sábado, 2 de enero de 2016

JUSEP TORRES CAMPALAN





No me quedo más remedio, subí al tren expreso camino del exilió y además con bastante celeridad, era eso o la trena. Con discreción me llevaron mis amigos a la Estación y allí los del sindicato me introdujeron con la máxima precaución en un vagón del centro de convoy, donde podría moverme con mayor libertad, aunque no dejaba de ser un eufemismo.
Gracias a los cuidados de los compañeros hice un viaje tranquilo y sin presión, al menos hasta que llegara a la frontera parece que nada me iba a molestar, después ya veríamos. Algo no me agradaba, tantos cuidados me hacían estar aislado y la verdad me aburría, a pesar de las lecturas y de las cabezadas que me producían.
Al llegar a Madrid el tren paro durante una hora, pero me habían recomendado no bajar, podría ser peligroso dejarme al descubierto. Visto que estaba condenado me decidí a pasear por los pasillos para des entumecer mis articulaciones. De vuelta a mi departamento me encontré con un acompañante, antes de entrar comprobé que era mi lugar y asiento, como así era y no me quedó otra que entrar y sentarme. Me latía el corazón con aceleración y sentí miedo.
Me coloqué junto al pasillo y puse la mano en la manija de la puerta. Miré con detenimiento porque el personaje se miraba las manos y no levantaba la cabeza. Era bajo y proporcionado, dos entradas grandes que le despejaban la frente y el poco pelo de color marrón oscuro. Cara anodina y manos muy cuidadas, con las uñas quizás limadas como las de un guitarrista. El tren comenzó a moverse y el miró por la ventanilla bastante tiempo, cuando volvió a su posición anterior, mirándose las manos, su rostro estaba surcado por una lágrimas.
Sacó una libreta y un lápiz, cruzó las piernas y apoyándose en su muslo derecho comenzó a garabatear. Yo desde mi posición no podía ver lo que escribía, aunque eran trazos largos y aveces muy seguidos como si emborronara. Pasó bastante tiempo en esa situación, hasta que debió sentir ganas de orinar y se levantó dejando la libreta al lado de su asiento, yo me hice el dormido con suaves ronquidos. Cuando salió me abalance sobre el cuaderno y lo ojeé. Eran bosquejos de caras, todas diferentes y con expresiones distintas, y con una característica común, estaban perfiladas por un diseño cuadrado, incluyendo boca ojos y orejas.
Lo devolví a su posición y me tranquilicé, un buen dibujante nunca podría ser un facha y menos con esas expresiones tan vanguardistas.
Pasó un vendedor ambulante y compré dos botellínes de agua, cuando mi compañero volvió le ofrecí uno para romper el hielo, como así ocurrió.
Abandoné mi alejado asiento y me puse a su lado, me presenté con mi auténtico nombre y le estreché su mano, dijo llamarse Jusep Torres Campalans.
Medité unos segundos para entablar una conversación inteligente. No quise preguntar lo que parecía obvio, era catalán o valenciano, iba a Francia, tenía pocos recursos y parecía de profesión artista. Cuando le ofrecí el agua y antes de agradecerlo, me miró.
- ¿usted también va para Francia?
Lo dijo con tanta pena que me conmoví y me sentí tan solo como él.

INDALESIO 2015