domingo, 23 de junio de 2013

LOS HOMBRES MUEREN Y NO SON DICHOSOS







Solía ir caminando al trabajo cada mañana. Creía tener controlado la gestión de su farmacia y se permitía esa pequeña licencia, dejar que abrieran los empleados. Aquella mañana de octubre sintió un leve escalofrío cuando cruzaba el semáforo del Camino de Antequera, y la verdad, era extraño porque se sentía termo regulado como solía decir, a propios y extraños. Caminaba por la acera derecha y sus pies se tropezaban con las hojas del otoño y pensaba en la buena suerte que tenía con este oficio que tanto le apasionaba, y que tantos beneficios esperaba recoger.
Se preguntó porque las hojas de  los plátanos orientales estaban tan arrugadas. Bueno sabía que era una micosis que les ataca, pero ignoraba cual sería en concreto la especie y como combatirlas, porque toda la ciudad estaba llena de la plaga de hongos que ataban los hermosos árboles. Tampoco los recordaba en sus estudios de botánica de Farmacia. 
Cuando buscó con su mirada el mirto que tenía enfrente de su dispensario, notó que debajo de su pie derecho no había nada que le mantuviera y sintió como perdía el equilibrio y caía en un enorme agujero. Braceo para sujetarse a la nada porque no existía nada, y cayó del lado derecho, notando como un chasquido se producía dentro de su cuerpo, y más en concreto en su pelvis.
En un principio grito, quizás a la vez que caía, después lanzó un poderoso lamento que se escuchó en todo el barrio. El agujero no era profundo y su cuerpo sobresalía más de la mitad, pero su pierna estaba en una dirección no habitual, y lo peor era que le resultaba imposible cambiar su nueva dirección. No pasó más de tres minutos sin que se formara un coro alrededor de su descompuesto cuerpo, hasta que suplicó llamaran una ambulancia, que acudió en breves minutos. Cuando los sanitarios contemplaron la posición, se asustaron y no se atrevían a moverlo a pesar de sus lamentaciones. Al fin una doctora de emergencias, le puso una inyección en el muslo a través de su pantalón y fue cuando comenzó a notar que sentía como una persona. Entre los técnicos lo subieron a la camilla, mientras el perdía el conocimiento y sus ojos bailaban en sus alojamientos del cráneo. Despertó cuando sentía los golpes de la ambulancia, esos golpes le hacían sentir además de un intenso dolor, una especie de inestabilidad en sus piernas. Aturdido por el dolor y el fuerte sonido de las sirenas, entraba y salía de niveles de conciencia. Cuando despertaba podía ver la doctora de la inyección en el muslo hurgando en la flexura del codo, buscando imagino una vena para hacer algo positivo. Pero los traqueteos de la camioneta le impedían hacer su trabajo, y bien que se lamentaba jurando en arameo.
No transcurrió demasiado tiempo, por la proximidad del Centro Hospitalario, y entró con un fuerte frenazo, que le volvió a quitar los niveles de conciencia. Despertó gritando porque alguien le levantaba el miembro lesionado y lo subía a un cacharro que mantenía elevada su pierna, le ataron el pie con una venda para que mirara hacia el techo. Quizás algo le tranquilizó, pero aquella lesión de su cuerpo debía ser grave porque jamás había pensado que una caída, por muy mala fortuna que tuviera, doliera tanto. Al momento apareció un joven con la cara llena de adornos, en  nariz oreja y labio, no dijo nada, solo   extendió  el brazo y le dio unos buenos dos o tres pinchazos en la flexura del codo. Mientras mascaba chicle le colocó una vía intravenosa por donde le pasaba suero y un calmante, según dijo. El joven le miró, esperando algún gesto, pero se sentía muy mareado y falto de vida, así que solo le pudo dar  una leve sonrisa. Cuando abrió los ojos, se encontraba en el mismo lugar, solo que se movía  al son de los empujones de un camillero. El momento de conciencia que disponía lo uso en pensar que se sentía tan mal que quería y sentía próxima su muerte, porque no existía persona que pudiera aguantar semejante sensación de falta de vida. Y antes de  pasar a la pérdida de sentidos, escuchó un fuerte grito que decía: ¡Necesita una transfusión!
Despertó en un lugar espacioso, lleno de tubos y de multitud de aparatos, inmovilizados ambos brazos e incapaz de mover piernas. Un soniquete marcaba un ritmo machacón pero esperanzador, ya que suponía que significaba vida. De vez en cuando se acercaba una persona vestida con batas de papel y hurgaba en sus monitores, que a su vez volvían a tocar melodías de pitos cuando se alejaba. Intentó hablar, pero se encontraba sin fuerzas y algo ocupaba su boca y garganta.
Quizás pasara varias horas o quizás varios días, el caso es que cuando abría los ojos no podía saber nada de su situación. Recordó que tenía familia, si mujer y dos hijos, y no sabía que les había pasado o quizás si les abrían llamado para decirles que estaba roto, eso roto. Y además su Farmacia, tenía que hacer pedidos y ocuparse de los turnos, en fin una multitud de faenas y ocupaciones. Pero no podía haber pasado mucho tiempo, no. Quizás es un mal sueño, aunque los malos sueños no dolían como duele este. Después volvía a entrar en somnolencia y sueños más agradables que la realidad que le atenazaba.
En cierto momento que recuperó el contacto con este mundo, abrió los ojos y encontró mirándole un hombre de edad media y poco pelo, se encontraba a distancia de su cama y los brazos cruzados sobre el pecho.    
No hizo esfuerzo alguno en entender ni quién era, ni que deseaba, cerró los ojos e intentó volver al lugar de los sueños agradables. Pero tronó una voz que le llamaba por su nombre, abrió los ojos seguro que entraba en realidad.
-         Señor, soy el Doctor Quesada, esta usted sedado para controlar el dolor, pero necesito hablar con usted.
Nuestro hombre asintió con la cabeza y quizás pensó porque no le hablaba a su familia, ¿O quizás no tenía? Bueno, no se nada, quizás este hombre me de alguna explicación.
-         Vera usted, ha sufrido un accidente y tiene una fractura de pelvis. Esas lesiones son muy graves por el sangrado. Cuando usted vino a urgencia, su estado era crítico, en especial por una grave anemia. Se le transfundió tres bolsas de sangre y resulta que usted tenía anticuerpos contra este tipo de sangre, lo cual le ha producido una grave leucemia que le ha paralizado las piernas y alguno de  sus órganos. Su situación es crítica y necesitamos su autorización para poder realizarle un lavado de su sangre y si la cosa fuera mal, realizar otros tratamientos y en su defecto usar sus órganos no dañados para trasplantes en otras personas.
Nuestro amigo intentó hablar e incluso gritar porque era lo que le apetecía, pero nada salió de su garganta. El Doctor Quesada se acerca con los papeles y sin ningún miramiento le cogió la mano derecha y le acompaña para realizar un garabato en la base del documento. Después se acerca y le dice al oído:
-         ¿Tiene algún último deseo?
Nuestro hombre quiere hacer algún daño a ese inmundo personaje, pero no tiene fuerzas y además sabe que va a morir ya, así que haciendo un gran esfuerzo, levanta la mano derecha la misma con la que ha firmado y hace una burda y desdibujada higa. Después cierra los ojos y vuelve a su estado latente.

 INDALESIO     Agosto 2012