Tenían a los prisioneros en barracones de madera apoyados en pilares para evitar que entrara el agua durante las crecidas. Eso les permitía hacer sus necesidades a la corriente, cuando la había y al pedregal del cauce durante los ocho meses restantes. Al anunciarse las primera lluvias les embragaba la alegría a pesar de que aumentaran las picaduras de los zancudos, aunquelos más veteranos estaban acostumbrados a todo sin verse afectados en un sentido o en otro. Es más, cada comienzo de la temporada de lluvias o cuando se sabía que no iban a volver sufrían el desasosiego de sentir el paso del tiempo; porque lo único que les mantenía esperanzados era comprobar que cada día era igual al anterior, lo que significaba que las cosas no iban a peor. Por eso cuando se abrió la puerta a la hora de siempre y en lugar de recibir el pote con la bazofia vieron aparecer a aquel muchacho desgarbado sintieron una inquietud que no recordaban haber sentido nunca. Serían las doce del día porque los rayos del sol caían verticales sobre las tablas del suelo e iluminaban el montón de porquería que ya asomaba sobre el piso. Inmediatamente empezó a llover.
SANTIAGO INDIVIDUO