Mi padre era un amante y
aficionado de muchas cosas, quizás la que más le despertaba pasión
era la música. Cada día después del almuerzo se sentaba en su
butaca preferida, sintonizaba la música clásica en el armatoste a
lamparas que tenía junto a su cabeza, y reposaba con un pañuelo
bajo el ojo derecho sujeto con su misma mano. Luego se escuchaba un
leve pero intenso ronquido y la música pasaba a un segundo plano. Yo
sentado enfrente le miraba y observaba cada sonido que compartía con
la radio, el caso es que me gustaba bastante más el sonido de la
música clásica que los ronquidos que emitía la garganta de mi
padre. Cuando despertaba, se agitaba y frotaba con la mano de apoyo y
comentaba : Magnífico concierto . Yo sonreía y él me guiñaba como
signo de complicidad. Quizás había cumplido los doce años, cuando
mi padre me comentó que había conocido al catedrático de guitarra
del conservatorio y que habiéndole parecido un gran persona y un
genial docente, con método propio de enseñanza, merecía la pena
que lo aprovechara para que me enseñara el manejo del laúd, ya que
mi hermano que tenía mejores condiciones musicales aprendería el
uso de la guitarra. Me quedé perplejo porque aunque entre hermanos
no teníamos dificultades, la rivalidad existía y yo deseaba mostrar
mis facultades para desbancar su superioridad no solo por la edad
sino por mi motivación y ambición. Como siempre ocurría
aceptábamos las indicaciones de padre sin rechistar, aunque a mi no
me gustara, desplegué la cara de triste y enfadado, e iba suspirando
mis penas por los lugares de uso común, incluso tuve el atrevimiento
de no escuchar el concierto de la siesta, con mi padre en el “dolce
far niente”. Cuando en la noche me cruce con él, metió sus dedos
en mi tupida cabellera despeinándome sin más contemplaciones.
Fuimos informado por mi padre que el maestro de guitarra vendría
dos días a las doce del medio día, y aunque rompía el programa de
juegos de la mañana aceptamos sin rechistar las indicaciones de
padre. Luego me hizo indicaciones para que fuera al garaje y dentro
del coche encontraría una guitarra y un laúd adquirido por mi padre
para los menesteres de la formación musical. La guitarra era nueva y
estaba reluciente,el laúd era de segunda mano y se notaba el rayado
de las uñas del maestro que lo había usado, no me gusto tampoco ese
gesto para con mi ambición y llené mis ojos con más lagrimas de lo
habitual. Mi padre sacó del bolsillo un juego de cuerdas y dos
cejillas y las colocó sobre la caja y el mástil, luego las depositó
sobre el sofá y nos advirtió que si queríamos demostrar nuestras
habilidades lo hiciéramos ahora y sino cuando viniera el maestro. Yo
me lancé sobre la herramienta y con una púa froté las cuerdas sin
que el sonido tuviera la coherencia necesaria. Mi hermano con la
guitarra demostró tener habilidades naturales y el sonido que sacó
era lo más parecido a una melodía. Al día siguiente, media hora
antes de la llegada del profesor agarré el laúd y lo abracé, mis
pocos años me hicieron pensar que si le mostraba cariño, ella
respondería con un sonido como los que escuchaba en la radio. Pero
no fue así y yo bien que lo he sentido, porque no conseguí pasar de
ser un mero oidor distinguido. El maestro llegó a su hora, iba
vestido de negro y con una cinta en el brazo, señal de viudo,
portaba un sombrero de ala corta también de color negro, sus ropas
lucían manchas y lamparones de diversos tamaños e intensidades.
Sacó del bolsillo un paquete de hojas de liar cigarros y escogió
una hojilla, luego cuatro o cinco colillas de tabaco y les vació
mezclando todos los contenidos, los envolvió en la hoja y encendió
con un chisquero. Una columna de humo denso salió de su boca
piorreica, deposito el cigarro en el clavijero y agarró el
instrumento, cuando escuché el sonido me quedé patidifuso, por la
caja de resonancia salia un ruido de una belleza inigualable, y fue
entonces cuando supe que jamás llegaría a sacar ese magnifico ruido
al instrumento que me había conseguido mi padre, y así lo entendió,
lo cambio por la lectura sin limite y bajo su control. Mi hermano
consiguió dar una semana de clase, porque el maestro Navas don José
murió de una ataque al corazón. Continúo escuchando música y no
me pierdo ningún concierto velando el sueño de mi padre.
INDALESIO