lunes, 19 de noviembre de 2012

PAPELES DE SANTIAGO INDIVIDUO






UN BOQUETE EN EL TIEMPO


Estaba en la parada del tranvía cuando lo vio pasar con su vieja chaqueta de lana escocesa, el pantalón de pana y la misma gabardina ligera que conservaba de sus años de universidad. Lo siguió con la mirada hasta después de que se perdiera por la esquina de la calle. Atravesó el portal sin reparar en el portero que ordenaba la correspondencia que tanto anheló en otro tiempo. Se sentó en el salón casi sin fuerzas mirando a la puerta de entrada que había dejado abierta. Cuando llegó se miraron de frente durante un momento sin decirse nada. El piso estaba limpio con los muebles ordenados, hacía tiempo que había prescindido de la sirvienta. Sobre la mesa el libro. Lo acarició con los ojos sin atreverse a tocarlo porque eso supondría una profanación, pero lo notó más gastado, en la portada se había difuminado el primitivo color crema de las calzas de velludo del caballero. No supo si le causaba más ternura el protagonista del libro o el lector incansable. Conociendo el final de todas las historias se alejó de la casa con ese tipo de nostalgia que hace difícil la toma de decisiones.



UNA INTERPRETACIÓN

El manuscrito de este cuento lo encontré entre unos papeles antiguos recuperados de un baúl viejo que había en un camaranchón de la casa de mis mayores. Es posible que los documentos pertenecieran a una prima hermana de mi bisabuela que fue una mujer original, interesada en la brujería y conocida de don José Ortega y Gasset con el que mantuvo correspondencia. Si la historia viniera trenzada de esta manera, no sería de extrañar que el cuento naciera de la pluma del filósofo, en cuyo caso su contenido habría que interpretarlo en clave orteguiana y sostener que el libro es el Quijote. La vida real de Don Quijote fue un paréntesis luminoso (un boquete dice el título) entre dos estados de normalidad cotidiana, igual que la de Cervantes que terminó siendo perdonado por el destino tras un dilatado periodo de sufrimiento. El visitante, que conoce el final de todas las historias, espera también la redención del personaje ensimismado en el Quijote. Es por lo tanto un retruécano en el que un lector enloquece leyendo la historia de otro lector, enloquecido a su vez por la lectura; eso suponiendo que la visita fugaz no la hiciera la mujer idealizada que vuelve a pasar de largo. Rizando el rizo podría imaginarse que, conociendo Ortega la gran afición de su amiga por guardar y archivar todo tipo de escritos, hubiera querido jugar a ser CideHameteBenengeli, con lo que el lector entre el paréntesis sería el superviviente de Lepanto.

SANTIAGO INDIVIDUO