Odiaba llegar a casa porque sabía
que le esperaba un largo desfile de cosas para hacer, y además todas detalladas
en una cartulina pegadas en el frontal de la nevera de la cocina. La inductora
era Maruja, su mujer desde hacia siete años. Le había pedido multitud de veces
que hiciera acopio de tareas para un día mejor y con mayor disponibilidad, como
eran los fines de semana, pero no, siempre se había negado porque los fines de
semana quería que la sacara a pasear o alguna función artística.
Aquella tarde llegó especialmente
cansado, había sido un día difícil por reuniones y elaboración de la
planificación del trabajo del próximo mes. Abrió la puerta esperando que la
casa estuviese sin habitantes, Maruja y dos niños, Luis y Alberto, pero sabía
que los niños estarían jugando al fútbol y no volverían hasta oscurecer, sobre
las nueve de la tarde-noche. Y Maruja era un misterio, unas veces estaba con
amigas y otras me esperaba para supervisar las faenas asignadas. Aquella tarde
tocaba supervisión.
Antes de saludar, ya le estaba
indicando sus faenas y con su dedo imperativo señalando la nevera y la dichosa
cartulina colgada de un palillo.
Soltó con violencia la cartera y
dejó caer los brazos en señal de suplica, le pidió unos minutos para tomar una
copa que le apartara de la mente el trabajo y sus perlas constantes. Ella, como
de forma habitual, le explotó en la cara reproches y su justificación
cotidiana, ella se encargaba de las faenas de la casa y era su manera de
contribuir al mantenimiento de la familia y de la casa.
Fue hacia la cocina para ver la
hoja odiosa, de letra redondeada y cuidadosamente distribuida, y escuchó un
primer alarido donde se le reprochaba que no se quitara la ropa del trabajo,
que además olía a tabaco y aromas de otras personas. Se giró y miró a su mujer.
Era bonita, vestía algo ñoña pero discreta, quizás algo más de seducción
vendría bien, pero nunca le había preguntado su opinión y él se acostumbro a no
darla. Como le miró fijamente, a ella se le quebró la voz, y le dijo en tono
más pausado que arriba tenía ropa de casa. Él continuo mirándola fijamente,
quizás fruto del cansancio y de estar pensando en que su vida no se había
ajustado a lo que él siempre deseo. Cuando ella le preguntó con tono desabrido,
que miraba, el tuvo un pensamiento violento, pero solo continuo con la mirada
fija y absolutamente descolgado de la realidad. Entonces tanteó con su mano
derecha buscando posiblemente la cartera o quizás algún objeto contundente,
según la versión de ella, pero al no encontrar nada, se giró en el mismo
momento en que entraron sus hijos por la puerta gritando y peleándose. Aquello
rompió la tensión y despertó a mi amigo, bueno en realidad no es mi amigo, es
mi cliente. Porque yo soy el que le lleva su divorcio, y lo tenemos duro porque
ella le pide la casa, manutención de los niños, y dinero para compensar el
tiempo empleado en él y su familia. Y yo se que lo tiene duro, pero que muy
duro, aunque ha recuperado su libertad ¿pero a que precio? Aquella noche bebió mucho y cogió una buena cogorza, que
acabó en un escándalo y en la primera demanda de separación, porque según ella
la violó antes de llamar a la policía, que solo levantó atestado y la
advertencia de que si la denuncia progresaba tendría que responder de las
consecuencias que quisiera su mujer.
Cuando la borrachera pasó, pudo
darse cuenta de que le había dado vidilla y que ella no era tan mala como
creía, algo mandona si, pero que le vamos hacer, nadie es perfecto. Pero no,
ella no lo había olvidado y continuó con la demanda, que acabó con mi cliente
fuera de su casa, con la perdida de la propiedad de la casa, el sueldo
intervenido y una gran numero de obligaciones que le estaba dejando
completamente arruinado y en un mal estado personal. Descubrió que cada bronca
que tenía, le producía una gran excitación que le hacia tener incluso
erecciones, algo que hacia tiempo no padecía, por culpa del alcohol. Así que
encontraba excusas para ver a los hijos, y de camino discusión, hasta que el
juez busco un terreno neutral para poder intercambiar a los hijos.
Quizás ella, igualmente se
acostumbró ha machacar al interfecto y cada varios meses le obsequiaba con otra
demanda, que incomprensiblemente y por causas poco claras perdía, hasta que le
dejo en la más absoluta de las indigencias, ya que vivía con lo básico de su
sueldo y sin poder pagar el alquiler de su apartamento.
Hace un mes recibí una misiva
suya, donde me anunciaba que prescindía de mis servicios y que por el momento
no podía abonarme mis honorarios. También que, visto el mal resultado de sus
acciones legales, había decidido pedir disculpas a su ex - mujer y que le
permitiera vivir en la casa y que aceptaba todas sus condiciones.
Que yo no había podido apercibir
que el quería mucho a su familia y que la única solución que veía para su vida
era volver a compartir los hechos cotidianos con ellos, dejar el alcohol y
volver al lugar de donde nunca debía haber salido.
Olvidé aquel asunto durante
varios meses, hasta que me sorprendió leer en la prensa local el anuncio del
fallecimiento. Después supe que nunca consiguió volver con su familia, que la
mujer estaba con otro y que los hijos estaban internos en un colegio.
Desde entonces modifiqué mi
estrategia con los divorcios.
INDALESIO Julio 2013