Modesto fumaba con
parsimonia y bastante aburrimiento en el despacho de la Agencia de
Detectives “EL DESTINO” Hacia dos días que el teléfono no
recibía llamadas, ni la puerta se abría para alguien extraño.
Sabía que este negocio de hurgar en vida ajena, era así de
caprichoso y sujeto a situaciones concretas, como era el ser fin de
mes o las inquietudes que producían las entradas de estaciones como
la primavera. Tampoco es que le inquietara en exceso, disponía de
recursos suficientes para pagar los recibos domiciliados en el
banco, y los céntimos necesarios para comer en la tasca que
habitualmente frecuentaba. Siempre fue así y posiblemente seguiría
siéndolo. Pero aquella tarde era distinta, aquella tarde sonó los
cristales de la puerta de la Agencia aporreados por los nudillos de
alguien decidido y firme. Le dio al botón de apertura y dejo el paso
franco para un joven bien vestido que preguntó por el Detective
Modesto Malcuar, bajo su brazo llevaba unos papeles embutidos en una
funda de plástico. Apagó el cigarrillo y entorno la ventana que
mantenía abierta por motivos higiénicos.
Se levantó y tendió la
mano, con algo de desgana, al intruso. Sospechaba que sería una
pregunta con truco o un consejo sobre amoríos, por la edad del
joven. Le indicó se sentara e igualmente se sentó, cruzando los
dedos de ambas manos le pregunto a que se debía su visita.
Cuando el joven que dijo
llamarse Pascual, le contó que andaba buscando una persona que había
cinco años que no veía, se tranquilizó, era los casos que más
disfrutaba porque con algunas llamadas se podía arreglar todo. Claro
que él chasco la lengua, dando ha entender la dificultad que
entrañaba la búsqueda de personas. Le preguntó si esa persona
deseaba ser encontrada, el joven sonrió y le dijo que lo ignoraba,
pero él quería y necesitaba encontrarla. Los motivos eran solo de
su incumbencia, según refirió. El Detective giró la cabeza y
permaneció mirando por la ventana, refirió que si sus clientes no
tenían confianza en su discreción y en su capacidad de gestión mal
resultado se podría tener, además de alguna demanda por el derecho
de privacidad. No le afectó mucho aquella amenaza, y solo le dijo
que cuando terminaran daría más explicaciones. Que además no había
nada ilegal y que solo quería tener un encuentro con aquella
persona, que era una señora conocida en la ciudad y nada sospechosa
de algo turbio.
Modesto Malcuar saco una
ficha en cartulina y tomó los datos del cliente, le aseguró que se
preservarían sus datos y que siempre estarían bajo su custodia en
caja fuerte, y que pasados cinco años se destruiría, según
recomienda las normativas legales. Le pidió los datos de la persona
a encontrar y elementos útiles para su localización, pero Pascual
no disponía de nada, salvo datos difusos. Mujer de pelo claro, alta
de un metro setenta y cinco, podría tener unos cuarenta y dos años
y de origen latino, hablaba con deje y acento Italiano, por ser
oriunda de aquel país. Se dedicaba al diseño y confesión de alta
costura en un taller que disponía en una población cercana y estaba
casada con señor que desconocía sus ocupaciones, pero que manejaba
bastante pasta y con coche de gran cilindrada. Vivían en una
urbanización de esta ciudad, en una casa llamada “Villa Solemío”
y es todo lo que le puedo contar porque ya no sabia nada más.
Bueno, ella se llama Mimí
y el hombre Julí, eso es todo.
El detective se removió
incomodo en su asiento, volvió a decir que si desconocía el interés
y los porqués de la búsqueda sería mucho más difícil
encontrarla. Después de mucho insistir reconoció que aquella mujer
era su madre.
El detective Modesto
Malcuar no encontró ni rastro del paradero actual de aquella mujer,
y así se lo comunicó a su cliente el joven Pascual, que por cierto
averiguo era hijo de una importante familia de la ciudad y que había
estado los últimos años en la capital de Estado realizando los
estudios de Medicina. Además el detective descubrió que la madre
del joven Pascual era otra señora que aún permanecía viva y en
buena disposición económica.
El joven después de
recibir la información, le preguntó cuales eran los honorarios y le
pidió la máxima discreción, algo que ofendió levemente al
detective.
Después de hacer un
recibo lo intercambió por un billete de quinientas pesetas así como
un libro donde según manifestó explicaba todos los pormenores de la
historia solicitada, se llamaba “SILENCIO TRISTE CASI INCÓMODO”
. Nunca más supo de aquel ocasional cliente.
INDALESIO Agosto 2014