La primera vez
que tuve conciencia de que algo no marchaba bien, fue cuando me incorporé a la
Carrera universitaria en la cercana ciudad de la Alhambra. Era un muchacho inquieto
y algo curioso, afectuoso y riguroso con mis obligaciones, y conocía muchos
de mis defectos, pero joven como era,
recién cumplidos los veintiún años, me
llamaba la atención el cometer algunas locuras de juventud. Bueno en realidad
les llamo locuras, pero creo que no pasan de simples incumplimiento de
costumbres y hábitos culturales.
En realidad soy
bastante tímido y no he conseguido desarrollar mucha amistad con mis
compañeros, es más yo diría que no tengo ningún buen amigo, y menos hacer
confidencias de magnitud intima y orden sexual.
Es ahora,
cuando por recomendación del terapeuta he
decidido plasmarlo en un papel y llevarlo a la próxima sesión, y tener valor
para contarlo.
No recuerdo
cuando sentí por primera vez excitación sexual, pero sé que me produjo
inquietud y miedo. Por alguna extraña razón
me creí portador de alguna anomalía en
mi aparato sexual, ya que cuando me excitaba y era con frecuencia, desplegaba
una excesiva clava que me avergonzaba. Así que me fui retrayendo en mis relaciones
con chicas de mi edad, jamás comenté esta situación con mis compañeros y
evitaba momentos que me pudieran producir algún tipo de excitación.
Cuando llegué a
la ciudad Universitaria y dentro de lo que se consideraba novatadas, me
obligaron a ir a una casa de latrocinio para que diera buena cuenta de mi
virginidad. Era en las primeras horas de la noche, y me habían obligado a compartir bebida durante
varias horas, lo cual me hizo sentir mayor relajación y olvidar el enorme
pánico que sentía. Compartía excursión con varios novatos y nos acompañaban
tres mayores, el lugar elegido era lúgubre, y se pasaba directamente a una
habitación donde una mujer de edad provecta me ayudo ha desvestirme. Cuando la
mujer vio mi sexo, sin mayor esplendor, salio de la habitación jurando que
jamás podría hacer nada con semejante personaje. Aquel fue el comienzo de mis
pánicos y siempre pensé que le podría hacer daño a cualquier mujer con la que
pudiera compartir coyunda.
Así fue que me
acostumbre a recibir consuelo contemplando imágenes de mujeres ligeras de ropa
y en situaciones de excitación, y procuré huir de relaciones con compañeras o
conocidas, sujetándome el sexo con una
suave cinta al muslo derecho.
Cuando terminé
los estudios universitarios y me traslade a mi ciudad, recibí muchas presiones
de mi familia para que mantuviera relaciones formales con mujeres en edad
propicia, pero yo continué con mis miedos y lo evite. Cuando mi hermano me
habló con recato sobre mi posible homosexualidad, le conté lo que hasta ahora
no había contado a nadie, el miedo hacer daño a la mujer que quisiera. Aún
recuerdo sus risas y sus primeras explicaciones, después me presentó a la
terapeuta, que esbozo una tenue sonrisa sin poder evitar mirar el bulto de mi
entrepiernas. Seis meses después contrajimos matrimonio y soy un hombre
felizmente casado. Nunca se quejó del tamaño de mi miembro.
INDALESIO Enero
2014