sábado, 25 de septiembre de 2010

MICRORELATOS VII


Hace dos meses recibí un correo electrónico de una sociedad filantrópica americana que me invitaba a dar unas conferencias en el estado de Florida. Mis conocimientos del idioma son reducidos e ignoraba en que términos estaban escritos los deseos de esta sociedad. Mi eterna profesora de inglés me lo tradujo e incluso lo escribió para que tuviera la oportunidad de releerlo. Al fin entendí que querían que diera una conferencia para un público de origen cubano que deseaban conocer toda la literatura contra revolucionaria que se generaba en el mundo, y en especial la que se escribía contra Castro.
No salía de mi asombro, porque desconozco ese tema y para nada he manifestado ninguna opinión sobre este tipo de literatura. Aunque picado por la curiosidad me decidí a escribir un mail a la sociedad, realizando algunas preguntas e indagando sobre el origen de semejante dislate. Dos días más tarde recibí contestación, una señora que se identificaba como Paulina Espercobich me pedía disculpas por el efecto que me había hecho la solicitud de la Sociedad, pero que habían recibido información de que yo había realizado un extenso trabajo sobre los disidentes cubanos y en especial de los que vivían de la pluma. Manifestaba continuar interesada en contar con mis conocimientos y deseaba que me trasladara a Miami durante el mes de Junio para participar en el foro que anualmente se celebraba con la aquiescencia de la Fundación para el Desarrollo de la lucha contra el Castrismo. Me adjuntaba un contrato de diez puntos donde debía aceptar las condiciones estipuladas por la sociedad y que consistía en especial que se convertían en propietarios de los trabajos que yo presentara y de la publicación de ellos.
Entre asombrado y estupefacto me detuve durante unas horas para pensar cual sería mi actitud y respuesta, mientras escancié un vaso de licor con hielo. Al fin decidí responder mediante otro correo, de forma que negándome no fuera de una manera muy violenta o desagradable. Lo escribí de forma ordenada y estructurada para que no diera lugar a falsas interpretaciones, y sin esperara respuesta rompiendo cualquier tipo de nueva relación.
En primer lugar les manifestaba que de lo que yo creía entender era de escritores con pluma, a saber homosexuales y no necesariamente cubanos sino de todo tipo de país y civilización. Dos, que mi interés se centraba no en la disidencia política, sino en la influencia que tenía sus gustos condicionados en el tipo de literatura que realizan. Y tres, que siendo yo de tendencia más próxima a la demócrata podría provocar o generar opiniones que perjudicarían la buena reputación de su sociedad.
Nunca obtuve respuesta.



domingo, 19 de septiembre de 2010

MICRORELATO VI


Quizás no estuviera justificado pero sentí un gran enfado con mi amigo Manolo, y le retiré mi amistad e incluso el saludo. Éramos inseparable desde hacia muchos años, habíamos vivido momentos políticos difíciles y situaciones personales delicadas, y siempre habíamos acudido a buscar consuelo, del amigo entrañable. Es esa situación que algunos llaman química y que todos los demás denominamos empatía, pero lo que realmente era cierto es que nunca habíamos fallado el uno al otro, y quizás porque ambos teníamos una formación similar y unos intereses sociales y filosóficos parecidos.
Habitualmente nos citábamos los fines de semana y paseábamos mientras contábamos inquietudes, proyectos y empresas utópicas, que nos servían para referenciar la potente imaginación que poseíamos y la enorme frustración que arrastrábamos por no poder realizar ninguna.
No fue óbice para que en cierto momento yo escribiera unas páginas, sobre un hecho que habíamos vivido ambos. Con algo de ilusión aquel sábado se lo di para que lo leyera y me diera su opinión con vista a enviarlo al diario El País, periódico conocido por sus ideas del beneficio propio. Manolo lo enrollo en su mano derecha y no dijo nada, continuó contándome un asunto que le preocupaba. Pero yo estaba deseoso de que me pidiera sentarnos para leerlo y con sus bendiciones enviarlo por correo electrónico ese mismo fin de semana, único momento libre para veleidades de ese tipo.
Pero pasaban los minutos y nada, yo miraba con disimulo su sudorosa mano y las hojas arrugadas y húmedas. Al fin nos acercábamos a la cafetería El Rodeo y divisamos al conocido periodista Rafael Buendía y a un compañero de ambos afamado pianista y hombre amante de la divergencia oral e incluso escrita. Era inevitable el sentarse y cambiar impresiones, por supuesto de política, y denostar sin faltar al gobierno de la nación.
Nada más sentarnos, Manolo desplegó las cuartillas y pidiendo autorización y ante mi horrorizada cara, comenzó a leer con una entonación que rallaba en la sorna. Yo intenté en vano que callara y dejara de hacer pública unas notas personales, de las que solo me interesaba su opinión, pero él lo excuso para que todos pudieran conocer mi ambiciosa pluma. Al terminar y sabiendo que aquellos bifrontes eran unos reaccionarios, me levanté ofendido y le retiré las hojas de sus manos. Antes de irme pude escuchar algún comentario que como ya supuse eran de neto color ambiguo conservador, pragmático y reaccionario. Perdí un amigo y una persona que pudiera compartir conmigo las inquietudes y deseos de los amantes de la razón pura y crítica.

INDALESIO

11de junio de 2007