Solía ir caminando al trabajo
cada mañana. Creía tener controlado la gestión de su farmacia y se permitía esa
pequeña licencia, dejar que abrieran los empleados. Aquella mañana de octubre
sintió un leve escalofrío cuando cruzaba el semáforo del Camino de Antequera, y
la verdad, era extraño porque se sentía termo regulado como solía decir, a
propios y extraños. Caminaba por la acera derecha y sus pies se tropezaban con
las hojas del otoño y pensaba en la buena suerte que tenía con este oficio que
tanto le apasionaba, y que tantos beneficios esperaba recoger.
Se preguntó porque las hojas
de los plátanos orientales estaban tan
arrugadas. Bueno sabía que era una micosis que les ataca, pero ignoraba cual
sería en concreto la especie y como combatirlas, porque toda la ciudad estaba
llena de la plaga de hongos que ataban los hermosos árboles. Tampoco los
recordaba en sus estudios de botánica de Farmacia.
Cuando buscó con su mirada el
mirto que tenía enfrente de su dispensario, notó que debajo de su pie derecho
no había nada que le mantuviera y sintió como perdía el equilibrio y caía en un
enorme agujero. Braceo para sujetarse a la nada porque no existía nada, y cayó
del lado derecho, notando como un chasquido se producía dentro de su cuerpo, y
más en concreto en su pelvis.
En un principio grito, quizás a
la vez que caía, después lanzó un poderoso lamento que se escuchó en todo el
barrio. El agujero no era profundo y su cuerpo sobresalía más de la mitad, pero
su pierna estaba en una dirección no habitual, y lo peor era que le resultaba
imposible cambiar su nueva dirección. No pasó más de tres minutos sin que se
formara un coro alrededor de su descompuesto cuerpo, hasta que suplicó llamaran
una ambulancia, que acudió en breves minutos. Cuando los sanitarios contemplaron
la posición, se asustaron y no se atrevían a moverlo a pesar de sus
lamentaciones. Al fin una doctora de emergencias, le puso una inyección en el
muslo a través de su pantalón y fue cuando comenzó a notar que sentía como una
persona. Entre los técnicos lo subieron a la camilla, mientras el perdía el
conocimiento y sus ojos bailaban en sus alojamientos del cráneo. Despertó
cuando sentía los golpes de la ambulancia, esos golpes le hacían sentir además
de un intenso dolor, una especie de inestabilidad en sus piernas. Aturdido por
el dolor y el fuerte sonido de las sirenas, entraba y salía de niveles de
conciencia. Cuando despertaba podía ver la doctora de la inyección en el muslo
hurgando en la flexura del codo, buscando imagino una vena para hacer algo
positivo. Pero los traqueteos de la camioneta le impedían hacer su trabajo, y
bien que se lamentaba jurando en arameo.
No transcurrió demasiado tiempo,
por la proximidad del Centro Hospitalario, y entró con un fuerte frenazo, que
le volvió a quitar los niveles de conciencia. Despertó gritando porque alguien
le levantaba el miembro lesionado y lo subía a un cacharro que mantenía elevada
su pierna, le ataron el pie con una venda para que mirara hacia el techo. Quizás
algo le tranquilizó, pero aquella lesión de su cuerpo debía ser grave porque
jamás había pensado que una caída, por muy mala fortuna que tuviera, doliera
tanto. Al momento apareció un joven con la cara llena de adornos, en nariz oreja y labio, no dijo nada, solo extendió
el brazo y le dio unos buenos dos o tres pinchazos en la flexura del
codo. Mientras mascaba chicle le colocó una vía intravenosa por donde le pasaba
suero y un calmante, según dijo. El joven le miró, esperando algún gesto, pero
se sentía muy mareado y falto de vida, así que solo le pudo dar una leve sonrisa. Cuando abrió los ojos, se
encontraba en el mismo lugar, solo que se movía al son de los empujones de un camillero. El
momento de conciencia que disponía lo uso en pensar que se sentía tan mal que quería
y sentía próxima su muerte, porque no existía persona que pudiera aguantar
semejante sensación de falta de vida. Y antes de pasar a la pérdida de sentidos, escuchó un
fuerte grito que decía: ¡Necesita una transfusión!
Despertó en un lugar espacioso,
lleno de tubos y de multitud de aparatos, inmovilizados ambos brazos e incapaz
de mover piernas. Un soniquete marcaba un ritmo machacón pero esperanzador, ya
que suponía que significaba vida. De vez en cuando se acercaba una persona
vestida con batas de papel y hurgaba en sus monitores, que a su vez volvían a
tocar melodías de pitos cuando se alejaba. Intentó hablar, pero se encontraba
sin fuerzas y algo ocupaba su boca y garganta.
Quizás pasara varias horas o
quizás varios días, el caso es que cuando abría los ojos no podía saber nada de
su situación. Recordó que tenía familia, si mujer y dos hijos, y no sabía que
les había pasado o quizás si les abrían llamado para decirles que estaba roto,
eso roto. Y además su Farmacia, tenía que hacer pedidos y ocuparse de los
turnos, en fin una multitud de faenas y ocupaciones. Pero no podía haber pasado
mucho tiempo, no. Quizás es un mal sueño, aunque los malos sueños no dolían
como duele este. Después volvía a entrar en somnolencia y sueños más agradables
que la realidad que le atenazaba.
En cierto momento que recuperó el
contacto con este mundo, abrió los ojos y encontró mirándole un hombre de edad
media y poco pelo, se encontraba a distancia de su cama y los brazos cruzados
sobre el pecho.
No hizo esfuerzo alguno en
entender ni quién era, ni que deseaba, cerró los ojos e intentó volver al lugar
de los sueños agradables. Pero tronó una voz que le llamaba por su nombre,
abrió los ojos seguro que entraba en realidad.
-
Señor, soy el Doctor Quesada, esta usted sedado para
controlar el dolor, pero necesito hablar con usted.
Nuestro hombre asintió con la
cabeza y quizás pensó porque no le hablaba a su familia, ¿O quizás no tenía?
Bueno, no se nada, quizás este hombre me de alguna explicación.
-
Vera usted, ha sufrido un accidente y tiene una
fractura de pelvis. Esas lesiones son muy graves por el sangrado. Cuando usted
vino a urgencia, su estado era crítico, en especial por una grave anemia. Se le
transfundió tres bolsas de sangre y resulta que usted tenía anticuerpos contra
este tipo de sangre, lo cual le ha producido una grave leucemia que le ha
paralizado las piernas y alguno de sus
órganos. Su situación es crítica y necesitamos su autorización para poder realizarle
un lavado de su sangre y si la cosa fuera mal, realizar otros tratamientos y en
su defecto usar sus órganos no dañados para trasplantes en otras personas.
Nuestro amigo intentó hablar e
incluso gritar porque era lo que le apetecía, pero nada salió de su garganta.
El Doctor Quesada se acerca con los papeles y sin ningún miramiento le cogió la
mano derecha y le acompaña para realizar un garabato en la base del documento.
Después se acerca y le dice al oído:
-
¿Tiene algún último deseo?
Nuestro hombre quiere hacer algún
daño a ese inmundo personaje, pero no tiene fuerzas y además sabe que va a
morir ya, así que haciendo un gran esfuerzo, levanta la mano derecha la misma
con la que ha firmado y hace una burda y desdibujada higa. Después cierra los
ojos y vuelve a su estado latente.
INDALESIO Agosto 2012