El señor HERTMANN volvía cada
verano a descansar en la Pensión Alemana que se encontraba algo apartada del
bullicio del centro de la ciudad. Era una urbanización de personas mayores con
algún aislado y poco travieso niño aburrido, lo cual daba una tranquilidad
grande a la persona que deseaba descansar con los rigores del verano y su
canícula. Nadie le importaba la vida de los demás, pero todos conocían las
costumbres y comportamiento de cada uno de los habitantes del lugar, salvo la
del señor HERTMANN que solo acudía dos
meses al año y no daba tiempo a saber de él. La dueña de la Pensión era de
origen Alemán y todos sus clientes por tanto eran alemanes, salvo algún
personaje perteneciente a la bohemia del arte, que vivía permanentemente en las
habitaciones que daban al jardín con entrada independiente.
Existía un pacto no explicitado,
con algún componente de miedo, de que nadie se inmiscuía en la vida ajena, pero
todos sabían que en aquella Pensión se refugiaban alemanes participes de la
segunda guerra mundial, y HERTMANN no era menos.
Una mañana soleada y refrescada
con una brisa de levante, se escucha el runruneo cadencioso de un motor de auto
grande que podía ser un camión, los
vecinos apartan los visillos porque quieren saber, y ven un camión humeante que
escala la empinada cuesta de la urbanización. Cada cual apuesta por un destino,
pero pocos aciertan porque llega casi hasta el final justo a la Pensión
alemana.
Dos hombres se bajan del camión y
se dirigen a la dueña de la pensión, ella les explica que tienen que subir los
bultos a la segunda planta, y los hombres protestan porque sospechan que no
podrán. Sale el señor HERTMANN y les ofrece una compensación y su ayuda como
hombre fuerte, algún otro voluntario
como el mismo relator deciden ayudar sin ánimo de lucro, solo de buena
vecindad.
Varios bultos, maletas y cajas
van saliendo del vientre del camión y se van apilando en la puerta, se organiza
bajo la tutela y orientación del alemán el desfile de sus pertenencias hasta la
segunda planta, hasta que llega lo último, un enorme y pesado armario de madera
de caoba y de color rubio.
Los dos hombres lo van
desplazando gradualmente con giros progresivos hasta llegar al límite de la
caja del camión, allí se decide que se debe de tumbar para sacarlo
deslizándolo. El armario es extremadamente pesado y progresa muy lentamente,
cuando llega al límite no pueden sostenerlo y cae por el cabecero golpeando una
esquina y se abre como una alcachofa podrida. En su interior aparecen grandes
cantidades de papeles de todo tipo, unos
escritos a mano y cosidos a diente de perro, y otros papeles de tipo oficial
como certificaciones y documentos informativos, por supuesto todos en
caracteres alemanes. Como la carretera esta inclinada, ruedan libros y se
desperdigan papeles por todo lo ancho del camino, que son recogidos y apilados
junto a los paneles que forman el armario.
El señor HERTMANN esta
visiblemente afectado y corre de un lugar a otro recogiendo y ordenando
papeles, algunos piden sean llevados a sus aposentos y él pasa el resto de día
subiendo y ordenando papeles. Cuando llega la noche aún no han conseguido
recuperar todos y se cumbre el armario y los papeles con una lona grande. Todos
desaparecen para le merecido descanso, agotados por esfuerzo, el señor HERTMANN
agradece la atención prestada, pero los camioneros le exigen sus emolumentos y
aunque se dan unas palabras gruesas al fin se llega a un acuerdo y se acaba el
disgusto.
Pero aquella noche, alguien
guiado por la curiosidad y por algunas pistas que observa cuando ayuda a la
recogida, acude amparado por la oscuridad y hurta un bloque grueso de
documentos. Se desplaza hacia el recodo de la carretera y lee bajo la tenue luz
de una farola de poca intensidad, escoge lo que parece más de interés y el
resto los devuelve al interior del armario.
La mañana siguiente, el señor
HERTMANN ayudado por otro personaje que
no se reconoce por no perteneces al barrio, terminan de transportar el resto de
papeles a los aposentos del alemán, pero dejan el armario en la puerta apilado,
y le piden a la propietaria de la Pensión que busque alguien que le interese
comprarlo por el módico precio de doscientas pesetas. Se que alguien lo compró,
y que aún su nieto le mantiene como elemento de decoración en el salón de su
casa, no sin antes haberlo decapado y barnizado. Pero ignora que existe un
doble fondo en la base del armario y que allí se esconden documentos
comprometedores para aclarar el lado oscuro de la historia de la segunda guerra
mundial.
Sé que consta de cinco documentos
de depósitos bancario no en moneda sino en lingotes de oro, en el Swisse Bank
de Ginebra, por un valor no mensurado, pero que se aproxima a los
trescientos kilos de oro. Los demás documentos
desempeñaron un importante papel en el desarrollo del espionaje de la guerra
mundial, están documentados por Alan
Turing y constan de 735 páginas
cosidas con hilo de cáñamo y llenas de escólios a pie de página. Casi todas las
hojas reproducen formulas matemáticas y ecuaciones logarítmicas, y en su
portada lleva inscrito el titulo de: “LIBRO DE LAS ESTADISTICAS DE REPETICIONES”.
Como todos sabemos este
documento
sirvió para descifrar e interpretar los mensajes militares, pero lo que nadie
sabía era que también estaba a disposición de los militares alemanes, lo cual
puede hacer pensar que Alan Turing fue un agente doble y que pudo traicionar a
los suyos.
Quizás algún día el propietario
del armario se le ocurra desmontar las piezas de madera que forman los
laterales y puertas y buscar el resorte
que abre el doble fondo, allí encontrara todo ese tesoro. Quizás no cambiara el
curso de la historia, pero aclarara mucha de las incógnitas que aun perduran en
la desconocida marcha del curso de la Guerra Mundial. También sabrá quien lo
puso allí, los motivos que llamaron la atención al personaje que guardó estos papeles, e intentar recuperar la
propiedad de ese oro que le aliviaría de muchas penurias.
INDALESIO JULIO 2012