miércoles, 26 de junio de 2019

MARÍA LUISA






No era guapa pero si le gustaba la elegancia, quizás influía que no era alta pero si estaba proporcionaba. Un rasgo facial, una mínima cicatriz de juego en la infancia, le daba una característica muy peculiar, porque iba acompañado de una pequeña contracción del parpado inferior . Lo que más llamaba la atención era los inicios en la conversación con cualquier persona, una sonrisa acompañada las primeras palabras para después seducir ampliamente con los susurro de sus frases. Siempre y con todos, nos dejaba perplejo con el severo contenido de su conversación y con la dulzura de las maneras.
Pero bueno no escribo esto para contar las beldades de María Luisa, sino la historias de los hechos que acontecieron en la vida de esta mujer, y que tanta influencia tuvo en los que convivimos con ella. Por motivos del azar y la necesidad la conocí en la Universidad, fue en una taberna donde realizábamos los encuentros y que se llamaba Natalio, allí comenzamos el compromiso político teórico para prepararnos para la lucha contra el franquísmo. Y como no, la responsable de la acción política era María Luisa, que tenía una elevada formación ideológica y una condiciones innatas para despertar el compromiso de todos los inquietos muchachos que nos parecía necesario que las cosas cambiaran en nuestro país. He de confesar que no me llamó la atención hasta que comenzó la perorata habitual de los círculos comunistas y seguidores de Marta Harnecker, fue entonces cuando quedé prendado y seducido por la habilidad del uso del verbo. Al terminar me acerqué y un compañero me presentó. María Luisa iba con un tipo que la sujetaba del codo y que no parecía tener relación alguna con ella, sobre todo por su pinta de pijo. Según me dijeron era su marido, pero nada tenía que ver con ella, parecía más un florero que un guarda espalda, valoré su posición y mis posibilidades y llegué a la conclusión que debía seguir vigilando aquella persona para conocer si podía acercarme a mi líder sin que el tipo se mosqueara. Como era habitual en aquellos tiempos, no volvimos a vernos hasta que transcurrieron varios meses, ya que las medidas de seguridad eran muy severas, por lo imprudentes que a veces eramos. Fue un uno de mayo repartiendo propaganda en la fuente del Triunfo, nos pillaron como pardillos con toda las octavillas bajo la camisa, y pasamos varios días incomunicados en la comisaria de la plaza de los Lobos. Cuando nos dejaron el libertad me estaba esperando en las escaleras de la facultad de derecho, intenté hacerme el loco mirando para otro lado pero ella de dirigió directamente a mi y me dijo que quería tomar un café para aclarar algunas cosas. Me pidió sentarnos porque le dolían las piernas, deslizó la pierna bajo la mesa y levantándose la falda me enseñó el muslo completamente morado. Horrorizado e indignado quité la vista de aquellas carnes laceradas y lancé una larga perorata de insultos para con los maderos. Ella me puso los dedos en mis labios y me pidió silencio, luego habló sobre la estancia en Comisaria y los daños sufridos, yo conté lo que pude y me pareció prudente, cuando terminé me invitó a salir. Aquella noche me llevó a su casa y me enseñó todo su cuerpo, me dijo que su marido estaba de viaje en Barcelona, y que deseaba pasar la noche conmigo porque había tenido una crisis de pánico y se había sentido muy mal y muy sola. Con extremado cuidado fui besando sus verdugones extendido con saña por todo su cuerpo, luego con un trozo de hielo envuelto pasé con suavidad por las zonas más comprometidas. Cuando era la media noche, me dí cuenta que estaba dormida, la tape con una manta y apagué la luz. Media hora después sentí un tenue temblor en mi cuerpo y decidí que me tendría que ir y recuperar mis deteriorados sentidos. Salí de su casa sin hacer ruido y me fui a la pensión. Nunca jamás la volví encontrar pero si guarde un intenso recuerdo de su personalidad y comportamiento. También de unas palabras que me dijo: “Olvida la moralidad de los hechos y los motivos”

INDALESIO