miércoles, 23 de diciembre de 2015

CUATRO AÑOS







Uno de mis nietos tiene ahora cuatro años. Con esa edad, lo recuerdo muy bien, me partí un brazo en Lanjarón. Fue en casa de tita María y tito Cristóbal cuando intentando saltar sin apoyo la barandilla que separaba la terraza de la galerías tropecé con el borde. Ese día los inspectores de hacienda husmeaban las cuentas de la tienda de telas que tenía mi abuelo en un lateral del garaje. Allí guardaba una de sus varias pistolas que hubo que entregar a la guardia civil para que le taladraran el cañón cuando murió. Mi abuelo gestionaba lo que hoy sería una franquicia de pana y otras telas baratas para la Alpujarra de la red de Juan March que explotaba el monopolio a nivel nacional y que tenía más de estraperlo que de negocio legal.
Como estaban atendiendo o más bien sobornando a los inspectores y no me hicieron caso hasta que se fueron, me pasé el día lloriqueando con las muchachas hasta que se dieron cuenta de que la cosa iba en serio. Pesarosos tomaron el coche camino de Granada donde la radiografía determinó que se trataba de una fractura en tallo verde del radio a la altura del codo. La redujeron bajo anestesia de cloroformo, recuerdo la mascarilla que me durmió, y me colocaron un yeso. Por esa misma época ya me zurraban de lo lindo cuando me salía de madre que eran muchas veces.
Ahora puedo ir a la cárcel si le doy un cachete a mi nieto, que por otra parte es un primor y ni loco pienso hacer tal cosa, porque dicen que eso traumatiza a los niños. Nunca me traumatizaron los malos tratos y más bien pensaba que muchas de las fechorías quedaban impunes. En mis tiempos las reprimendas, las palizas y las lesiones que conlleva la vida salvaje estaban a la orden del día y considerábamos que esa era la servidumbre de la libertad.
Si arrastro algún estigma infantil desde luego que no es doloroso ni traumático: mi niñez fue tan irresponsable como atrevida. Tampoco he sentido el más mínimo rencor hacia mis padres por el abandono de aquel día y en general me considero más verdugo que víctima por los disgustos que les causé. Creo que ese trato me hizo madurar al enseñarme que mi vida era cosa mía y que de mariconadas, ni media.

CIRANO