domingo, 6 de julio de 2014

UN VASO DE AGUA FRESCA



                             



Debió ser por la mediación de los años sesenta, ya acababa el curso de preparación para la Universidad y mi padre me sentó mientras almorzaba y me planifico la vida en los próximos años. Tenía que ir a la ciudad próxima donde había Universidad y prepararme para los estudios de medicina. Imaginaba que no podría ser otra cosa, porque tanto él como mi hermano mayor también eran y vivían de la medicina. Así que acepté no con resignación, pero si sin sorpresas.
 Mis conocimientos eran escasos, los estudios en un colegio de Jesuitas no eran brillantes porque el profesorado era bastante mayor y los métodos de estudio basados en la memoria. Jamás había leído, ni me habían hablado de política, ni de metodología de análisis, ni de nada salvo bastante religión y unas gotas de filosofía poco comprometida.
Mi estancia  en la ciudad de la Alhambra fue magnifica, pude administrar mis tiempos y algunas libertades comunes a todos los jóvenes que comenzaban el largo periodo de preparación profesional. Comenzábamos a relacionarnos con las jóvenes, y relacionarnos no pasaba de coger la mano después de un largo periodo de espera. Podíamos acudir a algo desconocido como el cine de autor y el cine forum al terminar la proyección, donde se hablaba de algo desconocido como era Democracia, que sonaba a Cicerón  y Grecia antigua. En algunos círculos se comentaba el compromiso de luchar contra el fascismo y el desmontar el franquismo, pero daba miedo porque se sabía que la represión contra estas cosas era muy dura, y además el desconocimiento de estos conceptos era la moneda común entre los amigos más habituales.
En los dos últimos días, al pasar por la Avenida de Calvo Sotelo camino de la Facultad, habíamos visto varias camionetas de policías rodeando el edificio del Sindicato, pero realmente le habíamos dado poca importancia y era algo que nos resultaba ajeno.
Pero el miércoles 26 de marzo, a las nueve menos veinte de la mañana, pudimos ver una gran concentración de trabajadores de la construcción delante del edificio, nos paramos para enterarnos de que se trataba, cuando escuchamos un espontáneo griterío de voces que llamaban asesinos a los policías nacionales, y comenzaba un ensordecedor ruidos de disparos a la vez que una lluvia de ladrillos surcaban nuestras cabezas. Corrí despavorido abandonando a mi compañero de estudios y me refugié en el portal de una casa que por pura caridad no habían cerrado. Antes de poder sacar la cabeza para mirar y con todo mi cuerpo temblando de miedo y pánico, se desplomó sobre mi esmirriado cuerpo un hombretón  completamente lleno de manchas de sangre. Aquel hombre tenía desencajada la cara y sus ojos oscilaban buscando seguridad o apoyo para con su vida. Olvidándome de manchar mi chaquetón marino, sujeté la cabeza del herido, mientras la colocaba un pañuelo sobre un boquete que perforaba su prominente barriga. El hombre me miró y me pidió un vaso de agua fresca.
Olvidándome del volumen del herido, le cogí por los brazos y tiré de él, pero evidentemente no pude moverlo más que unos metros. En ese momento sentí que alguien se proponía ayudarme, era un joven como yo, quizás algo más fuerte y alto, me dijo que era médico y que lo llevaríamos al Clínico que estaba bastante cerca. Le aumentó los trapos sobre su herida  y fajamos con la chaqueta  su prominente vientre, su cabeza parecía sin vida y estaba caída sobre uno de sus hombros.
Olvidándonos de lo que ocurría fuera, carreras y continuaban los ruidos  de disparos, sacamos aquel hombre del portal y corrimos asfixiándonos hacia la acera izquierda de la Gran Avenida. En mitad del recorrido recibimos apoyo de varias personas que nos ayudaron al transportar aquel hombre cuyos ojos parecían  estar vidriosos y carentes de vida. Subimos la cuesta de la calle del Dr. Oloriz jadeando y sin más fuerzas para seguir, al menos yo. Pero llegamos, a trompicones y con el herido con la ropa medio arrancada, pero lo depositamos en los escalones de la urgencia. Mi voz no salía de mi garganta y la puerta se encontraba atascada o mejor cerrada.
Golpeé con ambos puños gritando auxilio, pero no parecía haber nadie, el otro estaba con ambas rodillas en el suelo y tumbado jadeando por falta de aire. Al fin se levantó y se acercó a la puerta, grito su nombre y a los pocos minutos se abrieron las puertas. Reconocí al catedrático de Cirugía General que ordenaba a gritos que llevaran al herido al quirófano, mi compañero de traslado, el que era médico, entró por la puerta siguiendo a nuestro  auxiliado hombretón. Me quedé en la puerta llorando.
Al día siguiente me enteré de todo lo acontecido, de que el hombre que llevamos había muerto en quirófano, junto a varios compañeros del gremio de la Construcción. Que la Policía se había asustado por la multitud y que se había disparado más de quinientos cartuchos, que los muertos eran cinco y los heridos veintitrés. La huelga de la construcción acabo sin resultado alguno, a los diez días nadie hablaba de aquella masacre y se limpiaron los restos de impactos de balas. Yo comencé mi peregrinar en las Juventudes Comunistas, pidiendo el ingreso y afiliación.

INDALESIO Dic 2013