros más importantes clientes, y según veo usted no ha hecho vida militar, ¿o me equivoco?
- No señor, contesto Paquito, no hice la vida militar.
- ¿Y se puede saber porqué?
- Mi madre es viuda, y además se me consideró exento del Servicio.
- Lo ve, no es usted un buen candidato, lo siento.
Paquito salio del edificio sudando y profundamente triste. Lo de encontrar trabajo no resulta nada fácil y todo parecían pegas y dificultades. Pero no quería regresar a su casa con esa sensación de fracaso y con tan pocas visitas realizadas, aunque mirándolo bien aún le quedaban dos lugares de la lista que llevaba preparada.
De nuevo tomó el colectivo y con muchísimo calor se dirigió al barrio de Puerta Nueva, donde le esperaba una oficina de Consignatario de Buques.
Dudó delante de la puerta, porque ya se sentía rechazado y no quería repetir la experiencia. Pero al fin se decidió y entró, con tan mala fortuna que se dio de bruces con el cristal que formaba la puerta. El golpe con su sonido fue tan fuerte que quedó aturdido durante unos minutos, hasta que una mujer de mediana edad le sacó de la doble puerta de cristal. Le sentaron en una silla de la recepción y le dieron un vaso de agua, al fin se repuso y decidió no dar a conocer sus intenciones y solicitar salir sin su frustrado intento de trabajar en aquel endemoniado lugar.
Se sentó en un banco bajo la protección de un naranjo y se asustó de la inflamación que le salía de su perfilada frente, sacó el pañuelo y se presionó sobre el enorme bulto. Aunque no tenía reloj, averiguó la hora en uno de esos relojes que coronaba una farola, era la una hora del medio día y su estado era de total desesperación. Recordó su hermana Blanquita que tanto interés había tomado en animarlo en encontrar una ocupación y el gran desengaño que ahora se llevaría, y además el esfuerzo del currículo. Y su pobre madre, que había puesto sus esperanzas en que encontrara trabajo para conseguir que entrara algo más de dinero en casa, tan escaso con la pensión del padre tan recortada, y el futuro que les esperaría a ambos.
Sacó de su bolsillo el papel con la lista de direcciones de trabajo, ya solo quedaba la última, Despacho de abogados FERNANDEZ @FERNANDEZ, aunque estaba bastante cansado y sabía que era inútil encontrar un puesto en nada menos que un despacho de abogados, decidió llegarse porque además se encontraba cerca. Sintió un nudo en el estomago, quizás porque ya su organismo llamaba a la famélica, y sus tripas sonaban con toda clase de alardes, así que decidió beber agua en una fuente de agua potable. Saciado y en silencio su organismo, salvo los inevitables eructos del lugar que ocupaba el aire en el estomago, se dirigió a la calle de la Bolsa, donde en el numero 10 primer piso se encontraba el despacho.
Comprobó en la placa de direcciones de la puerta el lugar, y cuando se encontraba en disposición de entrar escuchó una voz recia y segura que decía:
- ¡Hombre Paquito, que alegría!
Levantó la cabeza y se encontró con un hombre magníficamente vestido, cabello aplastado y peinado hacía atrás, y unos zapatos relucientes de color negro y blanco, pero su cara no le decía nada.
- ¿No te acuerdas de mí? Soy Inocencio tu compañero de clase y vecino de tu casa, hace diez años. ¡Que alegría! ¿Que haces por estos lugares?
Paquito puso cara de recordar, pero no conseguía reconocer al que decía ser su vecino, a pesar de lo cual le estrecho la mano con su mejor sonrisa.
- Me dirijo al despacho de abogados de la primera planta.
- Hombre que alegría, yo soy al que buscas Inocencio Fernández, ¿en que puedo ayudarte?
- Yo…. Pues vera usted, necesitaba ver las posibilidades de conseguir un trabajo en su oficina, me he preparado durante varios años para servir de Administrativo y he tenido noticias de que ofrecen un empleo.
Inocencio Fernández se atuso los pelos y le ofreció tomar una cerveza o hablar en privado.
- Lo que consideré más oportuno, yo me adapto fácilmente.
- Veras Paquito, no te molesta que te tuteé, realmente trabajo no ofrezco, preciso un procurador para que me ayude a resolver asuntos del Juzgado, ya que el anterior se ha ido de la ciudad. He entrevistado a varias personas, pero estoy dispuesto a dar la cara por ti, siempre que cumplas las condiciones mínimas, en especial que seas abogado y me da la impresión de que no dispones del título.
- Pues no señor, solo he estado dos años en una academia preparándome para ser administrativo. Pero estoy dispuesto ha hacer lo que sea de menester para trabajar.
- Bueno pues realmente será difícil, pero dime ¿y tus padres y tu hermana?
- Bien, mi padre murió, los demás bien, con la esperanza de que yo consiga trabajo y ayude con algo de dinero a mantener la casa.
- Siento mucho decirte que será muy difícil emplearte aquí en el despacho, aunque quizás pueda encargarte algo de administración cuando tengamos mucha presión. Sube y habla con Encarnita, es mi mano derecha y le dices que coja tu número de teléfono para cuando lo necesitemos. Ahora te ruego me disculpes, tengo un almuerzo de trabajo y ya llego tarde. Hasta pronto Paquito.
Paquito subió, y se encontró una guapísima joven todo amabilidad hasta que le dijo los motivos de su presencia. Entonces le pidió con desgana el número de teléfono. Paquito le dijo que aún no disponía de él, pero que quizás pronto llegaría la línea telefónica a su barrio.
- Cuando disponga de él se pasa usted por aquí y lo deja, ya veremos que le podemos encargar.
Paquito salió algo menos descorazonado que de las anteriores, pero se dio cuenta que no llevaba nada de dinero en sus bolsillos, lo cual suponía volver a su casa andando. Cuando llegó a la casa, eran las ocho de la tarde, se quitó los zapatos y descubrió unas ampollas en los dedos gordos de los pies, porque esos zapatos eran de su padre que disponía de una talla menos que sus pies. Entonces su madre que esperaba le contara su experiencia sentada y mirándole a los ojos, escucho su perorata:
- Madre ese mundo de fuera es difícil y cruel, quizás tengan algo de trabajo para mí, pero de orden modesto. Quizás será mejor le ayude al panadero a repartir el pan, según me dijo me daría algunas monedas, ¿Tú crees que será suficiente ayuda con lo que me dé? La madre suspiro.



GUILLERMO GARCIA-HERRERA Mayo 2012