jueves, 18 de septiembre de 2014

CON SIGILO

                                         


Era comienzo de los años setenta, un momento convulso en el mundo en que se vivía y en especial en la vida de Decudermo. Recién terminados los estudios universitarios, comprometido políticamente, y con una enorme suficiencia producto de sus pocos años y su mucha e intensa independencia,  por ausencia física de sus padres, creía que el mundo estaba dividido en dos, los buenos que apoyaban sus ideas y los malos que lo formaban todos los demás. Su intransigencia le hacia caminar con la vista por encima de los demás, y divisando la persona que en el horizonte podía acceder a su compañía y amistad.
Cierto día acompañado de su inseparable cartera en bandolera, con muda y papeles comprometedores, bajó la vista unos segundos para evitar un bordillo, y se encontró con un antiguo compañero de colegio. Inmediatamente Decudermo giro la cabeza para evitar su encuentro, pero ya era tarde, El López le cortaba el paso. Además su radio de acción era amplio por el uso de una muleta, lo cual le permitió alargar el brazo cerrando una posible escapada. Le miró y sintió un escalofrío, su cara surcada por una cicatriz que partía su nariz y el color terroso de su faz le hacía sentir una cierta clase de repulsión. Para abundar más en su físico, despedía un olor tenue, pero identificable como una mezcla de suciedad, sudor y algo parecido al azufre, todo ello aderezado  con algo dulzón que podría parecer perfume pasado de fecha.
Sabía que aquel siniestro compañero había tenido una vida complicada, muy diferente a la de él, y  se decía en su ambiente, que se debía de evitar porque colaboraba con la policía mediante la delación. Había sufrido un accidente y había perdido la articulación de la rodilla y en el único trabajo que se le conocía le habían arrojado desde un andamio sufriendo múltiples lesiones.
Le saludó con cierto distanciamiento y le negó la mano, El López la retiró con rapidez y disimulo, entonces entabló un soliloquio donde le explicó que el no era un chivato, que no consumía drogas en la actualidad y que solo quería unas monedas para poder comer. Que siendo un currinche le habían negado trabajo en todos periódicos y que no había sido tan malo como otros decían, aunque en verdad tampoco podía negar que era un cabeza loca, que había dado muchos disgustos a sus padres y algunos amigos, y en especial no había sabido dar una vida adecuada a su hija.
Cuando termino su perorata, Decudermo estaba sorprendido y confuso, aceptó que aquel hombre era un embustero compulsivo, pero que él no era nadie para juzgarlo ni reprocharle nada, cada cual puede hacer con su vida lo que quiera, y que bastante tenía con la marginación que sufría. De todas formas se permitió dar un consejo, si te lavas quizás algunos no te evitaran.
El López aún con este gesto de humillación, continuó justificándose, olía mal porque tenía una insuficiencia renal y su piel esta impregnada de restos orgánicos que sus riñones depuraban mal. Ahora fue Decúdermo quién se justifico, pero continuó con palabras más propia de reproches, que de alivio de una situación incomoda. Cuando habían pasado varios minutos, intentó salir del asalto, pero El López mucho más hábil y acostumbrado a estos escarceos, interpuso su cuerpo y alargó la muleta. Entonces le pidió  sin tapujos algunas monedas para comer.
Decudermo haciendo gala de su suficiencia y aderezado con soberbia, le propuso un trato, quinientas pesetas si le encontraba una revista publicada en 1930 que defendía las posiciones de su abuelo republicano federalista. El López sonrió con mucho sigilo y sin manifestar sentimiento alguno, inmediatamente alargó la mano para recibir las quinientas pesetas. Una vez consolidado el acuerdo se separaron.
El próximo encuentro ocurrió tres meses después, ambos no se evitaron y con manifestaciones de alegría, Decudermo golpeó suavemente el hombro del López y este volvió a quedarse con la mano suspendida en el aire. Se preguntaron por sus respectivos intereses, y El López no recordaba nada del encargo. Decudermo decidió no juzgarlo y le volvió a dar algunas monedas, incluso de algún mayor valor. Así se estableció con una cierta asiduidad los encuentros, Decudermo sabía que todo el mundo le rehuía y que vivía de la caridad de unos pocos, así que decidió formar parte de la nomina de los sufridores del López.   
Cierta tarde Decudermo esperaba un cita con un enviado de un partido político de la clandestinidad, la cita estaba concertada en el café Madrid a las seis de la tarde. Por motivos de seguridad se esperaba con disimulo en un lugar distante desde donde podía avizorar la llegada del enviado, también era costumbre tener paciencia porque existía unas demoras por motivo de la seguridad, curiosamente solo del que llegaba. Estando ya próxima la hora máxima de espera, límite permitido, Decudermo escuchó el golpeteo de la muleta que reconoció como del López, algo confundido se volvió para dar la espalda. Pero El López se le acercó y le tendió la mano en señal de pedir, mientras le dijo con mucho sigilo y precaución que la policía estaba al acecho y conocían todos los movimientos. Inmediatamente desapareció camino del Café Madrid, Decudermo con el corazón latiendo a mil por momentos, se fue desapareciendo entre los lugares más concurridos, hasta que se sintió más seguro. Supo que también había avisado al enviado del partido clandestino, y que sus ingresos más importantes los conseguía del conocimiento  exhaustivo de la ciudad y de todos sus habitantes, posiblemente trabajaba para ambos intereses.
Desde entonces cada mes aparecía y asaltaba a Decudermo con mucho sigilo. Le entregaba un papel lleno de letras al estilo Romance, que guardaba con delicadeza, y a cambio de una monedas le acompañaba en el trayecto hasta el tranvía, contando batallitas de su perra vida y su mala cabeza. 

INDALESIO  Julio 2014