Me lo crucé por
la calle, no lo conocía o, mejor, él no me conocía a mí.
Invadiendo su intimidad lo paré y le dije:
- Perdone que lo interrumpa, solo quiero echarle un piropo que espero no le moleste.
El prócer me miró risueño y
sorprendido.
- Supongo que no tengo por qué molestarme.
- Entonces permita que lo felicite por sus artículos. Si lo halagara con un requiebro clásico ¿se sentiría ofendido?
- Más que ofendido me extrañaría porque no veo motivos.
- Y haría usted bien, pero no se preocupe porque no lo pienso hacer. Era por criticar el ataque a la galantería que se ha puesto de moda.
- Siempre que se mantengan las formas sin grosería ni ademanes de superioridad, la galantería la encuentro kitsch.
- No lo entretengo más, mi intromisión se debe a que soy gran admirador suyo.
- Muchas gracias. Adiós amigo.
La feria del libro depara estos
encuentros. El artista, en este caso, es un vendedor sometido a las
reglas del mercado que dictan que el cliente siempre tiene razón.
Como él sabe a quien me refiero no tengo por qué dar más detalles.
CIRANO