No me quedo más remedio,
subí al tren expreso camino del exilió y además con bastante
celeridad, era eso o la trena. Con discreción me llevaron mis amigos
a la Estación y allí los del sindicato me introdujeron con la
máxima precaución en un vagón del centro de convoy, donde podría
moverme con mayor libertad, aunque no dejaba de ser un eufemismo.
Gracias a los cuidados de
los compañeros hice un viaje tranquilo y sin presión, al menos
hasta que llegara a la frontera parece que nada me iba a molestar,
después ya veríamos. Algo no me agradaba, tantos cuidados me hacían
estar aislado y la verdad me aburría, a pesar de las lecturas y de
las cabezadas que me producían.
Al llegar a Madrid el
tren paro durante una hora, pero me habían recomendado no bajar,
podría ser peligroso dejarme al descubierto. Visto que estaba
condenado me decidí a pasear por los pasillos para des entumecer mis
articulaciones. De vuelta a mi departamento me encontré con un
acompañante, antes de entrar comprobé que era mi lugar y asiento,
como así era y no me quedó otra que entrar y sentarme. Me latía el
corazón con aceleración y sentí miedo.
Me coloqué junto al
pasillo y puse la mano en la manija de la puerta. Miré con
detenimiento porque el personaje se miraba las manos y no levantaba
la cabeza. Era bajo y proporcionado, dos entradas grandes que le
despejaban la frente y el poco pelo de color marrón oscuro. Cara
anodina y manos muy cuidadas, con las uñas quizás limadas como las
de un guitarrista. El tren comenzó a moverse y el miró por la
ventanilla bastante tiempo, cuando volvió a su posición anterior,
mirándose las manos, su rostro estaba surcado por una lágrimas.
Sacó una libreta y un
lápiz, cruzó las piernas y apoyándose en su muslo derecho comenzó
a garabatear. Yo desde mi posición no podía ver lo que escribía,
aunque eran trazos largos y aveces muy seguidos como si emborronara.
Pasó bastante tiempo en esa situación, hasta que debió sentir
ganas de orinar y se levantó dejando la libreta al lado de su
asiento, yo me hice el dormido con suaves ronquidos. Cuando salió me
abalance sobre el cuaderno y lo ojeé. Eran bosquejos de caras, todas
diferentes y con expresiones distintas, y con una característica
común, estaban perfiladas por un diseño cuadrado, incluyendo boca
ojos y orejas.
Lo devolví a su posición
y me tranquilicé, un buen dibujante nunca podría ser un facha y
menos con esas expresiones tan vanguardistas.
Pasó un vendedor
ambulante y compré dos botellínes de agua, cuando mi compañero
volvió le ofrecí uno para romper el hielo, como así ocurrió.
Abandoné mi alejado
asiento y me puse a su lado, me presenté con mi auténtico nombre y
le estreché su mano, dijo llamarse Jusep Torres Campalans.
Medité unos segundos
para entablar una conversación inteligente. No quise preguntar lo
que parecía obvio, era catalán o valenciano, iba a Francia, tenía
pocos recursos y parecía de profesión artista. Cuando le ofrecí el
agua y antes de agradecerlo, me miró.
- ¿usted también va
para Francia?
Lo dijo con tanta pena
que me conmoví y me sentí tan solo como él.
INDALESIO 2015