domingo, 23 de febrero de 2014

EL HOMBRE QUE AMABA IMÁGENES

                      



La primera vez que tuve conciencia de que algo no marchaba bien, fue cuando me incorporé a la Carrera universitaria en la cercana ciudad de la Alhambra. Era un muchacho inquieto y algo curioso, afectuoso y riguroso con mis obligaciones, y conocía muchos de  mis defectos, pero joven como era, recién cumplidos los veintiún  años, me llamaba la atención el cometer algunas locuras de juventud. Bueno en realidad les llamo locuras, pero creo que no pasan de simples incumplimiento de costumbres y hábitos culturales.
En realidad soy bastante tímido y no he conseguido desarrollar mucha amistad con mis compañeros, es más yo diría que no tengo ningún buen amigo, y menos hacer confidencias de magnitud intima y orden sexual.
Es ahora, cuando por recomendación  del terapeuta   he decidido plasmarlo en un papel y llevarlo a la próxima sesión, y tener valor para contarlo.
No recuerdo cuando sentí por primera vez excitación sexual, pero sé que me produjo inquietud y miedo. Por alguna extraña  razón me creí portador de alguna anomalía  en mi aparato sexual, ya que cuando me excitaba y era con frecuencia, desplegaba una excesiva clava que me avergonzaba. Así que me fui retrayendo en mis relaciones con chicas de mi edad, jamás comenté esta situación con mis compañeros y evitaba momentos que me pudieran producir algún tipo de excitación.
Cuando llegué a la ciudad Universitaria y dentro de lo que se consideraba novatadas, me obligaron a ir a una casa de latrocinio para que diera buena cuenta de mi virginidad. Era en las primeras horas de la noche, y me  habían obligado a compartir bebida durante varias horas, lo cual me hizo sentir mayor relajación y olvidar el enorme pánico que sentía. Compartía excursión con varios novatos y nos acompañaban tres mayores, el lugar elegido era lúgubre, y se pasaba directamente a una habitación donde una mujer de edad provecta me ayudo ha desvestirme. Cuando la mujer vio mi sexo, sin mayor esplendor, salio de la habitación jurando que jamás podría hacer nada con semejante personaje. Aquel fue el comienzo de mis pánicos y siempre pensé que le podría hacer daño a cualquier mujer con la que pudiera compartir coyunda.
Así fue que me acostumbre a recibir consuelo contemplando imágenes de mujeres ligeras de ropa y en situaciones de excitación, y procuré huir de relaciones con compañeras o conocidas,  sujetándome el sexo con una suave cinta al muslo derecho.
Cuando terminé los estudios universitarios y me traslade a mi ciudad, recibí muchas presiones de mi familia para que mantuviera relaciones formales con mujeres en edad propicia, pero yo continué con mis miedos y lo evite. Cuando mi hermano me habló con recato sobre mi posible homosexualidad, le conté lo que hasta ahora no había contado a nadie, el miedo hacer daño a la mujer que quisiera. Aún recuerdo sus risas y sus primeras explicaciones, después me presentó a la terapeuta, que esbozo una tenue sonrisa sin poder evitar mirar el bulto de mi entrepiernas. Seis meses después contrajimos matrimonio y soy un hombre felizmente casado. Nunca se quejó del tamaño de mi miembro.

INDALESIO Enero 2014