sábado, 14 de octubre de 2017

SIN PERSONAJES




No buscamos lo raro, solo el cambiar lo coherente por lo que se encuentra fuera de el orden establecido. Ese fue lo que pensó las brizna de polvo cuando entró por el balcón del palacio de Versalles. En un principio se golpeo la nariz contra algo que no conocía, pero estaba preparado para sentir lo inoportuno, muy habitual en la vida cotidiana. Ese algo era incoloro y ni pudo ni tubo la oportunidad de esquivarlo, era vidrio. Dejó la interpretación numinosa y se deslizó por el vidrio que fue a su vez tomando protagonismo y haciendo todo lo posible para que la brizna perdiera sus capacidades, como así fue. La brizna llegó al margen inferior y se depositó en el junquillo de soporte distal, allí se relajó para inspeccionar su entorno. El vidrio satisfecho por haber conseguido su misión de parar la entrada del genérico polvo, le permitió depositar su volumen en aquel lugar ya ocupado por otras partículas más madrugadoras de la invasión . También en los otros junquillos, en especial los laterales, pero en menor proporción ya que los amos poseen un principio poco demostrado que llevan los cuerpos extraños al lugar más inferior, es lo que llaman la ley de la gravedad aunque si no existiera creo que también caería como ocurre con todas las cosas, por su propio peso.
El vidrio gritó cuando sintió la imagen de la corporeidad acercarse en su dirección, esperó pacientemente hasta que supo que venía específicamente a su encuentro y fue entonces cuando advirtió a las partículas de polvo que se prepararan, que las primeras en caer serían ellas, ya que conocían las costumbres de la corporeidad. El dedo indicé introducido en el paño húmedo y haciendo de lanza para arrastrar los depósitos de partículas que se alojaban en el junco inferior que sujetaba el vidrio, así fue lo que ocurrió una vez que las maniobras de apertura del gran balcón fueron ejecutadas por el mayordomo mayor de palacio, mientras enseñaba las formas como se limpiaban los ventanales del salón principal del horroroso habitáculo. Y enseñar al becario último que había ingresado, porque  ese sería el próximo en ser despedido ya que llevaba seis meses trabajando con afán y cada tres semanas era examinado por el mayordomo mayor, que indefectiblemente despedía al becario cuando pasaba el trapo del polvo por el junco inferior del amplio ventanal del palacio de Versalles. Esas eran sus instrucciones y así deberían ser cumplidas por orden de la autoridad.
INDALESIO Septiembre 2015