No buscamos lo raro, solo
el cambiar lo coherente por lo que se encuentra fuera de el orden
establecido. Ese fue lo que pensó las brizna de polvo cuando entró
por el balcón del palacio de Versalles. En un principio se golpeo la
nariz contra algo que no conocía, pero estaba preparado para sentir
lo inoportuno, muy habitual en la vida cotidiana. Ese algo era
incoloro y ni pudo ni tubo la oportunidad de esquivarlo, era vidrio.
Dejó la interpretación numinosa y se deslizó por el vidrio que fue
a su vez tomando protagonismo y haciendo todo lo posible para que la
brizna perdiera sus capacidades, como así fue. La brizna llegó al
margen inferior y se depositó en el junquillo de soporte distal,
allí se relajó para inspeccionar su entorno. El vidrio satisfecho
por haber conseguido su misión de parar la entrada del genérico
polvo, le permitió depositar su volumen en aquel lugar ya ocupado
por otras partículas más madrugadoras de la invasión . También en
los otros junquillos, en especial los laterales, pero en menor
proporción ya que los amos poseen un principio poco demostrado que
llevan los cuerpos extraños al lugar más inferior, es lo que llaman
la ley de la gravedad aunque si no existiera creo que también caería
como ocurre con todas las cosas, por su propio peso.
El vidrio gritó cuando
sintió la imagen de la corporeidad acercarse en su dirección,
esperó pacientemente hasta que supo que venía específicamente a su
encuentro y fue entonces cuando advirtió a las partículas de polvo
que se prepararan, que las primeras en caer serían ellas, ya que
conocían las costumbres de la corporeidad. El dedo indicé
introducido en el paño húmedo y haciendo de lanza para arrastrar
los depósitos de partículas que se alojaban en el junco inferior
que sujetaba el vidrio, así fue lo que ocurrió una vez que las
maniobras de apertura del gran balcón fueron ejecutadas por el
mayordomo mayor de palacio, mientras enseñaba las formas como se
limpiaban los ventanales del salón principal del horroroso habitáculo. Y enseñar al becario último que había ingresado, porque ese sería el próximo en
ser despedido ya que llevaba seis meses trabajando con afán y
cada tres semanas era examinado por el mayordomo mayor, que
indefectiblemente despedía al becario cuando pasaba el trapo del
polvo por el junco inferior del amplio ventanal del palacio de
Versalles. Esas eran sus instrucciones y así deberían ser cumplidas
por orden de la autoridad.
INDALESIO Septiembre
2015