Eurípides inventa en su drama Helena la figura, consolidada en la sociedad burguesa del XIX, de la querida que se echa un amante, pero mantiene la ficción de fidelidad a su marido. En el prólogo, la esposa amistosamente raptada interpreta su historia afirmando que lo que se ha ido con Paris es su imagen “tuvo a mi nombre, pero no a mí”. Aclara que en realidad fue retenida por Hermes entre los repliegues del éter, donde queda a la espera de reunirse con Menelao, inaugurando el consabido “no es lo que parece”. A pesar de esta quimera se siente orgullosa de que los hombres se maten por ella y de ser la causa de la guerra. Sigue siendo un tema de actualidad el desdecirse de los actos propios.
Lo
que viene funcionando desde la Antigua Grecia, si no de antes, es que
la primera pasión sirve para formar la familia, para echar raíces.
Luego llega el aburrimiento: “El amor. Claro,
el amor. Un año de ardor y llamas y luego treinta de cenizas”
(Giuseppe Tomasi di Lampedusa: El Gatopardo); pero si en ese momento
surge un nuevo amor capaz de superar la querencia del hogar, se
produce el rapto. Safo lo describe poniendo, precisamente a Helena
como ejemplo: “Unos
dicen que un ejército de jinetes, otros que una tropa de soldados,
otros que una escuadra de navíos es lo más hermoso sobre la negra
tierra; en cambio, yo digo que es aquel a quien uno ama. Es
absolutamente fácil hacer esto inteligible a cualquiera, pues la que
mucho había contemplado la belleza de los hombres, Helena tras
abandonar a un hombre superior en todo, se fue a Troya navegando y ni
de su hija ni de sus queridos padres en ningún momento se acordó”.
Pasada la exaltación se intenta volver a la primera situación con
excusas; si allí tampoco está el reposo viene la depresión: Madame
Bovary, Ana Karenina, La Regenta, Fortunata y Jacinta.
Creo
que la máxima expresión de la pasión es el rapto. En esa situación
todo es irreal, no se habita en este mundo, sino que, como Helena, se
está en éxtasis, se es inmaterial, se vive más allá de los
sentidos. Cuando está poseída, la mujer quisiera petrificar el
momento. Siente que el futuro destruirá la felicidad máxima y pide
¡acuérdate de mí!, que es el lamento de la sombra en Hamlet. Desde
el culmen del placer ve la otra vertiente del tiempo como si habitara
en él y, como un alma en pena, repite ¡acuérdate de mí! Es la
hiperrealidad a la que tienen acceso los elegidos. Tras eso solo hay
dos salidas: la muerte o la paz interior (serenidad). Estamos
hablando de pasiones de verdad, no de frivolidades.
CIRANO