Uno de mis nietos tiene ahora cuatro
años. Con esa edad, lo recuerdo muy bien, me partí un brazo en
Lanjarón. Fue en casa de tita María y tito Cristóbal cuando
intentando saltar sin apoyo la barandilla que separaba la terraza de
la galerías tropecé con el borde. Ese día los inspectores de
hacienda husmeaban las cuentas de la tienda de telas que tenía mi
abuelo en un lateral del garaje. Allí guardaba una de sus varias
pistolas que hubo que entregar a la guardia civil para que le
taladraran el cañón cuando murió. Mi abuelo gestionaba lo que hoy
sería una franquicia de pana y otras telas baratas para la Alpujarra
de la red de Juan March que explotaba el monopolio a nivel nacional y
que tenía más de estraperlo que de negocio legal.
Como estaban
atendiendo o más bien sobornando a los inspectores y no me hicieron
caso hasta que se fueron, me pasé el día lloriqueando con las
muchachas hasta que se dieron cuenta de que la cosa iba en serio.
Pesarosos tomaron el coche camino de Granada donde la radiografía
determinó que se trataba de una fractura en tallo verde del radio a
la altura del codo. La redujeron bajo anestesia de cloroformo,
recuerdo la mascarilla que me durmió, y me colocaron un yeso. Por
esa misma época ya me zurraban de lo lindo cuando me salía de madre
que eran muchas veces.
Ahora puedo ir a
la cárcel si le doy un cachete a mi nieto, que por otra parte es un
primor y ni loco pienso hacer tal cosa, porque dicen que eso
traumatiza a los niños. Nunca me traumatizaron los malos tratos y
más bien pensaba que muchas de las fechorías quedaban impunes. En
mis tiempos las reprimendas, las palizas y las lesiones que conlleva
la vida salvaje estaban a la orden del día y considerábamos que esa
era la servidumbre de la libertad.
Si arrastro algún
estigma infantil desde luego que no es doloroso ni traumático: mi
niñez fue tan irresponsable como atrevida. Tampoco he sentido el
más mínimo rencor hacia mis padres por el abandono de aquel día y
en general me considero más verdugo que víctima por los disgustos
que les causé. Creo que ese trato me hizo madurar al enseñarme que
mi vida era cosa mía y que de mariconadas, ni media.
CIRANO