miércoles, 8 de septiembre de 2010

MICRORELATOS V


La señora Kunstner sabía que era una mujer guapa y deseada por los hombres que la conocían. Pero los hombres que la conocían eran los amigos de su esposo, el importante financiero señor Kunstner.
Este señor tenía muy abandonada a su esposa, en especial porque se había cansado de ella y ahora sentía poca excitación cuando compartían lecho. Además mantenía una relación consentida con su secretaria que le daba grandes satisfacciones y muy pocos problemas. Una vez en semana, el señor Kunstner acudía al domicilio de su secretaria y amante, y saciaba sus apetitos carnales y lujuriosos, porque ambos sentían gran atracción por el sexo y algunas de sus perversiones y sin reproches se despedían en paz y armonía hasta la siguiente semana.
Ana, que así se llamaba la señora Kunstner, decidió que haría la vista gorda con las veleidades de su rico esposo, y olvidaría las obligaciones que tenía como marido y cabeza de familia. Pero ella se iba a tomar buena cuenta de satisfacer sus sentimientos con quién quisiera y cuando quisiera.
No fue fácil porque muchos de los hombres que le gustaban, sabiendo que era mujer casada huían de su entorno y de frecuentar su compañía. Solo consiguió mantener una casta relación con un compañero de academia de pintura, que siendo soltero y de otra ciudad le invitaba a café una vez terminada las clases de pintura.
Cierto día volviendo de la academia, se encontró con un socio de su marido que siempre le había parecido formal y discreto. Charlaron durante un buen rato y aceptó una invitación para almorzar ese mismo día. Cuando terminaron y pasaron al salón del restaurante para tomar un licor, Ana se desabrochó el último botón del vestido y al cruzar las piernas se podía apreciar unas preciosas piernas torneadas, jóvenes y sugerentes. El socio se sentía abrumado y los ojos pasaban de la cara de Ana a las piernas que asomaban por el abierto traje. Entonces comenzó a hacerles requiebros y palabras seductoras, que Ana aceptaba con una cándida sonrisa. Pero el joven no terminaba de dar el paso y solo se ofreció a acompañarla a su casa. Ana le dio facilidades pero cada vez notaba al joven más aturrullado y confuso y decidió acabar la escena con un agradeciendo amable y con un hasta otro día.
Cuando llegó a su casa, fue al baño y se encontró con su ropa interior mojada, fue entonces cuando se acordó de su amiga de juventud y de los juegos amatorios que realizaron durante años. Se cambió y llamó por teléfono a su amiga. Aquella misma tarde quedaron para recordar viejos tiempos y lo mucho que se divertían.


10 de junio de 2007