Debió ser por
la mediación de los años sesenta, ya acababa el curso de preparación para la
Universidad y mi padre me sentó mientras almorzaba y me planifico la vida en
los próximos años. Tenía que ir a la ciudad próxima donde había Universidad y
prepararme para los estudios de medicina. Imaginaba que no podría ser otra
cosa, porque tanto él como mi hermano mayor también eran y vivían de la
medicina. Así que acepté no con resignación, pero si sin sorpresas.
Mis conocimientos eran escasos, los estudios
en un colegio de Jesuitas no eran brillantes porque el profesorado era bastante
mayor y los métodos de estudio basados en la memoria. Jamás había leído, ni me
habían hablado de política, ni de metodología de análisis, ni de nada salvo
bastante religión y unas gotas de filosofía poco comprometida.
Mi
estancia en la ciudad de la Alhambra fue
magnifica, pude administrar mis tiempos y algunas libertades comunes a todos
los jóvenes que comenzaban el largo periodo de preparación profesional.
Comenzábamos a relacionarnos con las jóvenes, y relacionarnos no pasaba de
coger la mano después de un largo periodo de espera. Podíamos acudir a algo
desconocido como el cine de autor y el cine forum al terminar la proyección,
donde se hablaba de algo desconocido como era Democracia, que sonaba a
Cicerón y Grecia antigua. En algunos
círculos se comentaba el compromiso de luchar contra el fascismo y el desmontar
el franquismo, pero daba miedo porque se sabía que la represión contra estas
cosas era muy dura, y además el desconocimiento de estos conceptos era la
moneda común entre los amigos más habituales.
En los dos
últimos días, al pasar por la Avenida de Calvo Sotelo camino de la Facultad,
habíamos visto varias camionetas de policías rodeando el edificio del
Sindicato, pero realmente le habíamos dado poca importancia y era algo que nos
resultaba ajeno.
Pero el
miércoles 26 de marzo, a las nueve menos veinte de la mañana, pudimos ver una
gran concentración de trabajadores de la construcción delante del edificio, nos
paramos para enterarnos de que se trataba, cuando escuchamos un espontáneo
griterío de voces que llamaban asesinos a los policías nacionales, y comenzaba
un ensordecedor ruidos de disparos a la vez que una lluvia de ladrillos
surcaban nuestras cabezas. Corrí despavorido abandonando a mi compañero de
estudios y me refugié en el portal de una casa que por pura caridad no habían
cerrado. Antes de poder sacar la cabeza para mirar y con todo mi cuerpo
temblando de miedo y pánico, se desplomó sobre mi esmirriado cuerpo un
hombretón completamente lleno de manchas
de sangre. Aquel hombre tenía desencajada la cara y sus ojos oscilaban buscando
seguridad o apoyo para con su vida. Olvidándome de manchar mi chaquetón marino,
sujeté la cabeza del herido, mientras la colocaba un pañuelo sobre un boquete
que perforaba su prominente barriga. El hombre me miró y me pidió un vaso de
agua fresca.
Olvidándome del
volumen del herido, le cogí por los brazos y tiré de él, pero evidentemente no
pude moverlo más que unos metros. En ese momento sentí que alguien se proponía
ayudarme, era un joven como yo, quizás algo más fuerte y alto, me dijo que era
médico y que lo llevaríamos al Clínico que estaba bastante cerca. Le aumentó
los trapos sobre su herida y fajamos con
la chaqueta su prominente vientre, su
cabeza parecía sin vida y estaba caída sobre uno de sus hombros.
Olvidándonos de
lo que ocurría fuera, carreras y continuaban los ruidos de disparos, sacamos aquel hombre del portal y
corrimos asfixiándonos hacia la acera izquierda de la Gran Avenida. En mitad
del recorrido recibimos apoyo de varias personas que nos ayudaron al
transportar aquel hombre cuyos ojos parecían estar vidriosos y carentes de vida. Subimos la
cuesta de la calle del Dr. Oloriz jadeando y sin más fuerzas para seguir, al
menos yo. Pero llegamos, a trompicones y con el herido con la ropa medio
arrancada, pero lo depositamos en los escalones de la urgencia. Mi voz no salía
de mi garganta y la puerta se encontraba atascada o mejor cerrada.
Golpeé con
ambos puños gritando auxilio, pero no parecía haber nadie, el otro estaba con
ambas rodillas en el suelo y tumbado jadeando por falta de aire. Al fin se
levantó y se acercó a la puerta, grito su nombre y a los pocos minutos se
abrieron las puertas. Reconocí al catedrático de Cirugía General que ordenaba a
gritos que llevaran al herido al quirófano, mi compañero de traslado, el que
era médico, entró por la puerta siguiendo a nuestro auxiliado hombretón. Me quedé en la puerta
llorando.
Al día
siguiente me enteré de todo lo acontecido, de que el hombre que llevamos había
muerto en quirófano, junto a varios compañeros del gremio de la Construcción.
Que la Policía se había asustado por la multitud y que se había disparado más
de quinientos cartuchos, que los muertos eran cinco y los heridos veintitrés.
La huelga de la construcción acabo sin resultado alguno, a los diez días nadie
hablaba de aquella masacre y se limpiaron los restos de impactos de balas. Yo
comencé mi peregrinar en las Juventudes Comunistas, pidiendo el ingreso y
afiliación.
INDALESIO Dic
2013