No conozco a nadie que sufra como yo de crisis de
pánico. No sé si habéis presenciado una crisis, yo nunca, hasta
que lo viví en primera persona. Imaginaros una excursión campestre
de cuatro amigos, imaginaros que se va descubriendo la ruta conforme
se avanza y de cuando en vez pararnos para tomar nota de los sifones
hidráulicos que nos encontrábamos. Llevaríamos caminando dos
horas, con un magnifico estado de ánimo, cuando descubrimos una
represa de unos seis metros de altura. Verdad es que, estaba
parcialmente aterrada por el lado sur, pero claro había que subir
por un lateral de la represa para acceder al lado sur. Mis compañeros
subieron con una total indiferencia ayudados por sus bastones de
marcha. Yo me lancé más por vergüenza que por convicción, y me dí
cuenta que no disponía de suficiente valor o seguridad. Me separé
del lugar de la subida y miré hacia arriba, mis tres compañeros
apoyados en sus bastones me miraban con asombro. Yo también, y por
vergüenza me lancé contra aquel farallón terrizo. Sentí que algo
en mi barriga se arrugaba y que una grave sensación de miedo me
atenazaba, pero habiendo llegado a la mitad peor aún sería el
retroceder, así que me tumbé sobre el suelo y gateé como un niño
pequeño. Pero llegué a la cumbre de la represa, eso si mi corazón palpitaba como
una locomotora y para mis adentros juré nunca más someterme a
semejante riesgo, al menos para mi, porque a ellos le llamó la
atención que esa pequeña dificultad me hubiera parado y medio
sometido. Recibí promesas de ayudas, de forma gradual y progresiva,
yo no lo veía claro pero lo agradecí.
Continuamos el recorrido hasta un punto en que había
que pasar por los restos del acueductos y era el único paso posible.
No tendría mas de veinte centímetros de anchura y volaba sobre una caída de
más de veinte metros. Yo caminaba distraído tras mis amigos, hasta
que de pronto me dí cuenta que estaba sin apoyo ninguno y solo sobre
la canaleta del acueducto, sentí algo que no se puede exagerar, pero
para mi era la caída y muerte. Mis sentidos se dispararon y sentí
una crisis de pánico inimaginable, si me desplazaba a un lado el
vacío de la izquierda y en la derecha unos arbustos. Ciego de
exaltación solo se me ocurrió abrirme de piernas y dejarme caer
abrazándome al endeble acueducto. Grité pidiendo ayuda pero no
podía moverme aunque tenia mis uñas clavadas en los restos de
ladrillos. Mi amigos no podían volver y además ya se encontraban
al final de la dichosa construcción. Yo solo pude respirar rápido y
profundo para tranquilizarme, después comencé a deslizarme hacia
atrás, eso si atenazado y espástico. Pero llegué a tierra firme y
pude apoyar los pies en el suelo, entonces me reprimí los deseos de
gritar, llorar o de maldecir. Cuando me levanté y salí de aquel
laberinto, estaba tiritando de miedo y cuando quería recordar lo
pasado me volvía el pánico. Salí de aquel lugar por la orilla
contraria. 10/03/2016 INDALESIO