viernes, 14 de noviembre de 2014

DECÁLOGO DE NOVELISTA



o   La estatura (altura/grandeza) de un novelista es la de sus personajes.
o   La fuerza (el estilo) es la calidad de su ironía.
o   La ironía es la sonrisa de un dios que se contempla en su criatura.
o   La ironía es distancia pero también es cercanía.
o   La sonrisa de la Gioconda nos resulta tan enigmática porque es la sonrisa de ella que nos ve mientras la contemplamos. Es decir, de Leonardo.
o   Los grandes novelistas consiguen que durante la lectura el lector sea su criatura.
o   Un artista sin ironía es un artesano.
o   La ironía de Cervantes era compasiva, la de Kafka corrosiva, la de Tolstoi inconsciente, la de Shakespeare comprensiva, la de Proust radiográfica, la de Mann temerosa, la de Joyce endiosada, la de Beckett espantada, la de Homero homérica, la de Dante psicoanalítica, la de Dostoievski anulada, la de Freud engreída, la de Nietzsche alucinada. La de Walser es excelsa y la mía leve. Para interesados, Borges era Borges.
o   La novela es una guía de viaje al País del Alma.
o   Novelista no es quien mira sino el que ve.
o   Y la imaginación se tiene o no se tiene.
o   El trabajo de novelista no es de narrador ni cuenta cuentos (medios o instrumentos de los que puede valerse). El novelista inventa/aventura vidas, que a este nivel sería ingenuo confundir con biografía. La vida es vivencia. Es decir, el cómo nos vivimos (o nos soñamos).
o   El novelista habla, usa de la palabra como el músico de la nota musical, para evocar estados de sentimiento o de emoción. Y más allá de narración o personajes, es decir de la parte figurativa del cuadro, están los trasfondos en que se pierde. Yo busco la expresividad, intentando tirar el lastre de la frase. Es más, diría que para mí (novelista), toda frase es un lastre en sí misma. He ahí la dificultad de servirse de la tosca piedra para esculpir la estatua que nos contempla.
o   Yo novelo la soledad (más diría, el aislamiento intrínseco) de la criatura humana y para ello, entre las letras, busco seres que respiren.
MIGUEL CARREÑO