Estaba sentado a
una mesa en donde le sirvieron una bandeja con la comida.
No sabía si debía comer o esperar, sospechaba que, en realidad, estaba al borde
del sueño y que aquella idea se le esfumaría en cuanto cerrara los ojos.
Dudaba, pues, entre levantarse para dejar una nota que le recordara la idea a
la mañana siguiente o seguir adormecido entre las sábanas. No sabía si la idea
pudiera ser genial aunque lo más probable era que no. Pero de lo que estaba
seguro es de que si se levantaba terminaría desvelado porque sentía bullir,
como hace el agua cuando hierve en una cacerola puesta al fuego, ideas
intermitentes en su mente. Si dijera que ese personaje era yo quizás no
mentiría, pero, aunque el que estaba acostado era yo, el que duda entre
levantarse o hacerse el remolón es el protagonista. De eso estaba seguro, la
escena la veía clara: un hombre en una habitación difusa, quizás un reservado
de un restaurante, retrepado en un sillón al que le acercaban una comida, puede
que en bandeja, que no sabía si debía ingerir o si debía esperar a alguien
(confusión que estaba seguro no dependía de él). El sujeto de la duda era el
que, en cualquier caso, debería levantarse, ponerse las zapatillas, abrir
puertas, encender luces, llegar al cuarto de estudio y anotar una idea que se
le había ocurrido a un hombre que esperaba descansar después de un día
ajetreado. La cosa se resolvió de la siguiente manera: yo razoné que no era
ningún escritor famoso que viviera de mis ideas, por lo que si hasta ahora no
había tenido ninguna brillante, no la iba a tener, precisamente,la noche que
necesitaba descansar; el comensal se difuminó al desaparecer de mi mente
interesada en soñar duermevela que retendría el relato y quien dudaba si
levantarse o quedarse en la cama no se movió, así que la idea se desmoronó y la
duda se resolvió a favor del sueño. Esta mañana tenía que hacer un par de horas
en bicicleta y las he hecho.
CIRANO